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ABC MADRID 10-10-1981 página 3
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ABC MADRID 10-10-1981 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO PRENSA SOCIEDAD M A D R POR ESPAÑOLA, ANÓNIMA I D FUNDADO EN 1906 POR DON TORCUATO L. UCA DE TENA A B C es independiente en su línea de pensamiento y no acepta necesariamente como suyas las ideas vertidas en los artículos firmados mediados del siglo pasado la Igente rica de Nueva York ya había descubierto el veraneo y edificado sus casas de verano en las próximas costas de Long Island, y al otro lado de la ría, en Connecticut, o bien en la costa sur de la misma Long Island, de cara al Atlántico, abierto hasta Vigo, pero protegida por otra isla larga y estrecha como un platelminto, que llaman Fire Island, o Isla del Fuego, refugio de millonarios y de escritores. En la ría de Long Island, y muy cerca de Oyster Bay, se levanta sobre una colina, como su nombre indica, Sagamore Mili. La costa por esa parte es muy marisquera. Oyster Bay ya habrán adivinado ustedes que quiere decir Bahía de las Ostras, y a un paso de ella está otra bahía, la de Little Neck, renombrada por sus almejas, pequeñas, carnosas y fragantes. Sagamore Hill es uno de mis rincones favoritos, pero como me doy cuenta de que seguramente esto no basta para atraer la atención de ustedes sobre tal lugar debo añadir que esa casa de la colina perteneció a Teodoro Roosevelt, ese curioso personaje de la historia de los Estados Unidos y también, claro está, de la nuestra, pues como ustedes saben ayudó lo suyo a encender la mecha de la guerra hispano- norteamericana del 98, que le echó el cierre a nuestro imperio ultramarino. Teodoro Roosevelt había sido subsecretario de Marina con el presidente McKinley y fue él quien convirtió a la Navy en una Armada imperialista. Pero esclavo al fin de su insaciable sed de notoriedad, que había de acompañarle toda la vida, dejó el cargo, reclutó un regimiento de voluntarios, teatralmente llamados Rough Riders, y se plantó en Cuba, de donde regresó convertido en lo que quería, en héroe nacional. Fue una gran farsa todo lo relacionado con aquella guerra del 98, y así nos lo cuenta la moderna historiografía norteamericana. Farsa lo del hundimiento del Maine farsa los esfuerzos de paz de Washington y enorme farsa- -para limitarnos a lo nuestro de hoy- -el regimiento de Caballería de Teddy Roosevelt y sus famosas cargas, como la de San Juan, que los muralistas norteamericanos de la época pintaron como si de la carga de la Brigada Ligera en Balaklava se tratase, cuando no pasó de un alegre trote en campo abierto. En realidad, gran parte de la vida pública de Teddy Roosevelt fue la de un tragediante empezando por sus años de Harvard. Como ahora la psiquiatría lo explica todo, quizá en este caso la pequenez física y. la fragilidad de nuestro hombre, más su voz estridente, llena de gallos, y su asma y su miopía, que le obligaba a llevar los bolsillos llenos de gafas, expliquen su obsesión por la higiene, por la vida al aire libre y por aficiones presuntamente viriles, como la de cazar fieras y montar a caballo. Así está su casa de Sagamore Hill llena de cuernos, de pieles de animales y de rifles, que vagamente le recuerdan a uno la casa de Tartarín en Tarascón. Y, claro ABC está, llevado todo esto a la política se traduce en sueños imperiales de batallas y cargas, y más o menos eso fue lo que hizo Teddy Roosevelt en cuanto llegó a la Presidencia de la República en un país que a la sazón reventaba de recursos físicos y humanos y de impaciencia por ocupar en el mundo y en la Historia un puesto que le permitiese flexionar su joven músculo militar y acabar con las monsergas de los pacifistas padres fundadores, para quienes el sueño de América no era el del guerrero, sino el del terrateniente. Lo que llaman por ahí imperialismo norteamericano no cabe duda de que lo inventó Teddy Roosevelt, y por suerte para los Estados Unidos tal política no tuvieron que ejercitarla con grandes potencias militares, sino con pequeñas Repúblicas ribereñas del Caribe o con fuerzas expedicionarias europeas. Y, sin embargo, aquel hombre