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ABC MADRID 19-12-1972 página 21
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ABC MADRID 19-12-1972 página 21

  • EdiciónABC, MADRID
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A época del consumismo, la generación de la abundancia, la edad del despilfarro. Y todo fácil, todo puesto a la mano, para una gran mayoría, sin el menor esfuerzo. Comprendo que en todo, el mundo puede ser considerado derrochador. Es verdad; pero, dentro de ciertos límites, todos somos derrochadores en relación con lo que podríamos realmente hacer y con lo que hicieron quienes nos precedieron en dedicaciones parecidas, similares o aún superiores a las nuestras. Es hermoso que la gente viva mejor, gaste más, consuma más y mayores cosas. ¿Quién puede considerarlo malo? Lo malo es hacerlo desconsideradamente, inmoderadamente, sin valorar cada cosa consumida ni comprender la acumulación de trabajo que supone. He conocido, y estoy muy contento de haberlo conocido, y más en un hogar como el mío en el que no sobraban, ni mucho menos, las cosas, una época pasada, incomprensible para los que no la han vivido, en la que había bronca para el que se dejaba encendida la única bombilla de una habitación, en la que los calcetines se remendaban hasta el límite, en la que los envases se guardaban por si servían para algo, en la que un juguete era un juguete y un caramelo era un caramelo, con lo que se les daba la consideración de- L mediatamente, las cosas que se adquieren con el transcurso de los años, cuando la consolidación del trabajo de una vida pone en camino de ellas. Lo más desconcertante del caso es que se quieren las cosas, pero sin pasar por el camino árido y difícil que puede llevar a conseguirlas. No se renuncia a nada; y aun cuando no se pongan los medios para lograrlo, si no se tienen, se consideran frustrados. No es la frustración por haber realizado todo lo posible para conseguirlo, incluso con sobrehumano esfuerzo, y quedarse sin ello. Es simplemente el hecho de no tenerlo lo que defrauda. Las cosas se quieren regaladas, no ganadas. ¿De dónde derivará todo ello? ¿Habremos sido culpables los de las generaciones anteriores, que hemos querido librar a quienes venían detrás de las penalidades y sufrimientos que nosotros padecimos? Hemos querido para ellos un mundo blanco, limpio de problemas, seguro, y les hemos bajado los frutos de la rama o les hemos aupado para cogerlos sin hacer que, al trepar por el árbol, cayeran y cayeran y con el dolor supieran que todo exige un esfuerzo. Creíamos los sonadores de mi generación que habíamos limpiado la Patria de aprovechados y farsantes, que se habían LOS DEL VASO DE AGUA acabado las luchas fratricidas por una renovación nacional, que el mal había sido vencido y el bien iba a imponerse. Hasta tal vez pensamos que no sería preciso mantener la guardia para que el espíritu destruido del mal, que son las ambiciones, el afán de tener, el hambre de poder, el deseo de prosperar y sobresalir a cualquier precio, pudiera reverdecer y aun entre nosotros mismos. Fuimos hombres de una teología dogmática y moral estricta, de un sentido de sacrificio por la comunidad, de esfuerzo por elevarla, y todo ello aun sin esperar recompensa. Luego hemos visto aflojarse los lazos, ir a una dogmática y una moral de circunstancias, sacrificar a los demás por el medro personal, actuar egoístamente por el propio y exclusivo bien. Nosotros fuimos los hombres de la guerra, del puré de San Antonio, del gasógeno, del apretarse los cinturones... Y frente a la paternidad responsable de ahora fuimos los irresponsables del vaso de agua. Ni antes ni después, sino enjugar de- -La técnica del vaso de agua de aquellos tiempos es todo un símbolo de quienes teníamos que dar, y dábamos- -y estábamos, y estamos, gustosos de ello- cuantos hijos nos nacieran, tanto para la cristiandad como para la Patria, los que aspirábamos al exacto cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios, y también los de nuestra Santa Madre Iglesia. Santiago GALINDO HERRERO bida porque no siempre se podían tener y había que esperar a que corrieran fechas especiales para disfrutarlos. Hace pocos días un taxista madrileño me contaba la diferencia entre su infancia, en la que sólo había mermadas golosinas en las fiestas de Nochebuena, y la de sus hijos, que desprecian las golosinas que les ofrecen todos los días porque ya no les apetecen, no las aprecian, con lo que hacen verdad aquel refrán, repetido antes más de oídas que por comprobación, de que Todos los días gallina, amarga la cocina Lo más grave de este consumismo, que acaba muchas veces en derroche superfluo, es que, por conseguirse fácilmente, por darse las cosas, más que ganarse con esfuerzo y sacrificio, se consideran habituales y ya no se aprecian. Los premios por buenas notas del sábado de cada semana consistían en ir al cine el domingo. Ahora el cine se tiene todos los días en casa, a través de la televisión, hasta el aburrimiento, y en vez de placer causa hastío. Por eso ya incluso en la adolescencia se busca cómo entretener el ocio y hasta eL placer por otros caminos desconocidos, porque todo está trillado, gastado y ya no causa satisfacción. Desde la experiencia prematrimonial y la droga, el alcohol y el matonismo, hasta la gamberrada y el aprovechamiento de los coches ajenos. La naturalidad en el uso y abuso de las cosas que antes era difícil obtener hace que cada uno, y todos, se sientan con derecho a poseer y disfrutar cuanto está a la vista. Y muchos- dicen que no pueden vivir sin coche, sin fines de se- o mana en la sierra, sin un piso, para vera- g near en la costa o en la sierra. y otros creen tener derecho, pero constantemente, cada día y cada noche, al lujo y al i placer que se ofrece en las luces parpa- t deantes de neón. Pero ese derecho que dicen tener nace, según ellos, del mismQ hecho de su existencia, no por un es- fuerzo realizado, no por las privaciones Es hermoso que la gente viva mejor, gaste más, consuma más y mayores realizadas para conseguirlo. Se comprue- cosas. ¿Quién puede considerarlo malo? Lo malo es hacerlo desconsideraba fácilmente cómo se quieren, pero in- damente, inmoderadamente, sin saber v a l o r a r cada cosa consumida.

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