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ABC MADRID 09-02-1979 página 93
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  • EdiciónABC, MADRID
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EN EL CENTENARIO DE BALDOMERO ESPARTERO E L 8 de febrero de 1879 morra en Logroño Baldomero Espartero. A los ochenta y seis años y en la tierra de su mujer- -Jacinta Guadalupe de Martínez Sicilia- -terminaba sus días una de las figuras claves de la historia militar y política del siglo XIX. Desde la humilde cuna de un hogar menestral, en el pueblo rnanchego de Granátula de Caiatrava, Baldomero Espartero había acumulado sobre su persona un brillante, casi insuperable, conjunto de títulos y cargos públicos, nacidos, unos, de hechos de armas, y otros, de crisis de la inestable época isabelina: vizconde de las Banderas, conde de Luchana, duque de la Victoria con grandeza de España, duque de Moreda condecorado con el Toisón de Oro, regente del Reinó entre 1840 y 1843, candidato al Trono de España en la Monarquía democrática salida de la Constitución de 1869 y, por ultimo, príncipe de Vergara en 1871. Brazo armado del partido progresista, como sus coetáneos Narváez y O Donneli lo fueran del moderado y de la Unión Liberal, respectivamente, la figura de Espartero- -el general del pueblo, como le llamaran sus fieles- -cuenta con numerosas y desiguales semblanzas biográficas, reflejo muchas de ellas de apasionadas visiones partidistas, pero carece aún de! necesario acercamiento histórico, sereno y distante, que aborde en el contexto de su época no tanto su dimensión militar- -la más conocida y documentada- -como su perfil político y parlamentario. Quizá la obra en que invirtió sus últimos años de historiador don Jesús Pabón, el estudio de la figura de Narváez, tarea que hoy prosigue el profesor Carios Seco, aporte mucho ai conocimiento del Espartero regente y espadón del progresismo. En todo caso, este año de su centenario bien puede ser una invitación para cuantos nos interesamos por el siglo XIX y por sus hombres. En Espartero conviven dos personalidades: la del soldado y ia del político. Prima, sin duda, la castrense. Cuando en su retiro de Logroño se le proponía escribir sus memorias, desdeñando incluso la imagen que del político diesen sus futuros biógrafos, afirmaba: Me basta haber oído ya que este rudo soldado supo dar paz y libertad a su patria. Esa es la primera imagen de Espartero, la del soldado victorioso cuya vida sigue los hitos del ejército español contemporáneo: se origina en la lucha heroica contra las armas napoleónicas, se madura en los campos dé batalla de la Independencia americana, culmina en los dramáticos años de la primera guerra civil de la España contemporánea. El grito de Independencia de 1808 te sorprende en el seminario de Almagro. De allí sale el voluntario que toma parte en la batalla de Ocaña. Incorporado ai batallón que había alistado la Universidad de Toledo, ingresa como cadete en la academia instalada en la gaditana isla de León. En 18 t 5 pasa á América con la expedición de Morillo. Largo recorrido por el continente americano: Cumaná, Panamá, Arequipa. Charcas, Potosí, Oruro, Torata, Moquegua... Su primer encargo diplomático: la negociación de Salta. Allí nació el político: No pensé en ser político hasta que las conferencias celebradas en la ciudad de Salta a tas que fui nombrado por el Virrey del Perú para el arreglo de las cuestiones pendientes con la República de Buenos Aires, me hicieron entender que se me consideraba capaz de ser diplomático. En 1824 regresa a España para informar a Fernando Vil del curso de los acontecimientos en Perú. De vuelta a América, embarca en Burdeos el mismo día en que Simón Bolívar obtiene el resonante triunfo de Ayacucho que consolida ¡a independencia de la América española. Ese nombre iba a marcar a toda la generación de Espartero que, en tierra americana, vivieron como protagonistas o como testigos aquella derrota. Sin estar en la batalla, Espartero sería el más caracterizado ayacucho encarnación de un talante militar frustrado no tanto por el resultado de la lucha cuanto por el olvido a que fueron condenados. El continente americano se perdía sin pena ni gloria, sin que el Rey ni su Gobierno- -absortos en la pugna entre absolutismo y Constitución- -parecieran enterarse. El tercer acto de su vida castrense se desarrolla en los escenarios de la guerra carlista que sigue a la muerte de Fernando Vil. En el primer sitio de Bilbao, en cuyo transcurso murió el gran caudillo Zumalacárregui, obtuvo Espartero un resonante triunfo en julio de 1835. Tras el asalto fallido de octubre de 1836, un nuevo sitio a la ciudad, que fue durante todo el siglo objetivo ambicionado de la estrategia carlista, le deparó a Espartero la victoria del puente de Luchana y la entrada triunfal en Bilbao el 25 de diciembre de aquel 1836. Luego vendría el final de aquella larga guerra, el abrazo de Vergara que protagonizaron Espartero y Maroto, y Jas últimas operaciones en Levante, con ¡a difícil toma de Morella y el acoso de Cabrera hasta posiciones fronterizas. En esa triple circunstancia- -independencia española, secesión americana, guerra civil- -se forja el carácter de Espartero y en ella residen las causas que explican el intervencionismo militar en la política del siglo XIX. La Guerra de la independencia como lucha auténticamente nacional vio nacer un nuevo ejército. En ella aprendió Espartero el valor del heroísmo individua! el sentido del compañerismo, el instinto y la astucia del guerrillero. De aquella lucha también y de los años en América sacaría la gran lección de) valor de la libertad. Cuando en 1824 venía a presentar ante el Rey la situación del Perú, aquel encargo- -escribiría luego- me puso en el caso de pensar lo que iba a decir y proponer, reflejando mi modo de ver liberal sobre aquellos pueblos que peleaban por su independencia Los siete años de la primera carlista le llevaron a ver la necesidad de las soluciones militares sobre las políticas, de la inmediatez sobre la espera, de la orden tajante y sin réplica sobre la negociación. Luego, cuando llegó i a paz- -ha escrito don Jesús Pabón- se creyó comúnmente- -con razón o sin ella- -que mientras no se diera l paso radical y total y existiese el riesgo de que unos u otros españoléis recurriesen a los medfos de 9 guerra para resolver las cuestktn s políticas, el Gobierno, la dirección del Gobierno, estaría mejor atendida, o más adecuadamente desempeñada, por un tnítits- r de prestigio Ese fue el riesgo y la tentación que no logró superar Espartero, un hombre sencillo formado en los campamentos como le define uno de sus biógrafos. Por eso la carrera de Espartero llega a su cénit en 1840, pero ahí empieza su declive. El Espartero político queda muy por debajo del Espartero militar y ciudadano. Desempeñó la Regencia de España como si se tratase de la regencia de su partido, el progresista. Fracasó en la política, aunque conservó siempre el fervor de un pueblo de talante mesiánico que confiaba más su libertad a la espada de un caudillo liberal que a la obra de unos políticos y al ejercicio de unos derechos constitucionales. La dura lección de nuestra historia contemporánea, que el pueblo pagó con esa larga serie de guerras civiles y el ejército con la servidumbre de una intervención política que le distanciaba de su esencial misión de asegurar la independencia y la libertad de la patria. Manuel ESPADAS BURGOS 13

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