a caballo, y siempre cargando, como el loco que se creía Teddy Roosevelt en Arsénico y encaje antiguo miren ustedes por dónde acabó recibiendo en 1906 el premio Nobel de la Paz. Es cierto que había ayudado bastante a poner fin a la guerra ruso- japonesa, pero quizá más que el amor a la paz le había motivado su incurable pasión de protagonismo. En cualquier caso, los norteamericanos antiimperialistas de antaño y de hogaño siempre han visto en nuestro hombre un maldito cowboy Así solían presentarlo los caricaturistas contemporáneos suyos, a caballo, sable en alto, y todo ello para que el pobre hombre tuviese el nada glorioso final de morir de asma en su cama a los sesenta años de edad, el 6 de enero de 1919. Desde la ventana de su dormitorio, en Sagamore Hill, en ese mes de enero, desnudos de hojas los árboles, Teddy Roosevelt podía entrever su muy querido paisaje de Oyster Bay y quizá en días de buena visibilidad la costa lejana de Connecticut. Debe de ser difícil morir en un sitio tan encantador, en una casa tan llena de recuerdos de tiempos felices y aún próximos, porque si la vida pública de Teddy ya dijimos que fue no poco carnavalesca, su vida pri- REDACCIÓN, ADMINISTRACIÓN Y TALLERE S: SERRANO, 61- MADRID SAGAMORE HILL Un medio publicitario único para transmisión de mensajes comerciales a ochenta y nueve países vada fue ejemplar y llena de tragedias familiares, que llevó con e n t e r e z a La muerte de su primera y bella esposa, Alicia Lee, resultó muy dura para él, y un año antes de morir él mismo, en 1918, su hijo más joven, Quentin, encontró la muerte en combate aéreo como piloto, cayendo su avión detrás de las líneas alemanas. No pudo dejar de pensar entonces Teddy Roosevelt en cuánto había trabajado años antes para que los Estados Unidos entrasen en aquella primera guerra mundial. Y digo esto porque como padre se había hecho adorar por sus hijos, de la misma manera que él había querido y admirado sin límites a su padre, y todo ello se advierte paseando por los terrenos que rodean a Sagamore Hill y visitando la casa, pues en todas partes es visible la atención que recibían aquellos niños, tanto para su recreo como para su instrucción: nurseries lugar de juegos para los días de lluvia, libros y juguetes. El último de sus hijos superviviente fue Alicia Lee, única descendencia que había tenido de su primera mujer y que falleció el año pasado a los noventa y seis años de edad. La llamaron hasta su muerte la princesa Alicia Había casado en la Casa Blanca con Nicolás Logworth y era temida por el filo de su lengua y la causticidad de su ingenio. Se acaba de publicar un libro de conversaciones con ella. La habitación de Alicia en Sagamore Hill se conserva tal y como ella la dejó para acudir a Washington a su boda. En ella había colgado, y allí está todavía, una litografía que reproduce un fragmento de Las Meninas de Velázquez. No sé por qué los Roosevelt fueron a parar a Oyster Bay, pero ya el abuelo de Teddy había tenido por allí una casa de verano, de forma que cuando nuestro hombre y Alicia Lee se pusieron a buscar un terreno para levantar la casa de sus sueños en lo primero en que pensaron fue en Oyster Bay, compraron veinte hectáreas de prado y bosque, y eligieron la colina, en un lugar llamado Cooper Bluff, donde ahora en el otoño los atardeceres son dorados y suaves. He estado muchas veces en Sagamore Hill, y he escrito este artículo para ustedes porque hace unos días compré un libro sobre Teddy Roosevelt que acaba de aparecer, con un título muy atractivo: Mañanas montando a caballo de un tal McCullough, y después de leerlo y de impacientarme con el autor he visto, no sin asombro, que este hombre ha escrito casi quinientas páginas sobre Teddy Roosevelt y sólo muy de pasada cita a Sagamore Hill y a nada de lo que encierra, lo cual me dice que apenas ha entendido a su biografiado y hasta dudo que haya estado en su casa de Oyster Bay, como si fuese posible escribir la biografía de un personaje histórico prescindiendo de su casa, y que, salvando las distancias que haya, es como querer explicar a Felipe II sin El Escorial. Manuel BLANCO TOBIO

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