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ABC MADRID 15-02-1981 página 113
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ABC MADRID 15-02-1981 página 113

  • EdiciónABC, MADRID
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El cuadro de A. Gisbert evoca el momento en que el Rey Amadeo, a su llegada a Madrid, rinde homenaje ante el cadáver del general Prim L procer, en uniforme de capitán general, yace en su féretro. Acaudilló el Alzamiento Nacional que derrocó al régimen anterior y murió gobernando en el suyo. No era castellano y gustaba mucho de hablar, en la intimidad, la lengua de su tierra; se sentía, así, más español y más centralista. Al morir entró en la Historia. El primer acto público del Rey, que él escogió entre varios candidatos, es postrarse- -joven, alto, erguido- -ante el túmulo y presentar sus condolencias a la viuda. No romperá con la situación heredada; hará, sin borrones, cuenta nueva. Acepta la trayectoria de un país en que no nació, pero al que le unen vínculos muttiseculares y que sabe de difícil gobierno. Carece de experiencia política, mas ha vivido la dilatada de su padre y consejero: de él aprende que la única e insustituible función del Trono es arbitrar a los equipos políticos. La Reina es joven, inteligente, recatada, oportuna, seria, instruida, sencilla, políglota, caritativa y señorial. El Rey sabe que en España han predominado el Ejército clasista, el clero conservador, los grandes terratenientes y los capitales extranjeros; pero que progresismo, anticlericalismo e igualitarismo cobran cada día más pujanza y han estructurado sus partidos. Es un europeo liberal y constitucionalista, de gustos sencillos y reacio a boato y corte palaciega, que llega dispuesto a ganarse el sueldo manteniendo un equilibrio dinámico entre las distintas tendencias organizadas. Le respaldan nueve siglos de dinastía en ejercicio, cuya gran lección fue que un rey moderno no debe gobernar. En seguida descubre, sin embargo, que los súcubos del pasado están tan erguidos como él. En la apertura de sus primeras Cortes promete ceñirse estrictamente a la Constitución, reinar de acuerdo con los hombres, ideas y orientaciones representadas en las Cámaras, sin tratar de imponer jamás su voluntad al pueblo; senadores y diputados de todas las tendencias le aclaman con entusiasmo. Bueno, de casi todas, porque, torvos y desaliantes, guardan silencio los que no van a discutir programas de gobierno sino a cuestionar el régimen, pedir que se vaya el intruso y no dejar gobernar a quien no piense como ellos saben de siempre que hay que hacerlo en un país tan diferente del resto de Europa. El Rey sale del Congreso cariacontecido y sombrío, pero sus consejeros le tranquilizan: los enemigos son pocos y militan en los extremos más irreconciliables del espectro político; él se los ganará. COSAS DEL SIGLO PASADO E Con el tiempo, sin embargo, tos partidos tienden a agruparse en dos grupos operativos: los que quieren jugar y los dispuestos a impedirlo; los que aceptan el régimen constitucional y los que visceralmente no lo aceptan; los que creen en las urnas y tos que prefieren ganar la calle. La división entre derecha e izquierda se queda en sutileza nominal: quienes representan diversidad de tendencias, matices y aspiraciones políticas- -y que se llaman a sí mismos izquierda derecha y centro -no pueden competir libremente por el Poder; han de guardarse constantemente del peligro de los que no juegan, de los que sólo van a insultar a los equipos y al arbitro, de la inconcebible alianza de unos extremos cuyo único y común proposito es liquidar la Constitución. Derechas e izquierdas se ven forzadas a negociar esterilizantes coaliciones capaces de presentar un frente común de defensa del sistema. El consumo de capital político es rapidísimo; la gente pide, para los temas de fondo, soluciones que no llegan y acaba convencida de que ni derechas ni izquierdas saben, quieren, pueden ni realmente intentan gobernar. Los analistas definen esos temas dé fondo como una crisis tricéfala: económica, autonómica y de orden público. El proceso de desarrollo industrial, sostenido en los últimos cuarenta años, se interrumpe bruscamente, avivado por la crisis internacional que hace sentir agudamente sus efectos en todas las ramas de la producción. En los dos primeros años de reinado el presupuesto nacional aumenta en un 30 por 100 y la deuda pública en un 50 por 100. El índice de cobertura de nuestras exportaciones no llega al 75 por 100. La Bolsa sufre gravísimo quebranto. El presidente del Consejo es severamente criticado en Cortes por el manejo de la economía. En las provincias vascas, Navarra y Cataluña se aviva la llama separatista; en Madrid y Andalucía se registran graves alteraciones del orden público. Acabo de descubrir este apunte hurgando en los papeles que dejó mi bisabuelo al irse a la guerra de Cuba. Está fechado en 1873, cuando era capitán de Infantería. Su lectura me ha hecho recordar que, según oí de niño en la familia, buscó entonces guerra abierta frente a enemigo desembozado y tangible. Curioso e ignorante, me he ido a los libros y compruebo que el relato es rigurosamente preciso: El caudillo yacente era Juan Prim. La fecha: 2 de enero de 1871. El Alzamiento Na- cional que capitaneó años antes: el pronunciamiento que derrocó a Isabel II. Su región de origen: Cataluña. Su oficio al morir: presidente del Consejo. El joven Rey instaurado: Amadeo. Su tributo al caudillo y respetos a la marquesa de Castillejos: los presentados en la basílica de Atocha. Su padre y consejero: Víctor Manuel II. Los hueve siglos de dinastía: los de la Casa de Saboya. La Reina: Mana Carlota. El dato más saliente que de ellos captó inmediatamente el pueblo: la sobriedad de sus hábitos. Los partidos que querían ser arbitrados: progresistas moderados unionistas y alfonsinos a la derecha; progresistas exaltados y demócratas a la izquierda; todos acabaron amalgamándose en el centro frente a los ultras carlistas a una punta, republicanos a la otra, coaligados en una alianza electoral empeñada en romper el pito y capaz de lograr votos suficientes para esterilizar la acción de cualquier Gobierno. El presidente criticado- -y dimitido- -por su mala gestión económica fue Sagasta; antes de él se quemaron, en poco más de un año. Serrano, Ruiz Zorrilla, Rivero y Malcampo. Los presupuestos y deuda pública: los del bienio 71- 72. Los ministros de Hacienda- -a quienes, por cierto, no nombra la nota, pero yo añado para él archivo- Moret y Ruiz Gómez. El proceso de desarrollo industrial sostenido durante cuarenta años: el iniciado en 1833 La crisis económica internacional: la gran depresión europea que tocó fondo en 1873 y que los economistas explican como la coincidencia demoledora de las fases depresivas de las tres ondas cíclicas: larga, media y corta. El reavivador del nacionalismo vasco- catalán: el pretendiente carlista, que se echó al monte por tercera vez alegando la incapacidad del Gobierno para administrar el país. Los desórdenes andaluces: los que protagonizaron, en Sevilla y Jerez, republicanos y húsares campesinos; los madrileños, los que culminaron en el frustrado regicidio de la calle del Arenal el día 18 de julio... Pero estas son cosas del siglo pasado, que los más viejos de esta tierra apenas han oído contar a sus abuelos y que, confinadas a los libros de Historia, resultan tan añejas como Altamira o Numancia. He puesto el amarillento legajo- -sólo la tinta es sorprendentemente fresca- -entre mis papeles de hoy, por si algún bisnieto erudito se interesa, hacia el 2080, en revivir arqueológicamente anécdotas de este civilizadísimo rincón europeo. Juan Ignacio JIMÉNEZ NIETO 25

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