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ABC MADRID 12-05-1976 página 62
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ABC MADRID 12-05-1976 página 62

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC. MIÉRCOLES 18 DE MAYO DE 1976. PAG. 48. FALLO DE LOS PREMIOS MARIANO DE contemporáneos de una Monarquía pretendidamente tradicional renuncian pefezosamente a toda creación, par encerrarse en una campana neumática de malas traducciones; con imaginación tan escasísima que hasta trasplantaron aquí la Action Francaise como Acción Española, sin molestarse en una somera adaptación. Ahora siguen, por lo que cuentan, en la misma línea. La historia tristísima de nuestro siglo XIX demuestra dos cosas: primero, que este pueblo era, hasta 1814, el más monárquico de la Tierra; segundo, que los peores enemigos históricos de la Monarquía, sus destructores más inconscientes, han sido, desde don Fernando a don Francisco de Asís, pasando por don Carlos, un racimo de indeseables coronados consortes y pretendientes, que parece fantasía de un petrolero federal. Los Beyes y Reinas de la Restauración rayan a mucha mayor altura; y sin esa turbia ascendencia- -que llovía sobre los recuerdos populares de la familia de Carlos H y la familia de Carlos IV- la Monarquía española sería hoy, en plano personal y buena parte del popular, más indiscutible que la británica. Sobre todo si él prometedor horizonte político qué Cánovas centró más bien en la Institución- -la Corona- -que sobre la siempre frágil personalidad de un Bey (aunque Hon Alfonso XII fue un Rey moderno casi ideal) hubiera llegado a enmarcar no sólo una posibilidad, sino también una realidad democrática. Aquí radica el gran fallo político de la Monarquía restaurada. La Corona canovista ejercía un poder moderador, bien trazado sobre el papel constitucional. Pero en la práctica, los Gobiernos no surgían de unas eleccio- nes falseadas de raíz por el caciquismo institucionalizac o: eran las elecciones las que se amañaban desde los Gobiernos. La Corona moderaba una opinión pública interpretada por ella misma, sin más guía que la Prensa y, con mayor peso, la presión arbitraria e interesada de un sucedáneo de las anteriores camarillas. De tan turbia génesis nacía un Gobierno que hacía -tremendo vocablo cínicamente admitido por aquella vida política artificial- -las elecciones. De esta forma, la Corona- -que intentaba apoyarse en el Ejército de manera personalista y demagógica- -se convertía en factor clave del fraude político. Cuando el confuso pero incontenible movimiento de renovación democrática revelado en los sucesos de 1917 se combinó con los efectos del desastre militar africano, la Monarquía tuvo que refugiarse en la dictadura, y sucumbió políticamente por Su simbiosis con la dictadura. La campaña de desprestigio, y hasta de insulto permanente contra el Rey durante el año 1930 era, desde luego. Intolerable; pero Don Alfonso XIII no cayó por ella, ni por falta de, cualidades personales y políticas, más que suficientes; ni por su ejemplar identificación con España. No cayó el Bey. tíno a Corona, por haberse prestado a- convertirse en el centro de una gran fic ¿ción política, que no logró superar la fase gNrdémocráUcá ni, después de Cánovas y Sagasta, seguir el proceso de integración de las fuerzas políticas y sociales del país. La Monarquía de estos años setenta, in- atetamos, es un hecho. No suscita delirios pero tampoco objeciones populares ni institucionales decisivas. SI sos mentores ac- túan con inteligencia, podrían capitalizar- el innegable fracaso histórico de las dos Repúblicas españolas, porque cabe proseguir la anterior historia y eomMWbar cómo la España de 1931 vio frustrada en sus raíces la sustitución de una vacía ficción monárquica: -la cascara muerta de José Antonio- -por una sectaria ficción republicana. De que la República sucumbió a su propia ineptitud política, y que me per- Los componentes del Jurado de los premios Mariano de Cavia Luca de Tena y IHing te de izquierda a derecha, don José Vicente Torrente, don Vicente Gallego, don Alberto Monreal Luque, don Carlos IV! en do y don Víctor Salmador donen sus nostálgicos, no existe hoy la menor duda seria. ¿Se dan cuenta los responsables de la nueva singladura monárquica- -todos lo somos un poco- -de su enorme oportunidad, de la interesantísima opción histórica que tienen entre manos? Con tal que eviten los errores históricos del anterior fracaso monárquico, y ante todo, la ficción. Contamos- -cuenta España- -con la