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ABC MADRID 21-02-1975 página 13
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ABC MADRID 21-02-1975 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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RECUERDOS DE ANA DE POMBO NA de Pombo, en su libro que prologa con gran acierto la duquesa de Alba, nos cuenta su vida. La infancia en el ambiente peculiar de una ilustre familia cántabra, los años de adolescencia en Barcelona, su devoción por Enrique Granados, de quien era discípula predilecta. Ana CaIter de Donesteve, triste, apasionada, imaginativa desde niña, nos descubre la exaltación de su espíritu inadaptado, las aspiraciones de su alma inquieta. H e m o s observado que los ssres de cierta raza espiritual se sienten atraídos, fascinados por el circo, sobre todo por ese circo ambulante q u e u n día prosigue su camino, se aleja, desapareceAna se fue tras de un circo. Volvió, naturalmente. La hicieron volver. Más tarde, mucho más tarde, ya mujer y no feliz, marchó a P a r í s atraída también por el espejuelo, las posibilidades, los horizontes de ese inmenso circo que es la capital francesa. Y esta vez no volvió... Durante no p o c o s años fue la gran colaboradora de Coco Chanel, mujer de singular personalidad. Después, otra firma no menos importante. Es preciso conocer la trascendencia de la alta costura en Francia para calibrar el mérito, la autoridad, la situación privilegiada de aquella dama española como directora de la casa P a q u i n. Recuerdo a M a d a m e de Pombo- -sobriamente vestida de negro, muchas perlas alrededor del cuello, melena alborotada y rojiza sobre la frente- -dando órdenes a numerosas secretarias que las retransmitían a mil ochocientos obreros. Durante un largo período, Ana dicta la moda en Francia, es decir, en el mundo, Retrato de A n a de imprimiendo a sus creaciones un sello español del mejor tono. La recuerdo también en su residencia particular de París. Altas cortinas de lienzo blanco almidonado, imágenes románicas talladas en madera, arcaicos relicarios, hermosas cerámicas. De cuando en cuando, al atardecer, Ana bailaba ante un grupo de amigos. Entre otros, Danislle Darrieux, Ohristian Berard, Serge Lifar, los hermanos Sakharoff, Misia Sert, la genial esposa de nuestro gran pintor catalán. Al piano, Rafael Arroyo. Ilustres extranjeros, de paso en París, acudían también a aquella casa, que alguien denominó Paredes internacionales de la capital del mundo y sentíanse cautivados por el prodigio de las castañuelas, que Ana manejó siempre con singular maestría, por aquellas danzas personalisimas que tanta resonancia habían de alcanzar ante eU gran público con motivo A de los recitales sn la Sala Pleyel, en la ópera de Lyon, en la de París... Los críticos coincidieron en sus apreciacionas: ¡Qué lejos las gitanas desenfrenadas, la orgía de colores, la seducción lasciva a que estábamos acostumbrados en lo que se refiere a danza española! Admiremos, sobre todo, en Ana de Pombo la distinción suprema, la elegancia plástica, los ademanes graves. Danzas llenas de fervor místico que De Buenos Aires regresa Ana casada con el arquitecto y decorador argentino Pablo Olivera. Juntos fundan en Madrid la casa Tebas (decoración, antigüedades) de la que guardamos recuerdos muy gratos. Allí se dieron conciertos, conferencias, fiestas memorables. De Tebas -donde todo era lección de armonía y estética- -salió un estilo nuevo, una manera determinada de colocar ciertos objetos y de eliminar otros; una influencia poderosa que sigue predominando y a la que no se sustraen actualmente nuestros decoradores. Ana y Pablo supieron descubrir, valorar, imponer el auténtico mueble español del siglo XVII: sobrio, escueto, bellísimo, tan distinto de las pretendidas copias y las falsas i n t e r prefaciones que hemos padecido durante muchos años. En aquel tiempo publicó Ana dos libros de versos: A tu puerta y 37 poemas E s t r o e l e v a do. inspiración personalísima, c o m o todo cuanto proceda de esa criatura mágica -asi la llamó González Ruano- de esa mujer penetrada de arte hasta la entraña -así la definió Manuel Halcón, en un admirable artículo titulado Ana ds Pombo o el buen gusto Sus días transcurren ahora apacibles, en un bello rincón dé Marbella: El Huerto de los Olivos En el curso de estos últimos años recibe con alguna frecuencia la visita de una figura universal: Coco Charral. Seg u i a m o s siendo buenas amigas. Juntas recordábamos los viejos tiempos triunfales, como si fuéramos generales en excedencia. Durante sus estancias en Marbella, Jean Cocteau, que h a b í a descubierto- -bastante tarde- -a España, departía durante largas horas con Ana. Como si se hubiera vuelto español- -escribe ésta- el pensamiento de la muerte, la vida del más allá, le preocupaba, le intrigaba. Pombo realizado por el a r t i s t a Agustín Hernández en 1974. representan una contribución a la liturgia... Consuela y alegra ver el arte español tan ennoblecido, tan lleno de señorío, sin perder su alma popular. Muchas son las personas célebres a las que Ana de Pombo se refiere en su libro de memorias: Marañen, Ortega, Cocteau, Colette, Sacha Guitry, Goering, etc. La silueta trazada con más acierto es, sin duda, la de Eva Perón. Apenas llegada a Buenos Aires, la directora de la casa Paquin es llamada y recibida por la primera dama del país: a las siete de la mañana! Vengo de visitar a los pobres- -dice Eva a Ana- dispongo de muy poco tiempo, pues he de atender luego a mis descamisados. Proyecto un viaje a España. Para subir la escalera del Palacio de Oriente quiero un vestido más suntuoso que todos los llevados por las Reinas de España. Entre los olivos de su huerto Ana de Pombo recuerda a los amigos que no volverán; recuerda el París conocido en todo su esplendor y el París invadido por los alemanes. Y siente- -siempre sintió- -la nostalgia del pequeño verde y amado rincón nativo añorado muchas veces con Víctor de la Serna. Recuerda, sin duda con orgullo, el baltet español que ella creó. Sesenta bailarines, trajes incomparables y la colaboración entusiasta de Halffter y José María Franco. Entre los olivos de su huerto Ana recuerda su actuación última e inolvidable, lo que suele llamar mi canto de cisne Sus danzas- -al compás de la guitarra de Ángel Barrios- -entre los cipreses del Palacio Imperial, aquella noche de Corpus, en Granada... Agustín DE FIGUEROA

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