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ABC MADRID 24-12-1972 página 122
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ABC MADRID 24-12-1972 página 122

  • EdiciónABC, MADRID
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MI BIBLIOTECA P ENSE un día ordenar mi biblioteca y convertir en ficheros la memoria revuelta de volúmenes y estanterías, reduciendo a cartulinas el palpito espacial que me orientaba, aproximadamente, hacia el libro deseado o necesario, en la balumba de las estanterías y baldas. Fichar una biblioteca es tarea apasionante, no sólo para los expertos que la llevan a cabo, sino para el dueño de tanto libro que vuelve a verlos pasar, uno a uno, por el gabinete de identificación. Y allf aparecen los viejos amigos: los olvidados; los sorprendentes; los desconocidos. Una biblioteca es como una antigua ciudad enterrada: Arqueología libresca. Cada golpe de azada, revela, quizás, tesoros. La ordenación bibliográfica, descubre también, piezas incalculables. Mi biblioteca tiene un poco de todo. Y un sedimento de distintas épocas. Mi padre tenía un buen conjunto de obras que Iban desde 4 a Medicina, que era su profesión, a la Filosofía y a la Historia, que eran sus aficiones preferidas. Yo les añadí Literatura, P o 111 lea, Sociología, Economía, Ciencia y temas vascongados y americanos. Y asimismo, obras de consulta sobre geografía histórica y artística de España. Nunca me interesaron los ejemplares únicos, por serlo, ni los valiosos, ni los lujosamente editados o encuadernados. Me gustó el valor instrumental del libro. Su manejo; su lectura; su consulta. Tenerlo a mano para volverlo a leer o refrescar un dato o una cifra. La presencia de miles de volúmenes rodeando la estancia, presta un especial calor, no sólo físico, en Invierno, a la habitación. También hace de aislante del ruido callejero y pienso que es significativo tener de cámara de silencio frente al ensordecedor tráfago urbano las páginas d Dostoievsky o de Luis de Granada o el trote retórico de la ultratumba de Chateaubriand. Los libros alineados son como los árboles de un bosque que escoltan ai visitante. En sus anaqueles conservan ese milagro del ingenio humano que son las páginas Impresas: un poco de celulosa y otro poco de tinta emplomada. Al conjuro de la luz, la vista reproduce la palabra hablada que excita la imaginación y pone en rodaje el mecanismo mental. Miles de razonamientos, de diálogos, de sensaciones, de juicios, de polémicas aguardan así, el movimiento del brazo y de la mano que abre sus páginas y los hace vibrar para convertirse en pensamiento. Un espíritu que nos es ajeno y que en su mayoría ya no existe porque murió hace años o siglos nos comunica entonces sus reacciones o la de los personajes que inventó. Y así, en cascada, podemos revivir, personas, historias, descripciones, análisis, síntesis, toda la infinita variedad del acontecer del hombre en la peripecia intelectual que le define y distingue, dentro de la biosfera, como único ser racional. adjetivos en vez de razones al adversario político. Los políticos en camisa de Martínez Villegas, escritor progresista, podría ser un resumen de lo que publican algunos periódicos actuales. Luego es divertido pensar que se emparejan en tos plúteos, autores contrapuestos: Donoso y Olázaga; Balmes y Toreno; o biografías antagónicas: Espartero y Cabrera; Carlos Vil y Alfonso XII; Prim y Narváez. Es como un valle de Josaffat anticipado. Los que en vida lucharon, discrepando, aguardan en silencio el juicio del lector que los resucita. De sus empeños, acaso es este conjunto de libros y folletos lo único que queda palpitando por encima de las estatuas de bronce, los rótulos de calles y plazas, los retratos románticos o la obra administrativa o militar que realizaron. Tuvieron luego su turno clasificador los filósofos. Densos volúmenes que rezuman apretado quehacer mental. A muchos no me atreví a meterles el diente. A otros, por encima. A Leibnitz, en parte. A Descartes, lo necesario. A Platón, sí, por claro y limpio en su lenguaje. A Tomás de Aquino, fatigosamente. Junto a ellos estaban Nietzche, fulgurante y delirante en sus perspectivas. Schopenhauer, sustancioso y lleno de fascinación. Renán, prodigioso en su encanto literario de quien sus enemigos creyeron en su tiempo, que encarnaba el anti- Cristo. Hegel, solemne, rotundo y