persona; y qnien siga arrellanado en rumores estúpidos, que vaya a verle. En el delicadísimo momento de la transición podrá fallar todo menos el Rey, y no deseo configurar un mito, sino reflejar a un hombre. Contamos con el sacrificio consciente, sin límites, hasta la reiteración del abuso; contamos, sí, y podemos dejar desguarnecido ese flanco, con la actitud, auténticamente regia de Don Juan. Contamos con que el futuro Rey alienta un hondo sentido institucional mucho más que personal de la Corona. Contamos con una Reina que ha traducido ya públicamente su original sofrosyne por algo intermedio entre el seny y el saber estar. No se desborda, ciertamente, el entusiasmo monárquico. En un país abstracto que naciese a la Historia en 197.5 carecería de sentido implantar un régimen monárquico. Nada hay en la sangré de una familia española que no exista en las demás. Por no tener, ni aristocracia tenemos, o sería mejor que no la tuviéramos, porque el Bey deberá conectar, como en nuestros mejores tiempos, con su pueblo, sin intermediarios de clase, de grupo ni de interés. Pero no somos un coto histórico abstracto; somos la España angustiada y posible de 1975. Mejor será la serenidad que la bullanga para, iniciar un Régimen; recuérdese cómo han terminado aquí. ios regímenes que surgieron entre caballos blancos o manifestaciones en la Puerta del SoL -La ficción política, pues, será la amenaza mayor para la nueva Monarquía. Lo es ya; porque hay quien trata de instrumentar a to que llaman, con restricción antihistórica, Monarauía del Movimiento como pantalla para el continuismo. Esa Monarquía, claro, iba a durar igual que el continuismo; lo que no impide que algunos continuistas exacerbados sometan ya a la Monarquía a un irracional chantaje político. La Monarquía sólo podrá consolidarse si se convierte en marco democrático permanente; y si admite ese marco una integración de las mayorías decisivas, las fuerzas políticas reales- -muy en concreto las fuerzas del trabajo marginadas políticamente por la restauración anterior- -y las aspiraciones profundas de las minorías regionales, los reinos, las Españas, Por supuesto que la Monarquía no podrá sobrevivir a una prestidigitación de candidatos dentro o fuera de una Casa Real; ni tampoco a una ruptura democrática. Deberá apoyarse ineludiblemente en las fuerzas vivas que, tras fundamentar y legitimar al presente Régimen, logren sobrevivirle como tales fuerzas. No necesitará, desde luego, conservar fuera de los museos a ningún fantasma. Por otra parte, la Monarquía como hecho puede dejar de serlo; esto significa que la. Monarquía es urgente. Jamás como anticipo vergonzante, como una diarquía que sólo pudo salirle bien a Diocleciano en cuanto a subordinación técnica, y etapa para una retirada prevista. Conviene que la Monarquía se restaure en vida activa de la todavía importante base de españoles- -los mayores de cincuenta años- -que vivieron las últimas frustraciones y las últimas esperanzas de la Monarquía anterior. Desde hace más de doce siglos, la tradición monárquica, interrumpida sólo tres veces en la Corona, se ha mantenido vitalmente en el pueblo; ahora esa tradición física está próxima a desaparecer con nuestra generación senatorial. ¿Para qué arriesgarnos a imponer la Monarquía cuando prácticamente todo nuestro pueblo sea republicano o indiferente por nacimiento? Por otra parte, los regímenes vinculados a una persona declinan inevitablemente con su titular, y no conviene a la historia de esa persona ni a la de su régimen, ni sobre todo a España que la nueva Monarquía se asocie irreversiblemente a una decadencia, sino que ponga en marcha, cuanto antes, su todavía considerable carga de esperanza colectiva. Lo que no equivale a marginar históricamente al creador de la nueva Monarquía, Francisco Franco, sino, por el contrario, a situarle históricamente- -y activamente a la vez- -como supremo testigo ante el nacimiento de su obra. Cuando tras su primera etapa constituyente de Gobierno restaurador, Cánovas retornaba a sus cuarteles de la Historia, comentaba certero el duque de Anuíale en París: Ustedes han hecho, con monárquicos, una República; yo he conseguido una Monarquía con republicanos. El Cánovas personal trazaba así, va para un siglo, la. tarea del Cánovas colectivo (uno por uno ya existe, obliguémosles a que se junten) que necesita, urgentísimamente, esta nueva Corona, destinada también a continuar la Historia de España -Ricardo DE LA CIERVA.

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