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ABC MADRID 24-10-1972 página 120
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ABC MADRID 24-10-1972 página 120

  • EdiciónABC, MADRID
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y poesía, cada día Réquiem Las Eleaias de Ridruejo- -probablemente su libro más importante- -e tán todas ellas atravesadas por el tema de la muerte, en una visión dramática, pero nunca desmelenada. Y es la elegía a Samuel Ros la que muestra más hondamente todo el misterio, el vacío, que la muerte deja en la vida de los hombres ELEGÍA A LA MUERTE DE SAMUEL ROS Una voz desde lejos me citaba a tu muerte, a través de la nieve de los montes, a través de los álamos yertos de los caminos, a través de los pinos y encinas impasibles, a través de los ríos y sobre las ciudades. Ni el ave ni el presagio: una voz familiar domando la distancia con simple y apenada confidencia viuda de gesto y de mirada, pobre, y detrás de la cual tú surgías de pronto con la presencia enorme que nos anega el mundo. Antes estabas libre, te tenías tú mismo y descansando en ti la ausencia te olvidaba. Pero 1 ahora te erguías igual que una amenaza, como una imploración, lo mismo que el paisaje que hemos de abandonar después de muchos años y se nos aparece nuevo y desconocido cargando de sorpresas la última mirada. ¡Qué solo, qué extrañado, qué ignorante me hacía al hacerte tú mismo irreparable, desconocido, líltimo, prometedor, inútil, pero también cargado, de repente, de aquella majestad que reviste el misterio, como puesto en un plinto inaccesible custodiado por ángeles! ¿Cómo pensar la muerte, cómo creer la muerte? Sobre alas fragorosas me dispuse a seguirte. La muerte nos mataba. Te morías. Nada menos que un hombre había sido aún aquel resto doliente. Ahora nada y nada. Aquel mezquino instante en que hablamos aún de cosas de la vida caía bajo un bloque de pesada materia. Y dejabas de ser, pero no te marchabas, no eras el rastro puro que persiste en las cosas para que nh corazón pueda dar testimonio. Te quedabas: sin ti se quedaba tu muerte vedándonos incluso la caudalosa pena; quedaba tu figura tendida en su cadáver más distinto de un hombre que el rayo o el suspiro En vano aquel mechón entrecano, vencido sobre la frente seca, aceitunada y alta, en vano tu estatura, tu perfil y tus labios con el gesto exhalante de ir en pos de tu ausencia, en vano aquella mano primorosa, en vano una armonía que la paz restauraba, querían apiadarnos del extraño terrible, del mineral exangüe que reiteraba muerte, del bulto que espantaba nuestra carne medrosa y que la corrompía con su rudo escarmiento. Aquel querido bulto sin dolor y sin alma que aún se llamaba el pobre Samuel y no queri que hablásemos al pleno Samuel de la memoria. Eras la muerte, aquella larga noche ocultando la faz entre cirio y flores. Cerca de aquella cera desnacida, impasible, conjuraba el dolor con vana letanía á tus pobres sentidos carnales disipados: Los ojos, los oídos, la piel de polvo y hielo, la nariz y los labios que extendieron a un cuerpo sobre el mundo con cada vez más ágil y espiritual destreza abrazando al amor, siendo la primavera, calando en el espacio más allá del espacio. Y el coágulo de sombra del corazón y el frío laberinto cerrado del cerebro que agrietaron los muros del tiempo con ideas, eon creencias, afectos y sueños obstinados para que rezumase la eternidad al alma. ¿Por qué restaba aquí aquel rescoldo pobre, desierto, despojado, inválido, excluido, haciéndonos temblar de ignorancia viviente, mientras aún, mirándote, queríamos creert y era angustia el deseo de ser de nuestra carne? Dionisio RJX RUEJO

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