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ABC MADRID 21-12-1972 página 21
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ABC MADRID 21-12-1972 página 21

  • EdiciónABC, MADRID
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¿AGONIZA LA FE? E L hombre es acción, Iniciativa, impulso, movimiento. Moverse es transformarse. Decir hombre es decir espíritu, interioridad, valores en desarrollo, energía ascendente. El hombre individual y el hombre histórico comprometen su ser en el tiempo caminando siempre hacia un más, hacia una superación. Esto es realizarse. Los retrocesos, en las personas y en las civilizaciones, son crisis, enfermedades, estados de escalofrío vital o de crecimiento fuera de norma, siempre con esperanza de reacción, adelanto y mejoría al pleno. Sólo la muerte es truncamiento definitivo. Pero nadie quiere morir. La sobrevivencia es aspiración oculta de todos. Morir, para el que cree, se llama resucitar. Las religiones son puentes, o ideas- canales, tendidos entre los tiempos históricos. Tienen por destino salvar de la muerte o retardar la agonía de las culturas. Dentro de cada campo religioso, la fuerza operante de salvación está encaminada en una minoría. La misión de ésta es transmitir la corriente imperecedera del espíritu a las generaciones y pueblos que están por venir. El mundo necesita una levadura de espiritualidad, que vitalice las células y tejidos enfermos de la religión. Su robustez vigorosa se presiente con esperanza en algunos movimientos de juventud, confesores de Cristo sin respetos humanos, y en la acción transformadora de arriesgadas instituciones seglares. Tanto aquéllos como éstas obran con corazón impertérrito, a la luz del día. La salud sobrenatural que precisan los hombres no está en la vuelta inerte al pasado. Nuestra resurrección ha de venir por los caminos de sinceridad gallarda abiertos con calor al futuro. Tampoco dan la pauta los cauces poco comprometidos del clero. La defección ministerial obliga a descubrir otros horizontes de expresión evangélica, dotada al vivo de un testimonio más a la mano, menos formalista, más entero y más convincente. La práctica religiosa por convicción, por compromiso, por dignidad de conciencia responsable, va sucediendo al obrar por impulso ciego de rutina o por miedo al anatema de suplicio, penas eternas y prohibiciones. Ser religioso es sentir a Dios más como amigo confidente para proporcionar ayuda que como vigilante justiciero para dictar sentencia; más como instancia salvífica de amor que como palabra condenatoria de castigo. En el mundo de la espiritualidad sin mixtificaciones sólo se habla ya este lenguaje. La calidad, no el número, es lo que man- Desde que Pablo VI declaró su miedo a que por alguna grieta hubiese e n trado el humo de Satanás en el templo de Dios y que el demonio se hallase confortablemente instalado en el seno de la Iglesia son muchos los agoreros de tenebrosidad, incertidumbre. calamidades y exteriores de agonía para el futuro del c r i s t i a n i s m o afirma en este artículo su autor. tiene vivas a ¡as iglesias. Habrá creyentes mientras exista pureza en los corazones. Con integridad en las conductas es como se ejercita la religión. Sigue así en pie y se potencia firme el humanismo vertical, trascendente, tendido entre Dios y el hombre, con amor fructífero de naturaleza y de gracia. Este humanismo es diálogo convivencia! entre el cielo y la tierra. Tanto como energía interior es sacramento. Sus realizaciones actúan contestatariamente, como respuesta a lo falso en las voluntades y como aspiración a formas más genuinas en el ser. Es evidente el descenso del espíritu en la cotización universal de valores. La cultura de las realidades terrenas y sus enfoques negativos hacia lo trascendente, tanto en los medios vitales ae juventud como entre las generaciones adultas, crecen cada día más y más. No hay que negar lo palpable. Pero en este declive lo que baja es un fenómeno cuantitativo. Se habla menos de Dios, es verdad. Sin embargo, se le vive más intensamente. Gana la categoría. Antes que las crisis de fe importan en el mundo las crisis de esperanza. Desde que Pablo VI, el 29 de junio de 1972, ante el estado conflictivo de las ideologías y movimientos desacralizantes, que perturban la intimidad religiosa entre los fieles, declaró su miedo a que por alguna grieta hubiese entrado el humo de Satanás en el tempio de Dios y que el demonio se hallase confortablemente instalado en el seno de la Iglesia, son muchos los agoreros de tenebrosidad, incertidumbre, calamidades y exteriores de agonía para el futuro del cristianismo. Pero esa profecía negra había sido previamente desnucada con optimismo clarificador pocos días antes por el propio Pablo VI, el 23 de junio, cuando proclamó sin titubeos que la Iglesia está viva que la iglesia está en plena acividad que la Iglesia está en plena juventud Ningún otro temor debe inquietar al ministro jerárquico de la fe, sino que se acomode en el corazón de los creyentes el demonio de la desesperanza. Corriendo con ilusión, con alegría, con entusiasmo hacia el futuro, no hay potestades ni entronizamientos demoníacos que temer. El futuro de la Iglesia es Cristo: un futuro soteriológico, un futuro de salvación. Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la Tierra? Es ésta una pregunta que se hace Maritain en su última obra, La Iglesia de Cristo Y contestamos con su mismo fuego encendido de confianza. Aunque el Evangelio haya sido predicado en todas partes, y aunque sólo un pequeño rebaño haya conservado la fe, será ésta una fe tan ardiente y pura que compensará ante Dios las deserciones y la indiferencia de la mayoría. Lo selectivo, al fin, no lo magnitudinario o el monto, es lo que impedirá la muerte de la esperanza, y será la tabla de salud para que en la Iglesia escatológica no haya naufragado la fe. Los criterios de salvación no se traducen en guarismos y curvas de estadística, sino en módulos de intensidad. La presencia de Dios, de una fuerza inmaterial sostenedora del mundo, razón de ser y síntesis suprema del mismo, se hace cada día más patente en las premisas del saber sincero y en los ánimos desnudos de arrogancia. Hombre y universo se complementan ¡ntegradoramente como un todo en una cima de sublimación, no resoluble en los elementos simples y homogéneos de la ciencia, según las últimas conclusiones de la propia físico- química. Por todo ello, podemos afirmar con el filósofo Leo Gabriel que el materialismo dogmático se bate hoy en retirada, observándose tras sus huellas un claro renacer del espiritualismo teológico. A flote sobre la mundamzacioo de las conciencias y sobre la muerte de Dios como postulado crítico, la dialéctica cristiana sigue más que nunca fuerte, activa, esperanzadora y en pie. El espíritu no muere. Las insatisfacciones lógicas, afectivas, existenciales, se colman y sacian bajo su impulso, en el individuo y en la sociedad. Su meta absoluta es Dios, como alianza de fortaleza en esta vida, que es camino, y como goce de posesión en la otra, que es término. Creer es amar. Dios se manifiesta a quien le busca. A contraviento de las apostasías, del seculansmo, de ios profetas negros y de la descreencia como actitud en las muchedumbres, el crepúsculo de la religión continúa sin vislumbrarse por el horizonte de la humanidad. Mientras sestean las masas fuera de los templos, oran en vigilia junto al altar los centinelas. No agoniza la fe. Gabriel DEL ESTAL

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