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ABC MADRID 30-11-1980 página 107
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ABC MADRID 30-11-1980 página 107

  • EdiciónABC, MADRID
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Orea jo: Paisaje del silencio (1974) CRITICA DE EXPOSICIONES Por A. M. CAMPOY Orcajo: Visaje (1979) El pulcro siniestrismo de Ángel Ore ajo PICHOT, MURIEDAS, ÓSCAR BORRAS H ABLA Simón Marchan, a propósito de esta pintura aséptica y formalmente deshecha, de las acost u m b r a d a s m e t á f o r a s del mundo tecnológico y de la ciencia- ficción catastrofista. Y algo, mucho, sin duda, hay de helada catástrofe en estas monstruosas figuraciones, que ya no son gráfica profecía de la ciudad inhumana, sino la ciudad inhumana misma, consagrada por la técnica y corroborada por su pulcra desolación. Ciudad doliente, más que la imaginada por Dante, ciudad de eterno dolor... Porque estas fantasías niqueladas se nos sugieren más infelices, funes- tas y aciagas que aquellas fantasías dantescas de los pintores románticos. El siniestrismo de Orcajo es más punzante que el de Solana. Es un siniestrismo marginado de lo humano, como ya habíamos visto en el pop art norteamericano: en Peter Philips, en Ray Lichtenstein, en Bernie Kemnitz, en ei que todavía las ciudades son literalmente monstruosas, sin deshacerse aún. Sería interesante seguirle el rastro genealógico a no poco de este pop y ver si, sorprendentemente, nos conduciría ai impávido terrorismo urbano de las ciudades metafísicas de Giorgio de Chi- rico. Orcajo queda muy lejos de ello, aunque próximo al pop USA, vecino al futurismo deshacedor de Megalópolis. Todo ello, es cierto, propuesto desde una pintura exactamente ortodoxa. (Museo Español de Arte Contemporáneo. Pichot- -dice Joan A. Maragall- -viene a mostrarnos su sentimiento de la pintura: la naturalidad de las cosas en un estado contemplativo de bienaventuranza que invita a entablar un diálogo amable entre el pintor y el espectador... Un diálogo afectuoso, complaciente. Pues la pintura, antes y después de ser una cosa mentale fue y es, también, una amorosa satisfacción del mirar. El mundo alrededor en un estado de bienaventuranza, en cuya exploración de felicidad fueron pioneros los primitivos italianos; los impresionistas luego, en los que la dicha de vivir quiere retenerse hasta en sus instantes más fugaces. Aquella dulce alegría vital de los impresionistas se prolongó venturosamente en Matisse y sus seguidores; en los últimos posimpresionisías de la escuela de París y de la escuela catalana, cierto que- -en los primeros, sobre todo- -cercados ya por las crueldades del expresionismo y por la pesadilla melancólica de lo surreal. Ei movimiento naíf ha sido, por otra parte, una respuesta de raíz popular en el debate de los legítimos y múltiples contenidos de la pintura. La escuela de París (basta evocar los amables intimismos de Vuillard o Bonnard) ha prolongado hasta hoy mismo el sentimiento gratísimo de la Naturaleza (sus paisajes, sus criaturas, sus frutos) y, entre nosotros, tal vez sea la escuela de Barcelona (no hav mas r-

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