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ABC MADRID 07-04-1973 página 3
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ABC MADRID 07-04-1973 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA, SOCIEDAD ANÓNIMA MADRID R E D A iC I O N y ADMINISTRACIÓN Y T A L LE RE Sí SERRANO, 61- MADRID DIARIO FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA N gran embajador acaba de dejarnos para siempre en la plena lucidez fecunda de sus ochenta años cumplidos. Otro, no menos brillante y de penetrante entendimiento, ha dado a la publicidad un sustancioso ensayo sobre el país en que terminó su carrera profesional activa: la Holanda de nuestros días. Al conde de Casa Rojas fe sucedí en París heredando su misión ancha y popular en la capital francesa, como antes y después en la capital del Brasil. Tenía, junto al savoir faire del oficio, rico en matices, recursos y experiencias, un españolismo de buena ley, acuñado en lenguaje sonoro, limpio, henchido de clásicas lecturas, que a veces tomaba la forma de rotunda sencillez, enfrentada con las innecesarias convenciones a las que rinde con frecuencia culto la vanidad humana. Era el suyo un señorío innato, con un regusto elegante y popular a un tiempo, que lo hacía ser respetado y querido por los interlocutores de toda especie y condición. Del duque de Baena, hombre de muchos saberes y erudición de primera mano, leemos ahora un trabajo, que difícilmente podrán superar los especialistas en el tema, sobre El rompecabezas holandés Baena nos ofrece una visión de los Países Bajos en la que se entreveran, como los hilos en un tapiz, la idiosincrasia de las gentes que los pueblan; la caudalosa corriente de las tradiciones que forman la trama de su carácter; lo que la Historia trajo; lo que el tiempo, con su transcurso, se llevó; el relevante y singular papel de la Corona y de la dinastía; el espíritu liberal, independiente, avanzado, hecho de muchos equilibrios, de este gran pueblo que vive, trabaja y comercia junto al mar y que representa quizá mejor que ningún otro la quintaesencia de la neutralidad europea de nuestros días. De la personalidad de ambos embajadores, que llegaron al nivel de la serenidad biológica con una clarividente experiencia vivida de naciones y de problemas internacionales, cabe extraer u n a profunda enseñanza: la del diplomático que no sólo se entrega a la misión conferida, sino que muy primordialmente trata de conocer intensa y objetivamente al país en que reside y lleva a cabo su tarea. Sin que exista interés hacia el pueblo en que se ejerce la función, resulta ésta, obligadamente, incompleta y, muchas veces, equivocadas las informaciones que se reciben y transmiten. Los diplomáticos no son los espías honorables de que habió el personaje famoso, ni tampoco los exi- U EL DIPLOMÁTICO liados voluntarios bien retribuidos que la maledicencia ingeniosa de un compañero bautizó con alegre frivolidad. Pero para el logro perfecto del objetivo que tratan de alcanzar, ese mezclarse con la nación foránea en que discurre su quehacer, integrándose en sus p r o b l e m a s aun sin tomar partido en ellos, resulta esencial. Hubo un tiempo, casi una época, en que se le tomaba la orientación contraria: la de sentirse deliberadamente ajenos a las cuestiones candentes, como habitantes de un ghetto marginal indiferente a las efemérides que llenaban la existencia cotidiana del país en que se representaba al propio. Había en ello hasta un punto de snobismo de buen tono, a veces celebrado por las oligarquías indígenas, deseosas, también ellas, de mostrar un aparente desinterés hacia la política de casa. Las dos guerras mundiales acabaron con esta imagen arcaica y un tanto proustiana del embajador tradicional, que fue sustituida por la del hombre que llegaba a una nación ajena con el primordial intento de conocerla a fondo, sumergirse en su ambiente y costumbres, escuchar su lenguaje y captar los matices de su pensamiento y las tendencias de su opinión. No es ello tarea fácO ni cómoda. Requiere flexibilidad, adecuación, tenacidad y muchas veces infinita paciencia. Alterar los hábitos propios en favor de las predominantes rutinas ajenas, diferentes en cada capital, no es empresa que siempre resulte agradable por cuanto modifica horarios, aumentos, calendarios de estación y tono y temario de conversaciones y diálogos. He conocido asombrosos ejemplos de esta adaptación diplomática española al ffijmetismo ambiente realizados en po- cos meses, que daba lógicamente fecundos resultados, entre ellos el de la general estimación de los nacionales entre los que el diplomático convive. Todavía esta condición es básica para cualquier proposito de largo alcance. El kissingerismo con toda su aparatosa publicidad consnmista de diplomacia de choque y de aeropuerto algo de playboyismo sirve, en efecto, de unidad de ruptura para abrir las aneas adversarias y obtener efectos psicológicos inesperados, como una división blindada abriendo brecha en el dispositivo contrario. Pero los intereses de los países que pueden necesitar de un momentáneo revulsivo que cambie la orientación o decidida una importante cuestión son algo, por lo común, permanente originado en arraigados estratos de la colectividad, a veces de lejana procedencia, y sin conocerlos directamente no es posible hacer una aproximación verdadera por parte de otro país. Sin entender, por ejenyjlo, lo que De Gaulle llamaba una cierta idea de Francia no era verosímil en la. V República ni seguir el hilo de su: acción política exterior ni intentar cualquier aproximación real al terreno de sus iniciativas. Para comprender la política norteamericana, y muy especialmente la política exterior, es preciso intuir el palpito vital de aquel gran pueblo, su curiosa desideologización en aras del implacable pragmatismo, el factor de irracionalidad que aletea en la vida pública, y los elementos varios, contradictorios y sorprendentes, que califican o descalifican a los hombres políticos de Norteamérica y que poco o nada tienen que ver con la tabla homologa de los valores europeos. Hispanoamérica es otra experiencia intraducibie. Quien allí vivió sabe del ingrediente telúrico como del talante humano; del concepto de la distancia como de la distinta versión de la naturaleza; del libre empuje de las gentes como del inmenso- légamo indigenista, sin cuyos datos peculiares cualquier versión literal a la que la lengua común presta engañosa ayuda corre el riesgo de resultar poco concorde con la realidad. El diplomático estable que toma parte en la cenestesia de la comunidad nacional a la que temporalmente pertenece sigue siendo elemento necesario en la sociedad internacionaL De él puede decirse lo del proverbio oriental: qpi quieres negociar útilmente con el prójimo ponte su traje y sus sandalias y, si pudieras, su piel y sus huesos para conocer sus deseos desde el interior de su ahnaj José Mana DE AREILZA

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