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ABC MADRID 28-07-1982 página 3
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ABC MADRID 28-07-1982 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA, SOCIEDAD ANÓNIMA MADRID FUNDADO EN 1906 POR DON TORCUATO LUGA DE TENA A B C es independiente en su línea de pensamiento y no acepta necesariamente como suyas las ideas vertidas en los artículos firmados fines del siglo pasado, en Tos primeros años de éste, los contados españoles de verdadera vocación intelectual sentían algo parecido a la desesperación. No hay maestros- -repetían, no hay Universidad eficaz, no hay libros- -ni siquiera se atrevían a echar de menos libros españoles Se había perdido la tradición del trabajo intelectual a la altura del tiempo. Es la queja de Unamuno, de Menéndez Pidal, de Ortega. Pero sabían dónde estaba la ciencia, y fueron a buscarla (en las Universidades extranjeras, o si no, robinsonianamente, en los libros) Siempre había habido algunos hombres que, al menos individualmente y para su uso personal, habían sabido muchas cosas- -Valera, Gayangos, Menéndez Pelayo- no puedo pasar por alto lo civilizado que era Valera, ni olvido que en los dos últimos decenios del siglo XIX se redactó el Diccionario Enciclopédico Hispano- Americano, de extraña perfección, al cual suelo acudir, de arribada forzosa, después de consultar la más encopetada bibliografía reciente. Pero es cierto que, a pesar de esos esfuerzos y esas excepciones, la situación intelectual de España era de notoria inferioridad respecto del nivel europeo (América apenas se había incorporado) Si Europa era la ciencia -en el sentido lato de la palabra- España estaba fuera de ella, aunque pudiera alcanzar esa ciudadanía tal o cual español. Ahora bien, ha pasado cerca de un siglo. Unamuno publicó su primer libro en 1895 (En tomo al casticismo) Menéndez Pidal, al año siguiente, La leyenda de los infantes de Lara. Empezaba una nueva época, un nuevo estilo sobre todo, que alcanzaría un nivel superior en 1914, cuando Ortega publicó las Meditaciones del Quijote (hace veinticinco años justos que mostré todo lo que ese libro llevaba dentro, mucho más que lo que, por lo visto, pueden absorber algunos scholars de hoy) Unos cuantos españoles aprendieron hace setenta u ochenta años todo el rigor, toda la precisión, toda la información pertinente que reclaman las disciplinas intelectuales. (En las ciencias de la naturaleza, algunos también lo hicieron, pero en este campo hacen falta recursos de otro género, y su falta ha impedido la continuidad lograda en las disciplinas de humanidades, a las que quiero referirme aquí exclusivamente. Al cabo de unos años empezó a haber en España un pequeño grupo de personas que poseían con plena dignidad las condiciones del intelectual en su nivel superior y más exigente. Todas y dos más, que son las que especialmente me interesan. La primera, curiosamente, se derivaba de la pobreza intelectual de España. La cultura española no podía ser nacionalista, porque no tenía más remedio que recurrir a la extranjera, y por eso no pudo ser provinciana. Los grandes países creadores de cultura han hecho- -o hacen- -el intento de atenerse a lo existente en cada uno de ellos- -a lo sumo, dentro de la propia lenMIERCOLES 28- 7- 82 ABC gua- Incluso en el caso más favorable, lo extraño se añade como confirmación o adorno pero el torso de que se vive es del terruño geográfico o lingüístico. Esto sigue siendo verdad, sin más que una correción: la dependencia de todos respecto del inglés (y esto quiere decir casi exclusivamente de los Estados Unidos) y digo dependencia porque suele ir acompañada de pasividad y servilismo, de ausencia de toda distinción y jerarquía, y de ignorancia de lo demás, incluso propio. Los intelectuales españoles, al empezar el siglo XX, se encuentran con una cultura que tienen que conquistar, absorber, dominar. De tradición francesa, se dan pronto cuenta de la superioridad alemana, e integran ambas fuentes; y no dejan fuera la inglesa, que a medida que avanza el siglo se va haciendo más pujante al otro lado del Atlántico. Durante medio siglo, ha sido raro un intelectual español que no estuviera cómodo en esas tres lenguas- -y la italiana y la portuguesa siempre han sido