antipático; Comte, inventor de una sistemática que en Brasil creó escuela, doctrina con adeptos e Iglesia positivista. Kant, que produce al leerlo un frío racional y visee ral, sólo explicable para quien ha visitado Kónigsberg en invierno y recorrido los helados estanques de Frisia que producen ámbar junto al Báltico, el Castillo de la Orden teutónica, luego de los Reyes de Prusia y la catedral con la tumba del pensador, Junto al coro: Escalofrío germánico. Después vienen los volúmenes de Teilhard, tan callentes, tan accesibles, tan jesuíticos, en su científica y evolutiva probabilidad. Pidal resucitando al Cid histórico y explicando la idea imperial. Y don Manuel Cosslo exponiendo el Greco. Y las cataratas heterodoxas de don Marcelino, llenas de talento y de sorna montañesa, demostrando que apenas hubo herejes entre nosotros y que apenas hubo ciencia en la España de los Austrias. Tengo un rayón de canovismo con obras de y sobre don Antonio. Y con el, Canalejas y Moret y Maura y don Pedro Salaverría y Sllvela y Castelar. Me encuentro con Soldados y Políticos el extraordinario recuento de artículos de Lequerica, única obra que ó publicó y eso por Insistencia de don Juan de la Cruz, el gran periodista director del Pueblo Vasco No llegan a cien pero iqué prodigiosa antología del pensamiento conservador entre 1923 y 19301 ¿Por qué no escribiría más este soberano escritor político? ¿Acaso la acción le preocupara más que la reflexión? ¿Acaso la pudibunda timidez vascongada le hacía desconfiar de la letra impresa? Las memorias y las historias Talleyrand, Saint Simón, Mirabeau, Marbot, el Rey José, Godoy, La Forest... Thlers, Mlchelet, Lafuente, Ballesteros, Pirala, Oncken, Mommsen, Toynbee, Spengler... Monumentales frisos del suceder en los siglos pretéritos. A veces la retórica envuelve la erudición. En ocasiones, la erudición desfigura la perspectiva. Los recuerdos de Talleyrand, por ejemplo, decepcionan a fuerza de cautelas. Los de Godoy se borran en perfiles anodinos. Sólo destaca Saint Simón, dueño del adjetivo y del adverbio. Analista implacable; sicólogo de profundidades; fiel resucitador de una corte de cuyo engranaje protocolario y de convencionales valores formaba todavía parte. P OR un azar de comodidad en el trabajo, empezó la clasificación por las estanterías de historia del siglo XIX español. Allí salieron liberales y carlistas: moderados y progresistas; caudillos militares y tribunos parlamentarios en multitudinaria caterva. Se tiñen las biografías de acentos ditirámblcos y los relatos, de pasión. Las historias son sin excepción, polémicas y tratan de probar su punto. Salvando fas distancias hay no poco de sobreviviente en nuestra política contemporánea de esa atroz costumbre de personalizar las cuestiones, de convertir las doctrinas en argumentos ad homfnem y de lanzar L E vino el momento de la tría al 98 español. Casi todo en ediciones o r i g i nales de Unamuno, Maeztu y Ganivet- -algunas con dedicatoria a mi padre- Y junto a ellos, Ortega, Maraflórt, Miró, Madanaga, Azaña y Pérez de Ayala masstros del lenguaje en la nueva edad de oro de que hablaba con razón don Gregorio, R a f a e l Sánchez Mazas, Basterra, Machado, Juan Ramón, don Jacinto. y don Santiago Ramón y Cajaf, aconsejando a los investigadores desesperanzados. Y Menéndez UE agradable compañía la de los libros de viaJes por España, de información sobre nuestra geografía! El Laborde y el Villamil, con sus enormes páginas de grabados, nos abren el apetito visual, como el Swinbume, al Davlllisr o el Poitou, los apuntes del general Bacler d Albe que vino con los invasores napoleónicos. Tengo siempre a mano el Madoz, con el Ponz y ios tomos de las provincias de España artística, editados a fin de siglo. Ellos juntamente a los Coello- -cuando existen- -o a Tomás López o a otros mapas más antiguos permiten localizar el hallazgo que topamos en ésta o aquella excursión. Adquirí en Barcelona, no ha mucho, una colección de más de cien mapas antiguos de España, algunos Intonsos. Replantear sobre ellos el itinerario actual de un viaje es una vertí a d e r a aventura apasionante. Los despoblados las ruinas, las ermitas, ios castillos, afloran sobre el grueso papel de los siglos XVII y XVIII y permiten revivir el pasado. Si no fuera tan difícil colgar los mapas con orden para consultarlos yo ¡Q

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