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ABC MADRID 06-02-1982 página 48
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  • EdiciónABC, MADRID
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VI ABC SÁBADO CULTURAL 6- febrero- 1982 De libros Rafael Morales, en el tierno país del recuerdo Por Florencio MARTÍNEZ RUIZ Obra poética Selecciones Austral, Espasa Calpe, Madrid 1982 olver a leer a Rafael Morales siempre es gratificante, aun cuando por la corta extención de su obra, -no mucho más de doscientas cuarenta páginas ocupa en este libro de Selecciones Austral- -parece que no es posible esperar sorpresa ninguna. Por fortuna la hay. Como hay muchas maneras de regresar al hombre y a su misterio. Y es claro que al fin, el poeta talaverano ha dado con la suya. El breve libro, Prado de serpientes alojado entre las páginas de Obra poética como un río deslizándose sobre la selva o una anaconda entre las lianas, da en la diana de su esencial radical; su humanismo lírico, hecho vivencia y no sólo música. Esa libertad de ser, ese pujante y tectónico impulso que Rafael Morales esgrimía como valor de su poesía apenas pasaba por su memoria, por su vitalismo. Su visión buscaba otros términos de comparación, como la raíz instintiva del toro en el campo o la brumosa soledad de los desterrados El hombre que tenía más a la mano- -el propio Rafael mismo- -era un desconocido. E incluso las cosas y los seres, de presencia semoviente, eran, mas que descritos, interpretados. Toda su obra pasaba y repasaba la mismo agua compasiva, en cangilones de una noria lírica un tanto monótona. ¿Gual era el misterio? Quizá una atención desmedida a la belleza ética y estéticamente, con la consiguiente pérdida de ímpetu vital. Morales desbastaba las emociones, pero también las vaciaba de su contenido existenciáJ. No se cruzaba con su intimidad. Algo que siempre hemos visto claro, pero que con Prado de serpientes delante tenemos la sospecha; más, la prueba explícita. Al fin, el poeta de Talavera, a la belleza sobreentendida, a la búsqueda demasiado expresa de la belleza, ha opuesto su memoria, ha derramado su lágrima. Con ellos ha penetrado en. la absoluta pesadumbre del tiempo y ha llegado a los más tiernos países del recuerdo. Es el mismo Rafael Morales y parece distinto. Y todo porque está más cerca de nosotros el poeta de hoy que el otro entretenido en ver cómo el toro joven da su primer envite para v el viento o pasan los traperos con los sacos grandes, dolorosos. Aun con su fascinador dominio expresivo, sin perder su compostura estilística y léxica, tiene ahora una intimidad enriq u e c e d o r a un dato que aproxima y centra en torno de su eje personal toda la organizada orquestación de sus poemas. En Prado de serpientes aparece la mañana de pronto como una muchacha desnuda, pero hay alguien que la ve y la emoción sé completa así. El gato que en el Paseo de las Delicias es una islita de terror y de asombro es un gato real y no inventado; la ternura, de la madre, o de la yaya, no son formularias, sino patrias absolutas del niño perdido que es. Y hasta la Luna, neorromántica en sus viejos poemas, es una delicada pradera para que el poeta alce su soledad hasta la suya. No cabe duda de que por el amargo amor de, la memoria, Rafael Morales regresa peregrino al tiempo aquel en que perpetuos pájaros de cántico y relámpago e n r e d a b a n su gozo... Ya ven que sólo trasladando sus palabras, ni falta hace siquiera parafrasearlas, se explica y nos llega en todo su tembloroso y exacto deliquio. Le bastó con poner entre ellas una gota de su yo cordial, de sí mismo. La oquedad de la vida humana, la despersonalización de sus seres olvidados, empacaban su lirismo más de lo conveniente; Y es ahora cuando encuentra la distada adecuada. Pero sabe a poco. En Rafael Morales el recreo de la palabra atenúa el ímpetu expresivo en casos como El Corazón y la tierra y Los desterrados Los poemas del toro mantienen su invulnerabilidad precisamente por su fuerza primigenia, como la mantiene Canción sobre el asfalto por su rotundidez plástica y su casi simétrica adecuación entre el tema y el poema. Cosa que no ocurrió en dos de sus libros posteriores, La máscara y los dientes y La rueda y el viento por un uniformismo de vocabulario, su absolutización indiscriminada y el agotamiento de una visión poco lúcida, convencional y roma. Creo que la poesía de Rafael Morales, de muy alta consideración en un momento en que muy pocos supieron escapar al tirón demagógico de la poesía social, perdió vuelo y tensión en La máscara y los dientes y en La rueda y el viento El reto era muy abicioso y lo que pudo ser la vuelta de tuerca de una poesía- -equiparable al poeta en Nueva York o al poeta recién casado por ejemplo- -se quedó en el intento. Aunque, tras cerrar de algún modo su parábola poética, le ha permitido encontrar en su; propio registro una voz nítida y reconocible. Rafael Morales puede culminar desde este punto de partida un relanzamiento para el que está dotado. Si los mejores momentos suyos fueron la gravitación cósmica de algunos de los Poemas del toro o el patetismo nada desgarrado, casi oferente, de Canción sobre el asfalto en Prado de serpientes se condensa la intensidad humana del mejor Morales. Uno de los líricos entrañables y entrañados de más cálida ternura. Una ternura sin sentimentalismo ni retórica, a pesar de que estos poemas- Luna Mujer desnuda Tengo padres oscuros Recuerdo de la yaya modista Geranios Alameda El patio Ventana ete. -son pequeñas miniaturas de perfecto acabado, de un lenguaje de orfebre que intensifica, más que turba, su significación lírica. Porque Rafael Morales ha sabido quedarse con las palabras, en su temblor incierto y en su silábico latido que son las que le han reconciliado con el mundo hostil tan ambiguamente presente en otros libros suyos. Rafael Morales reencuentra su latido humano- -y no su sangre ba- rroca o formalista- -y el prologuista del libro, Claudio Rodríguez, aplicándole el fonendoscopio- -acaso un tanto reverente- -lo descubre y lo rescata de sus desvaídos y fugaces espejos. El viaje de Anno Mitsumasa ANNO Editorial Juventud: Barcelona, 1981 L A ilustración en los libros para niños ha alcanzado en estos últimos años categoría de obra de arte, dando origen a una nueva línea editorial, a caballo entre le arte pictórico y la literatura. La obra de Mitsumasa Anno se ins- cribe dentro de esta corriente y logra salvar al mismo tiempo la pasividad que el lenguaje icónico produce con frecuencia en los chavales. Abordar sus libros exige paciencia, sensibilidad, concentración y memoria, como si de la labor de un detective se tratara. Este japonés enamorado de Europa nos invita a un juego con las referencias culturales de la historia, que puede resultar fascinante para personas de cualquier edad y país, ya qué carecen de texto. En este segundó tomo de sus viajes por Europa nos volvemos a encontar con la compañía del viajero y su caballo (sin duda, el propio Anno) que decide recorrer la geografía italiana como homenaje a la cultura del Renacimiento. En primer lugar las granjas, las pequeñas aldeas donde el cultivo de Ja tierra y los sistemas elementales de subsistencia dan una visión romántica a la vez que imaginativa del contorno. Más adelante nos adentramos en el burgo, con su riqueza arquitectónica y su vida cosmopolita. La ar-

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