accesibles- sin contar, en los casos necesarios, las clásicas. Las bibliotecas privadas de los españoles están llenas de libros escritos en todos esos idiomas, lo que no es tan frecuente como debiera en otros países de más rica producción intelectual. Esta inesperada ventaja, nacida de indigencia, ha resultado preciosa para la cultura española de nuestro tiempo. La segunda condición peculiar de nuestro país ha sido la presencia de la filosofía en las demás disciplinas intelectuales (y en sus cimas, hay que extender esto a los hombres de ciencia) La penetración social de las ideas filosóficas en España (y en los demás países de nuestra lengua) es algo de que no se tiene ni idea en otros lugares. Y esto ha añadido, al rigor aprendido de fuera, inexistente hace menos de un siglo, otro rigor más alto, que no se encuentra sino por excepción en otros ámbitos culturales. Esta es la situación intelectual española. La producción de calidad sigue siendo escasa; en algunos campos, nula. Ha habido todos los duelos y quebrantos que están en la memoria de todos, y algunos más que residen en la imaginación y la mala volun- REDACCIÓN, ADMINISTRACIÓN Y TALLERES: SERRANO, 61- MADRID A! Lñ SITUACIÓN INTELECTUAL ESPAÑOLA tad. De las instituciones culturales prefiero no hablar aquí para no c o m p l i c a r las cosas, porque es historia larga y a menudo triste. Lo que me interesa señalar es que el nivel intelectual español, cuando realmente se ha alcanzado, ha sido comparable con el de cualquier parte, y en algunos aspectos, incomparable. A la información amplia y precisa, a la probidad, al escrúpulo de no dejarse llevar por el nacionalismo, al conocimiento de lo ajeno, se ha unido un extraño sentido de responsabilidad intelectual, una visión amplia de los problemas, es decir, de la realidad tal como es (no arbitrariamente mutilada por la especialización académica) y el uso de conceptos rigurosos, aguzados por mentes filosóficas, capaces de perforar las apariencias de las cosas. Y, por si fuera poco, ha solido acompañar a los escritos intelectuales españoles un atractivo humano y una belleza literaria que los han hecho legibles- -y por ello leídos. Subráyese cuanto se quiera la escasez cuantitativa de esto que acabo de describir. Lo que importa tener en claro es que eso es lo que el español de nuestro tiempo considera una obra intelectual lograda, plenamente digna de ese nombre. A ese nivel de exigencia y de realización correspondió la obra de Menéndez Pidal, de Unamuno con algunas caídas arbitrarias (es el sentido de la polémica que el Ortega joven sostuvo con él) de Gómez Moreno, de Asín Palacios, de Ortega, de Marañón, y de los que han sido verdaderamente sus continuadores creadores. Dígase si es superable el nivel de los estudios lingüísticos y literarios de Dámaso Alonso o Rafael Lapesa; si el arabismo puede ser tan riguroso y atractivo como en García Gómez; si alguien trata de cuestiones de arte con más conocimiento, intuición e imaginación que Lafuente Ferrari o Femando Chueca; si se encuentra fuera de España el múltiplo saber y el rigor de Zubiri; si se escriben libros en que historia, arte y política se entrelacen con el esmero y la precisión de los de Diez del Corral; si alguien ha hecho historia de la medicina al nivel intelectual de Laín Entralgo. Nombro, deliberadamente, a muy pocos, para que las omisiones sean tantas, que dejen de ser omisiones. Podria prolongar cada una de las estirpes intelectuales con modestas seríes de cultivadores ejemplares de esas disciplinas. Esto es lo que me interesa señalar. Esto es lo que en España, con heroicos esfuerzos, se ha alcanzado, y tantas veces ha estado a punto de perderse. Casi siempre, por incomprensión, partidismo, espíritu de discordia; o simplemente envidia. Ahora, como siempre, está en peligro- -y no es malo que así sea, porque en el peligro se ha creado ese estilo intelectual- Pero hay uno más: la pedantería, el aldeanismo, el espíritu del nuevo rico que no sabe distinguir. Si ese nivel se pierde, si los más jóvenes no lo exigen para sí mismos, España ingresará en la comunidad académica internacional y habrá perdido su capacidad genética. Si se prefiere, su facultad creadora. Julián MARÍAS ABC 3

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