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ABC MADRID 07-12-1972 página 138
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ABC MADRID 07-12-1972 página 138

  • EdiciónABC, MADRID
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T Y ÜIR es el destino de los hombres de Jüa nuestra época. Huir siempre, sobre -todo para los solitarios que no están inmersos plenamente en la masa, para quienes apetecen algo más que la televisión y el fútbol, algo más que el señuelo del progreso o el desarrollo Huimos de las grandes urbes, que nosotros mismos hicimos insoportables, en busca de un cuadradito de yerba y un regatillo de agua que nos ayuden a recordar nuestra condición de hombres. Y cuando llega el sspeculador y consigue erigir un bloque de cemento armado sobre el cuadrado de yerba y contaminarnos sin remedio el regato de agua, nos trasladamos más lejos y tratamos de rehacer nuestra memoria humana sobre otro pedaeito de naturaleza. El éxodo así originado es constante y centrífugo: nos vamos cada vez más lejos de ssas aberraciones que hemos construido y que J amamos ciudades, y nos seguiremos escapando hasta el día en que no queden praderas ni cursos acuáticos sin encorsetar. Ese día se habrá completado la curva del suicidio de la humanidad. Mientras- -tanto, los peregrinos salimos perdiendo siempre y los multimillonarios especuladofes, también... manque ganen al revés LA COSTA BRAVA... DESPUÉS DE LA MARABÜNTA que el Betis, porque, al fin y al cabo, se están cargando un mundo que es asimismo suyo. Yo veraneaba antes en la Costa Brava, y cuando empezaron a brotar rascacielos y a adensarse excesivamente las turbas tu, emigré a las Rías Bajas gallegas. es, el casino de Villagarcía era una casita vieja, acogedora, entrañable, y enfrente se alzaba una antigua mansión evocadora cubierta de hiedra. Hoy, dos bloques de cemento las han reemplazado, y todo el mundo celebra la hazaña, porque dicen que es progreso Carril era un pueblo pescador precioso, y ni siquiera las chimeneas de sus pequeñas fábricas de conservas quebraban su armonía. Hoy, cuando se acerca uno navegando desde Bianjo, Taragoña, Cortegada, Las Malveiras, aquel paisaje antaño bellísimo, de monte y mar, incorpora el horrendo, inevitable e imperdonable baldón de un minirrascacielcs blanco, sin gracia, como amorfo, que no pinta nada positivo allí. Es una blasfemia, y ya me estoy preguntando adonde tendré que huir ahora. ¿A Caldas de Reyes? Gracias a Dios, y al p N í gusto de sus autoridades, supongo, este pueblo sigue estando intocado y es maravilloso. Pero ya se me hacen los dedos huéspedes pensando que algún día puedan talar los árboles de su jardín botánico para hacer un aparcamiento o derruir sus balnearios, a orillas del Umia, para elevar en su sitio fábricas progresivas y contaminantes. TURISMO DE MASAS, TURISMO POBRE No, pero yo iba a hablar de la Costa Brava. No había vuelto, para no sufrir, desde mi fuga. Sin embargo, este año me ha surgido la posibilidad de ir una semana en octubre, después del turismo, después de la marabunta, y me he atrevido. El Maresme- un poco bobalicón como escribiera José Plá- -sigue estando un poco bobalicón, pero a mí me gusta. Los humosos chalés de Caldetas se han quedado ateo anacrónicos, pero nada más. Las embarcaciones de recreo que se alinean en el puerto de Arenys han iniciado ya la larga espera anual de sus dueños. Todo muy limpio, impecable. La úni- ca pega nueva es que la autopista deja escindida la zona puerto- hotel- pósito, lo que resulta un poco triste, pero qué le vamos a hacer, paciencia. Calella, la del sur, la llamada Calella de la Costa. Su calle comercial es un zoco inacabable donde se expenden por millones las mismas guarradas, más o menos, de Carnaby Street, aunque con color español un color peyorativo para nosotros y de pandereta: carteles de toros, estoques, banderillas, artesanía toledana, confusos