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ABC MADRID 14-08-1977 página 111
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ABC MADRID 14-08-1977 página 111

  • EdiciónABC, MADRID
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-OultQtD los calzoncillos. -m e DrdenóObedecl, Y en mis tinlgas las correas se quedaron se ñaiadss, j D i o s mion qué barbaridad! Esta escena se repitió muchas veces. Por cualquier motivo leve, Me ful percatando da que m i madre lo que quen a era alejarme da ella. S le estorbaba. Vo era un muchacho aburrido y t r i s t e que no aervífl e mi madre para nada. Porque mi madre pensaba q u e t o d o el mundo tenia que servir para algo, do acuerdo con sus criterios. Y el m o, pobre no pertenecra al d ella. Una ooche llegué e casa más tarde que nunca. Había estado con un pobre hombre. La paliza de aquella noche fue tremenda. No pude más, pero aguamé. A l f i n sangrando c o m o u n cerdo, m e rebelé y dije; -Esta es la última, m a d r e S (disfrutas pegando, pega a los perros o pégate a t L A i amanecer m e marché d e casa. Con muy pocas cosa Con inmenso dolor en el cor f l i ó n A n t e s de marcharme me quedé mirando al reloj, a B mesa donde tantos días almo r i a m o s I untos los t r e s a ih butaca de m i padre ausenten a la ventana del vestíbulo desde la que velamos llegar la primavera o el otoño. Abrí l a s puertas d e la habitación donde dormía m i madre. Y dormía. Su sueño parecía el de una perturbada. Tal v e í lo era. O no. Fíoma, M a d r i d Lisboa. ¿Cómo? Robando en loa caminos, en las tiendaSn en ios hoteles de ü o. incluso en los prostíbulos. M i padre me sacó de apiiros varias veces y hasta me dijo que me quería. De una manera o de otra se enteraba de mLs maldades, de mía estupideces humanas, ¿Por quó m e t i i c o u n golfo de tercera categoría? P a r a qué contestar a estas pregunt a s Cicatrices en mi espalda, en m i pecho, en mis nalgas... Luego, la cárcel, el penal, el trabajo como restitución. Y la reincidencia. En los calabozos se aprende mucho. Llegué a ser un peligroso delincuente. Más tarde, un arrepentido pecador. En aquel tiempo m i vida tue una anárquica sucesión de pensamientos y de vivencias. En las cárceles leía bastante. Pero no terminaba de hallar la auténtica razón da m i ser, Ui en las pausas doradas de fray Luis ni en tas disciplinas sensibles de Goethe. Tampoco Jiegaba a comprender, aunque en potencia dolorida ya lo amaba, el encuentro dol amor la Legión. África, Mas heridas en mi cuerpo, Pero a m a n o i yo me sentía f e l l j al comprender que hacía algo. Durante la contienda yo llegué a ÜQrar sólo al pensar en que la sangre de mis enemigos era mi sangre. Yo no tenia enemigos, Y luchaba para poder tranquilizar m i coraíOn. Yo luchaba para que el amnr oue ya presentía no dejase de ser amcr, para que en los atardeceres del mundo todos los hombres íuesen meior. Luchaba por las flores, por las acacias de paí, por los niños pálidos, par los enfermos. No sé. Tai vez, por mi madre y por mi padre. Terminó la guerra y. una vez mes, me quedó solo. Solo. En la mayor soledad. No tenía amigos. Sí. recuerdos y pobrezas. No tenía a nadie. Un libro que encontré en un basurero fue mi amigo. En este libro se decían muchas cosas. Aprendí. Me hice fuerte Lo demás lo consiguió al padre Samuel, con quien discutí. M I vida era lucha. Con unas frases del Evangelio me colocaron un hábito. Y con el hábito me fui al Congo. Paludismo y muchas cosas más. con el amor sosegado. M i viaje con el alma era aburrido y triste. De cuando en cuando encontraba en el camino una piedra carca del penal, que me f acía pensar en las frialdades de la existencia. O escuchaba la torpe canción d 4? l camlituntu, qu j MU líé üón ai me hacía retroceder o avanzar e n cualquier amanecer o noche. Al ver a loa niños, al mirar a ios árboles, al tocar la tierra con mis manos, ai sentir B I sonido de las risas ajenas, me acordaba como un loco del poeta Vaüejo cuando decía al mundo: -Todo esta alegre m e n o s mi alegría ¿Oué era todo esto? Tienes un padre y tienes una madre. Y casi lo único que tenia era una inmensa amargura- Síempre he pensado qua si mis padres no dejan España nada hubiese pasado. Pero París a mi padre le tentó. Porgue las cosas del corazón iban bien en España, concretamente en San Sebastián y en Oviedo, donde vivirnos casi hleiuprc? 3 1 jviejüi ion en Francia ios negocios; pero allí se ensuciaron los asuntos íntimos del ainia. Me enteré de que mi padre era alcohólico y hasta aficionado a las drogas. Todo puede ser. Pero ello no podía de ninguna manera justificar los excesos de mi madre conmigo, a la que había sacado m i padre de una especie de casa de juego. La guerra de Esparta h l í o que yo pudiese alisUrmiü en Se enteró Daniel de que yo estaba en Bélgica. Daniel, en Bruselas, dirigía una residencia de ancianoSr Nos encontramos en Ostende una tarde de marzo. Un sol pálido nos acompañaba. en Ostende. en el paseo marítimo, Daniel m e e n t r e g ó como en meditación, todo su drama que acabo de relatar con no pocas omisiones que me quedo yo con ellas, para rezar con ellas, para abrasarlas cuando en les amaneceres sienta miedo de vivir. A l g o sabía yo- Desde que nos conocimos en San Sebastián habiamos mantenido una correspondencja irregular y reservada. En Ostende, Daniel se desnudo y me hizo temblar mientras paseábamos ante la inmensa playa, ¿Qué es de tu madre? -le pregunté, -Creo que vive ahora en Suiza- -i V tu p a d r e No sé ñadí Hffi i El hábito blanco del sacerdote se llenó de pena. Bajó la cabeza Daniel y se puso a llorar, Vo miró para otro lado. Unas olidas rubias que jugaban en la playa de Ostende se le quedaron mirando. Una de ellas tenia entre sus manos una paloma. Dan i e l mas calmada, me dijo señalando a este niña: -Mira JoBé Uuls HIARTIN A B R I L 7

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