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ABC MADRID 10-12-1972 página 165
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ABC MADRID 10-12-1972 página 165

  • EdiciónABC, MADRID
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vir- -con una admirable intensidad- -unos ambientes tan elementalmente definidos con unas líneas en el suelo: éste es mi rancho éste es mi castillo dicen los niños, y dejan a su amigo entrar a su rancho e impiden la entrada en el castillo a sus enemigos. Sin embargo, esta arquitectura tan elemental (me gusta llamarla arquitectura, aunque sea impropiamente) que está tan relacionada con los juegos infantiles, es la que solemos erigir (y nos basta con ella) para nuestras competiciones deportivas: en una superficie plana de terreno dibujamos en el suelo- -generalmente con líneas blancas- -un rectángulo de determinadas dimensiones y decimos ésta es la cancha de fútbol (o de tenis, o de baloncesto) Al entrar allí, los deportistas toman conciencia del recinto. Aquellos límites- -simplemente marcados en el suelo- -tienen la virtud de crear un ambiente distinto sobre el rectángulo que acotan: dentro de ese rectángulo, los deportistas lo son en activo. Fuera de él, esa actividad desaparece. Dentro, compiten. Fuera, no. Podrá decirse que aunque la limitación del espacio esté sugerida físicamente, la creación del ambiente dentro de esos límites físicos es meramente psicológica. Sí. es cierto; pero no por ser psicológica deja de ser real. Esto es un factor más que nos lleva a pensar que el ambiente es algo nuestro, indisolublemente unido a nuestra vida y que cristaliza en arquitectura cuando nuestra sensibilidad se somete a unos estímulos exteriores adecuados. Esos estímulos corresponden a una realidad física, la cual no importa que sea muy sencilla, muy elemental y hasta muy ingenua, si estimula eficazmente. La línea blanca en la cancha deportiva es el estímulo suficiente para la creación del ambiente adecuado. Un paso más; en lugar de señalar simplemente el contorno, establecemos un suelo diferente en toda la superficie acotada. Los hombres estamos siempre, de alguna manera, amarrados al suelo por la fuerza de la gravedad, y ese suelo con sus características propias, ese suelo que pisamos y en el que nos movemos necesariamente al vivir, es un estímulo constante para que nuestra sensibilidad constituya sobre él un ambiente peculiar. Las formas planas definidas por diferencias en las calidades de los pavimentos definen, a su vez, ambientes diferentes en los espacios que están sobre ellas. Así, por ejemplo, en una pista de baile, sobre el pavimento específico se baila; fuera de él, se descansa. En una carretera somos automovilistas o somos peatones; sentimos en nosotros la dirección de la ruta, aunque estemos parados. Fuera de la carretera no somos automovilistas ni somos peatones, estamos en el campo; nuestra sensibilidad ambiental no tiene dirección, aunque estemos andando. la sombrilla del espacio infinito que se abre al firmamento. La plaza de toros es el caso contrario de la sombrilla: el círculo queda abierto hacia el cielo, mientras que, lateralmente, se establece un cerramiento completo. La eficacia ambiental es maravillosa: se logra un aislamiento total del mundo exterior y un clima absolutamente propio y característico. Un aspecto interesante de la creación de ambientes es éste de utilizar las lejanías exteriores para que los enriquezcan. Porque, aunque- -en principio- -la consecución de un ambiente se hace acotando una parcela de espacio, cerrándola o limitándola, el ambiente más jugoso- -ni siquiera el más íntimo- -no tiene por qué ser el más cerrado. Es verdad que las lejanías que se abren tentes o límites ideales, los cuales, a su vez, actúan eficazmente en el ambiente. EL AMBIENTE IRRADIADO Quiero hacer todavía una pregunta sutil pero muy rica en consecuencias: El espacio limitado al que Lao- Tsé llamaba arquitectura, ¿es arquitectura por el hecho de estar limitado o por el hecho de constituir una unidad ambiental? Yo, personalmente, creo que lo esencial no es señalar unos límites, sino establecer un ambiente. Los límites podrán ser necesarios, pero su necesidad es instrumental: sirven para que el ambiente se constituya. Ahora bien, si esos límites no