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ABC MADRID 12-07-1977 página 8
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ABC MADRID 12-07-1977 página 8

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página8
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SERRANO SDNER CAPITULO VI LIBROS SIN ABRIR EL ALZAMIENTO MILITAR Publicamos a continuación, por. cortesía de don Ramón Serrano Súñer y de editorial Planeta, la segunda parte del sexto capítulo del libro Memorias de Serrano Súñer, en el que, bajo el título de El alzamiento militar narra el autor los primeros días de la guerra civil en Madrid. MI DETENCIÓN PLASTADA la sublevación, los grupos de milicianos incontrolados aumentan y se apoderan de la calle y de la ciudad. Xa para las personas en alguna significación política, e incluso sin ella, la vida no valía, nada, Yo me refugié, primero, con má mujer y los tres hijos muy pequeños que entonces tenía, en una pensión de la alie de Velázquez, de unas señoras de Oviedo conocidas de mi. familia. Allí recibí la visita de mis hermanos, que habían sido movilizados por la Jefatura de Obras Públicas al servicio del Ejército, a los efectos de replantear la construcción de fortificaciones en la Sierra. Mi hermano Fernando me dijo: Nos hemos podido pasar esta mañana con toda facilidad. Hemos estado a pocos metros de ellos (de los nacionales) Yo le contesté: ¿Por qué no os habéis pasado? Y él, mirando a los niños, respondió: ¿Y estos niños? (Mis hermanos podían, entonces, circular por la calle por razón de la circunstancia expresada. Las contadas nersonas de las que estaban en la pensión, y que tenían posibilidad de salir a la calle o de recibir alguna noticia, empezaban a hablar de las matanzas que se estaban ejecutando en todo Madrid; especialmente contaban que llevaban a los militares a la Casa de Campo para fusilarlos. Estando en esa casa de la calle de Velázquez, un día oí por Unión Radio, de Madrid, una alocución de Indalecio Prieto, en la que se refería a los desmanes y a los crímenes que se estaban enseñoreando de la capital. He recordado y repetido muchas veces la moción de aquel llamamiento suyo, en el que pedía a la Juventud pechos acerados para el combate y piedad en la retaguardia Al hacer acto de presencia en la pensión, ana persona ajena, un coco sospechosa, comprendimos que había que salir de allí. Mi mujer y los niños se refugian en una pensión de la Gran Vía. donde, por el momento, resultan desconocidos. Y a mí me dice mi amigo Ramón Feeed que puedo ir a vivir con ellos a su casa de la, calle de Villanueva, y así lo hago; pero al día siguiente, a las once de la noche, estábamos precisamente Feeed y yo mirando a la calle 8 A La Cárcel Modelo era, en alguna medida, el sueño- de los perseguidos... Teníamos jurisdicción exenta y la vigilancia interior seguía a cargo de oficiales de! Cuerpo de Prisiones y la exterior la montaba una compañía de guardias de Asalto. desde el balcón- -discretamente, claro- -y, ¡pondí. Tendrá que saber insistía él. Y de pronto, vimos parar un coche del que ante mi nueva negativa, dijo que lo sentía descendían un miliciano y un guardia de mucho, y me llevó junto a un árbol, volvió Asalto, y en seguida comprendimos de qué a. reunirse con uno de los guardias y los se trataba. Subieron; quedó en la puerta dos me apuntaron con los mosqueteóles. Yo de la casa el guardia y entró el jefe de en ese momento, ante lo ¿rremediable. recé, aquella pequeña fuerza, que era un hom- pero en seguida me di cuenta que pasaban bre joven, de estatura corriente, más bien unos segundos, y vi que aquel hombre voldelgado, y que iba vestido con pulcritud. vía al árbol y me llevó de nuevo a donde Llevaba una camisa azul celeste, que era estaba el guardia de Asalto, me repitió que según creo, la de los comunistas, y unos quería salvar mi vida, que él también era. cordones. Preguntó por mí y se encerró un burócrata (Era vm poco pedantilla. conmigo en el comedor de la casa, y allí Me habló de que trabajaba en un Juzgado, empezó el interrogatorie. Era cierto modo somos compañeros dijo. Insistió en lo de las relaciones de Gil Robles con la Monarquía, y de A primera pregunta era (conocía, mi y de CasanuevaMonarquía. Creo que no Franco con la parentesco con Franco) ¿Cómo es existen esas relaciones es lo que yo añaposible que ese hambre no le haya Y entonces me prevenido a usted de la fecha, etc. Yo le dí. árbol y tuvo lagarllevó por segunda vez ai dije: Porque esa comunicación resultaría silamiento. Pasaron deotro simulacro de funuevo unos segundos muy difícil o peligrosa. Después pregun- y se volvió a aproximar a mí dieiéndome. taba insistentemente sobre lo que yo sabía Bueno, como le he dicho, no quiero matarde los propósitos de Franco en el Alza- le. Y Radio Comunista que miento. Especialmente me preguntaba tam- habían me llevó alen la Editorial Católica. bién sobre la relación coa el Rey y tam- Allí me instaladocompletamente solo en un dejaron bién con Gil Robles, con Cándido Casa- local grande. A los diez o doce minutos de nueva, con la Monarquía... estar allí, por el extremo opuesto de donde Desde la casa de Feceá, el miliciano me yo me encontraba, cruzó una persona a la llevó a la de mis hermanos; allí hizo un que yo conocía. Luego supe de quién se traregistro y encontró en un bureau una. taba: era Ángel Laborda, que trabajaba en serie de recordatorios y cartas de pésame dos periódicos de la casa. Este hombre me con motivo de la muerte de mi padre que miró, y me hizo el efecto de que en lugar había ocurrido unos días antes. Como us- de encontrarme con caras torvas, daba la ted puede comprender- -le- dlie- -con esta, sensación de que me miraba con gesto hudesgracia no hemos tenido ánimos de ocu- mano. Pasada como una. hora de todo esto, parnos de nada. Entonces el hombre con- entró otra vez el miliciano en cuestión y me testó: Pues acompáñeme. (Siempre me subió a un coche que nos llevó a la Direchabló de usted. Antes me despedí de Ra- ción General de Seguridad, donde me enmón Feceá, de su mujer y l e un matri- tregó, diciéndome al despedirse: ¿Tiene monio, Fagalde, amigo de los Feced y creo usted alguna dieta pendiente de cobrar en que vecino. Me subieron a un coche con las Cortes? Si Usted quiere se la cobro yo. otro guardia más y salimos por Cibeles, Pues máre usted- -le dije- desgraciada Gran Vía, al Parque del Oeste, nos aden- mente no tengo ninguna. Bueno, pues yo tramos en él y me interrogó de nuevo el le entrego aquí. Yo le entrego; no soy un miliciano. Me manifestó que de ese servi- asesino. Me llamo Luis Mena... cio que hacía necesitaba obtener algún resultado: Yo necesito llevar datos imporí Labord- a. explicó años más tarde que en tantes y usted tiene que dármelos. No qui- esa hora que yo estuve en el Radio Comusiera perjudicarle. De otra manera tendré nista no sé si él u otara, persona, se puque sancionarle. Yo no sé más le res- sieron al habla con Honorato de Castro, L

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