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ABC MADRID 04-11-1972 página 17
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ABC MADRID 04-11-1972 página 17

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página17
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N nuestro tiempo de desmitificaciones se terminaran los lutos. La gente, al remate de no sé cuántos siglos, comprendió que igual se siente... o se deja de sentir al finado vestidos de negro que de color. L tendencia a neutralizar los signos externos y la desolemnización del culto católico al suprimir funerales suntuarios, latines, sotanas y cantos medievales lian influido en esta aclaración de los dolientes. También se acabaron los niños que para hacer la primera comunión los vestían de vicealmirantes; las bodas con banquetes pantagruélicos y las peticiones de mano con discursos paternos acreditando la virginidad de la chica y la misión sacrosanta de la familia. Para los efectos externos resulta muy alentador el que las tiendas de tejidos hayan dejado de tener la mitad de los anaqueles cargados de p a ñ o s luteños y hábitos, y que por la calle se vea a todo rarlos como a marcianos. Con los sombreros calados hasta las cejas pelambrúdicas, las corbatas bien ceñidas y unas carteras, seguro que con documentos testamentarios y de partición, iban totalmente poseídos del protagonismo necrológico que dije. La herencia del finado, cuando la había, realzaba este divismo tétrico, apreciable en los tres hermanos que digo. Al llegar ante un bar de la Puerta del Sol se detuvieron dubitativos. D e b í a n considerar si sería acorde con su atuendo entrar allí. Por fin se decidieron. Yo entré también. Pidieron cervezas dobles. Se las bebieron de un trago. Luego otras, con cigalas y langostinos. A estas segundas cervezas les dieron más c o p e o A uno de ellos le cayó espuma sobre el borde de la manga de la americana; destiñó, y se manchó de negro el puño de la camisa... Estos despintados eran muy frecuentes en los enlutados de antaño. DEL LUTO el m u n d o de color. Y no como antes, aquellas manadas luctuarias que parecían venir de enterrar al mismo muerto. Se acabaron las familias que jamás pudieron vestirse de claro, porque cuando caducaba el largo luto por la muerte del abuelo y empezaban a ensayar el alivio llegaba el funeral del padre, luego de la madre y así hasta la propia mortaja, que tampoco solía ser de colores vistosos. Muchos de nuestros antepasados no disfrutaron de más telas claras que las de las camisas y pijamas. La mitad del país era una caravana patética tocada de velos, mantos, blusas, boinas, trajes negro- pajizos, brazaletes y sombreros. Las plazas de los pueblos, especialmente los días de fiesta o gran reunión, parecían grajeras inacabables. Las casas de los difuntos, el día del cuerpo presente, también se enlutecían hasta, el último rincón. Y ponían paños negros sobre los espejos de las consolas y las lunas de los armarios, como si el verse reflejado fuese signo jubiloso. Estos lutos intensivos tenían importante carga psicológica. De alguna manera el que padecía un deceso en la familia, al menos por unos días, se consideraba protagonista, realzado, importante. Todos se fijaban en él para medir su dolor, para consolarle. El dolido salía de su normal anonimato y adquiría un halo coéforo que le daba especial empaque. El vestido negro acentuaba mucho este divismo. Las principales figuras del reparto se despojaiban de las alhajas, de la cadena del reloj; y muchos se hacían poner botones negros en la camisa. Para que no faltase la divisa del dolor en cualquier prenda visible, hasta los pañuelos iban ribeteados de negro. Entre los uniformados de triste- -y sobre todo entre las uniformadas- -había casos de mucha soberbia... que parecía que no se le había muerto nadie más que a ellos Que así propende la condición humana a. aprovechar toda oportunidad de lucimiento. Si refresco estas vividuras es porque hace un rato encontré por la calle de Alcalá a tres hermanos, con aspecto de señoritos rurales, vestidos de negro de pies a cabeza. Salían de una compañía de seguros. Marchaban muy unidos, apretados, con gesto severo, casi retador. He ahí, me dije, tres guerrilleros del luto. Muchos peatones, como yo, se volvían a mi- El resto del tiempo estuvo con tes hojas blancas del cuaderno entre los dedos enlutados. Pero sin llegar a la agresividad de los tres hermanos, que dejamos tomando cerveza en el bar de la Puerta del Sol, hay machas g e n t e s que todavía no se han acostumbrado al duelo sin ropa n e g r a Lo que siempre fue aunque fuese puro ceremonial, se graba de tal manera en algunos cerebros que no hay razón, que los traiga, a lo cabal de cada tiempo. Por eso, cuando en estos últimos años de la crisis del luto fino mi pariente don Rosendo, los hijos se opusieron a que la familia se enlutase. La. viuda, las hermanas y un sobrino muy unido a la familia y siempre partidario de todo lo que ya no se lleve, no tuvieron más remedio que ceñirse a los imperativos del tiempo y de los jóvenes, y salían a la calle muy aparentes de color... Pero los fines de semana se reunían en la casa que fue del ido y permanecían cuarenta y ocho h o r a s vestidos de catafalco, como ejecutivos de un rito prohibido. Jugaban las eartas, no ponían la radio ni la televisión y algún rato que otro reñían por detalles de la partición. Así eran felices y creían honrar mejor al pobre Rosendo. Estos lutos intensivos tenían importante carga psicológica. De alguna manera, el que padecía un deceso en la familia, al menos por unos días, se consideraba protagonista, realzado, importante. cuerdo a un niño, compañero de escuela primaria, que se le murió su padre y la madrastra lo visitó de luto total, hasta con camisa negra. Se presentó en la escuela hecho un mal presagio, con la boina calada e incluso el cartapacio, que antaño fue de color, tintado de negro. Fuese porque todos lo mirábamos compasivos o porque evocó a su padre, lo cierto es que sentándose sólo en un pupitre empezó a llorar. Las lagrimas le destiñeron los puños de la camisa y le tiznaron las manos. Los tres hermanos de antes salieran por fin del bar de Sol y, matadas la sed y el hambre que dan las muertes ajenas, reconstruyeron sus duros talantes y, codo con codo, siguieron calle del Carmen adelante, combatiendo con noble orgullo a cuantos miraban sus vestidos funerarios. Y es que en este país siempre hay guerrilleros para defenderlo todo, basta lo que se llevó la parca. F. GARCÍA PAVÓN

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