son esenciales, no tenemos por qué partir de ellos para idear un ambiente arquitectónico: En lugar de concebirlo en el interior de una periferia, podremos hacerlo alrededor de un núcleo. Es el caso de una hoguera en la noche: se establece a su alrededor un ambiente característico, integrado por una irradiación de luz y de calor, de sonoridades tenues y de coloraciones móviles y caprichosas que horadan la oscuridad. Ese ambiente se concreta en un ámbito determinado, sin necesidad de un recinto que lo defina. Es un espacio vital, humano y nuestro, una unidad ambiental constituida física y espiritualmente; una arquitectura, me atrevería a decir, aunque carezca por completo de aislamientos constructivos. La noche infinita queda por fuera, nuestro espacio no se diluye en ella, sino que, por el contrario, está valorado por su oscuridad, envuelto y vivificado por su misterio. Ese ambiente lleno de fuerza vital, profundamente humano, amable y estremecedor a un tiempo, que se produce alrededor de una fogata, ha sido intensamente vivido por hombres de todos los tiempos y de todas las latitudes, sobre todo en pueblos de cultura primitiva. Es un ejemplo muy expresivo: pero no es la hoguera el únteo núcleo alrededor del cual se puede definir un ambiente. Puede definirse, también, alrededor de una mesa, y, más aún, si es una mesa camilla. Y alrededor de una fuente, o junto a una lámpara... Basta establecer un centro de cuyos efluvios benéficos puedan participar los que lo rodean. Esos efluvios pueden ser calor o frescura, aroma, murmullo, una cierta protección, el interés de una visión común o de una común actividad, o una indefinible inquietud compartida. Es verdad que esta arquitectura (si nos decidimos llamar así a estas unidades ambientales) no es obra del arquitecto (cuya profesión consiste en construir los caparazones que dan forma a la arquitectura) ya que, al ser una arquitectura sin caparazón, el arquitecto no tiene nada que construir; pero también es verdad que sus ambientes pueden ser eficazmente integrados en los recintos, y utilizados por el arquitecto para enriquecer los espacios. El recinto arquitectónico construido ganará en valor humano y en vibración cuando al ambiente creado hacia adentro desde unos paramentos, se le superponga otro creado desde dentro con un núcleo de irradiación. Es el caso del hogar, centro ambiental de la mansión y de sus habitantes, los cuales quedan tan poseídos de su centro, que se llama hogar no sólo al fuego y a la chimenea, sino a la habitación donde el fuego se enciende. Y a la casa entera. Y a la familia que la habita. Luis BOROBIO 45 En una carretera somos automovilist a s o somos peatones; sentimos en nosotros la dirección de la ruta, aunque estemos parados. Fuera de la carretera no somos automovilistas ni somos peatones, estamos en el campo... LA CREACIÓN DE AMBIENTES En todos los casos citados no hay ningún cerramiento físico que ponga en el espacio unos límites tangibles para constituir el ambiente y, sin embargo, el ambiente se constituye. Pero vamos a poner otro ejemplo: Una playa inmensa. Sobre ella, sobre su suelo, hay un ambiente característico pero colectivo. Es de todos y, en principio, no hay nada que haga específicamente nuestro ningún trozo de playa. Sobre esa playa abrimos una gran sombrilla, con lo que constituimos un techo. Así hemos separado físicamente el espacio que está bajo ante nosotros hacen, en general, que nuestro ambiente se diluya en ellas; pero si el arquitecto actúa sabiamente poniendo los estímulos adecuados- -enmarcando y valorando- puede domesticar el paisaje extenso e integrarlo con toda su grandiosidad en ej recinto para que venga a enriquecer nuestro ambiente. La importancia ambiental de los cerramientos no se reduce a su misión de limitar y definir, sino que actúan también proyectando hacia adentro sus valores formales, la relación de sus dimensiones y sus calidades táctiles y cromáticas; y, así, nos encontramos con muros que cortan, muros que dirigen, muros que acogen, muros que repelen, muros que abruman, muros que aligeran... Y lo mismo podemos decir de los techos. Y, a veces, no son ni muros ni- techos, sino puntos o líneas singulares que determinan paramentos inexis-

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