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ABC MADRID 11-11-1972 página 3
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ABC MADRID 11-11-1972 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA, SOCIEDAD ANÓNIMA M A D R I D FUNDADO EN 1 MB POR DON TORCIMTO LUCA DE TENA ABC que éste se nos ofrece en sus facetas más frágiles y humanas. D. H. Lawrence fue uno de los primeros adeptos de las tesis de Freud en Londres, que él pensaba casaban muy bíien con sus ideas sobre la trascendencia del amor físico, las cuales, insensiblemente, iban a revolucionar, de manera aún más profunda que las dos guerras, el tenacísimo espíritu Victoriano, lleno a la vez de gazmoñería y de hipocresía. Durante la guerra tanto él como su esposa lo pasaron bastante mal. El origen teutón de Frieda von Richthofen y el poco entusiasmo bélico de Lawrence les hacían ser tomados por espías a los ojos de sus conciudadanos. Además, aunque pariente lejano, también se llamaba Von Richthofen el legendario aviador alemán que tanto daño hacía por entonces a los ingleses. Cuando, en abril de 1918, fue abatido sobre los campos de Amiens por la aviación inglesa, sus funerales fueron celebrados por sus adversarios con un ritual propio de los tiempos de los caballeros andantes. Mientras desfilaban las escuadrillas inglesas sobre el cortejo, el féretro, cubierto por gigantescas coronas de flores enviadas desde todos los aeródromos vecinos, iba seguido por medio centenar de aviadores británicos. Desde entonces las cosas han empeorado mucho. Si los psiquiatras han podido salvar de la prisión- -y quizá de la muerte- -a Ezra Pound, en cambio no han conseguido, para vergüenza de todos nosotros, librar de un disparatado encarcelamiento a Rudolf Hess. Y, al final de la última guerra, un glorioso general francés mantuvo a otro, no menos glorioso, en prisión absurda durante muchos años hasta su muerte. A aquella reunión de poetas asistían, como acabamos de ver, dos de las mujeres que constituyen la que yo llamaría, un poco arbitrariamente, el gran póquer de damas de la literatura del siglo XX. Coitno dije, H. D. fue un gran poeta a la que la vida llevó a tener relación personal muy estrecha con Freud. Frieda von Richtltiofen fue la inspiradora de la obra de D. H. Lawrence, de la que hoy se dice sirvió para romper los rigurosos tabús sexuales de la Inglaterra victoriana. El R EDA C C ION, A DMINISTRACION Y TAL L E R E Sr SERRANO, 61- MADRID S E ha recordado estos días, con m o t i v o de su muerte, los últimos años del poeta Ezra Pound; su actividad fascista en la radio italiana durante la última gran guerra; su prisión; su estancia en un sanatorio psiquiátrico y hasta su conversión postrera. Poco se ha hablado en cambio de aquel Ezra Pound juvenil que irrumpe en el Londres de comienzo de siglo como la súbita explosión de un volcán en un paisaje de Holanda Viene precedido de los rumores más extraños. Muy joven ya es nombrado lector del colegio de Wabash, en Indiana, del que pronto es expulsado por la acusación de haber cedido en exceso a los encantos de una jovencita. Asombra a los londinenses por sus excentricidades. Vive en una gran buhardilla, con todo boato. Firma con ideogramas chinos sus poemas; alardea de un vasto conocimiento de la literatura europea- -menos completo de lo que parece- escribe baladas en el estilo de los trovadores y frecuenta los medios literarios con su figura singular. Barba rojiza, palidísimo rostro, ojos pardos de gato. Y, en una oreja, un único pendiente. Así nos lo describe Roben Lucas en su reciente biografía de Prieda von Richthofen. Relata en ella una curiosa reunión que tuvo lugar en un departamento del hotel Berkeley, alquilado por la poetisa Amy Lowell, dama de pingüe fortuna, para albergar a sus colegas, ios escritores del grupo imagista F u n d a d o por Ezra Pound. Pero éste es demasiado inquieto para permanecer dentro de una capilla literaria largo rato. Pronto inventa otros grupos: el Blast y el Vértex En aquella reunión coincidían, además de Ezra Pound, D. H. Lawrence, el que muchos años después va a ser el famosísimo autor de El amante de Lady Chatterly y su esposa, de origen alemán, Frieda von Richthofen, separada legalmente de su primer marido y que es, de