y abigarrados objetos de pseudo- cuero, de pseudo- ante, todo un escaparate de subdesarrollo en el que destacan las inefables postales de flamencos, las inefables postales de gitanas con la blusa tejida de perlé y la falda recamada de lentejuelas. Precioso, y muy ilustrativo sobre el nivel cultural y económico de los compradores. Blanes. Bueno, por lo menos los jardines de la Marimurtra siguen intactos. No han construido ni un mal rascacielos, ni una mala autopista, ni un humilde aparcamiento sobre sus arriates. Lloret. ¿O Nueva York? Nada, decido no pararme, porque me rompería el alma. Yo estuve muy enamorado de Lloret. Tossa. Me paro. Y me quedo. He encontrado una habitación aún vigente, una pobre pero honrada habitación lindera cas con las murallas de la Vila Bella. Cae la noche, ya prematura, y debo confesar que, después de encaramarme a todas las sólitas atalayas, me he tranquilizado bastante, porque- -aparte de los rascacielos, allá arriba, en la carretera, que no me inquietan- -veo que el viejo núcleo del pueblo está casi igual. Muchas ventanas apagadas y unas pocas encendidas. Frío, tiendas sin clientes y algunos bares aún abiertos. Un bar para daneses. Otro para holandeses. Este, para alemanes. Para ingleses. Y no he visto ninguno para españoles. Unas copas en La Grota. A las ocho y media las calles están desiertas. La camarera de un quiosco juega al fútbol en plena vía pública con dos amiguetes. ¡Pega cada chut Cena en el Bahía. Hasta las langostas del tanque parecen aburridas y heladas. Juraría que están deseando que algún cliente se encapriche de ellas para que las cuezan al fin, tan ricamente, pero me temo lo peor. Hay dos parejas extranjeras, más bien mortecinas, y ambas están cenando sólo patatas fritas regadas con abundante dosis de ketchup Pobres langostas, ni caso. Afuera más frío, desolación. A las diez es como si fueran las dos de la madrugada. Hay que acostarse. Me levanté temprano para ver cómo amanecía desde las murallas, yo soy así de romántico, y me volvió toda mi ternura. ¡Oh, bellísima Costa Brava, amiga de la niñez- ¿por qué te has dejarlo hacer esas cosas? El sol ya brilla bien cuando la gente del pueblo se entrega, como toda la vida, al rito (porque es casi sólo un rito) de la pesca. Queda aún un turista voluntarioso que les ayuda a- tirar del cabo. Un semiturista (yo) que tropieza con el mismo y casi se cae. Una vieja del pueblo que protesta ante mi torpeza: ¡ya está bé! Y la pesca, tan parca como toda la vida: cuatro sardinas, cinco jureles, un tiburón pequeña jo. Me he pasado el día acechando a los extranjeros supérstites y todos eran económicamente débiles que se decía antes de los españoles. Bocadillos y, si acaso, una cerveza. Las más de las veces, agua. Me pregunté por enésima vez qué beneficio exacto reporta a nuestras arcas cada uno de estos turistas pobres, porque si es cierto, como dicen las lenguas, que los mayores ingresos de los all inclusive tours son para los tour cperators extranjeros, y encima sus clientes no se gastan una peseta marginal... Le he transmitido mis dudas a don Juan Fábregas, el dueño de la habitación alquilada por mí, quien me ha asegurado que este turismo de septiembre y octubre ¡posee un nivel económico superior! al de la marabunta agosteña, y que el bocadillo es casi un éxito para España, porque en los meses más cálidos del verano todo el mundo se trae sus latas de conservas en el coche, y sus aspirinas, y su todo, y si acaso, si acaso, compran aquí el pan. ¡Pues sí que estamos bien! ¿Y qué, qué, cómo se ha dado el asunto de las habitaciones? -quise yo saber. A lo que contesta mi interlocutor que allí, en Tossa, el nivel de construcción se ha estabilizado ya, mientras que el nivel de visitantes ha iniciado su curva descendente. ¡No me diga! Entonces... ¿ha tenido en el apogeo del verano habitaciones sin

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