toda evidencia, quien ha servido de modelo para la protagonista de la novela. También están Richard Aldington, que andando el tiempo será el mejor biógrafo de D. H. Lawrence, 7 y su esposa, la poetisa Hilda Doolitle, que pasará a las antologías con su parco seudónimo, H. D. Es una tarde cálida y por las ventanas del salón pueden verse, tras las luces de Piccadilly, el Green Park y la esquina del Ritz. Lawrence sale a comprar unos periódicos en el quiosco de la esquina. Vuelve, agitado. A c a b a de declararse la primera guerra mundial e Inglaterra moviliza. No obstante, pronto olvidan los poetas el acontecimiento y se sumergen en la eterna discusión sobre si son mejores ¡os imagistas o los vorticistas De aquel grupo de amigos sólo Aldington va a seguir fiel, toda la vida, a la pareja Lawrence. Variadas circunstancias acaban separándole de su mujer, Hilda Doolitle, que tras dolorosas pérdidas- -la muerte de su padre, de un hijo- -termina, quebrantada, en Viena, c o m o c l i e n t e y casi discípula de Sigmundo Freud. He hablado ya otra vez en este mismo lugar de H. D. y de su curiosísimo libro Homenaje a Freud quizá el retrato del fundador del psicoanálisis en el EZRA POUND Y D. H. LAWRENCE Al nacer y hasta la vejez... Bálsamo Beb Consulte a su Médico matrimonio oscilaba sin cesar e n t r e el idilio y la tormenta, pero en realidad la fuerza creadora del escritor procedía de ella y alguien tan calificado como Bertrand Russell, que conocía a los dos y que despreciaba a Lawrence, no vacilaba en atribuir todo el mérito de la misma a Frieda. Puede, por tanto, contársela entre las grandes Egerias del siglo, junto a Lou Andrea Salomé, amada por Nietzsche y por Rilke, que acabó también como discípula predilecta de Freud. La cuarta puede ser nuestra compatriota Anais Nim, de la que no olvidemos ejerció durante algún tiempo el psicoanálisis. Tienen todas ellas de parejo haber iniciado, mucho antes de que se hablase del Mercado Común Europeo, una Europa Común de las ideas. Una era anglo- austríaca; otra, germano- inglesa; la tercera, ruso- germana; la cuarta, hispano- francesa. Dos de ellas, Frieda y Anís, acaban habitando el continente americano. Tres tienen buena pluma; la cuarta, Frieda. posee algo mejor: un marido que es uno de los grandes escritores de lengua inglesa y que da bella forma a lo que ella piensa. Los españoles tenemos con Ezra Pound una deuda; Ezra Pound fue, además de poeta, un crítico que revolucionó los gustos de su generación. En él crítica y poesía se funden en una unidad. Poseía una virtud poco frecuente: buen oído para la poesía. Tiene razón George Steiner; era el caso opuesto al húngaro Lukács, inteligente, erudito, perspicaz, pero de oído fatal. Ezra Pound descubre con seguridad infalible los mejores versos de Cavalcanti o de Villon; la sonoridad deliciosa y muchas veces inadvertida que hay en los grandes poetas. Una tarde, en la tienducha de un librero de viejo, en París, Cari J. Burckhardt y Rilke se dedicaron, embelesados coii el juego, a comentar esa música en Ronsard y de su charla nació uno de los libritos más breves y sustanciosas de nuestro tiempo. Ezra Pound admiraba profundamente Ja literatura clásica española. Equipara a Lope de Vega con Shakespeare y demuestra que Acertar errando tiene, en el fondo, el mismo argumento que La tempestad Sospecha que ambas provienen de una misma fuente: quizá una leyenda italiana o arábiga, mucho más antigua. Subraya que si Romeo y Julieta es una quinceava parte de la obra del bardo inglés, en cambio Castelvines y Monteses de Lope, es sólo una ínfima fracción de la gigantesca obra del Fénix de los Ingenios. Cuenta con entusiasmo el argumento del Mío Cid Y es conmovedor para un lector de habla hispánica verle intentar traducir- -en su libro El espíritu de las lenguas románicas -unos versos de Lope de Vega: Salí, no sé si diga enamorado pero olvidado del amor pasado. Da de ellos dos versiones en inglés, pero al final se declara vencido y dice: La cadencia y el ritmo del castellano les confieren una suavidad que rio me es posible reproducir. Su oído para las más secretas musicalidades de nuestro idioma creo que merece un pequeño homenaje. Juan ROF CARBALLO

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