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ABC MADRID 22-10-1972 página 135
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ABC MADRID 22-10-1972 página 135

  • EdiciónABC, MADRID
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el diminuto jardín de mi casa, una cepa fue plantada hace más de medio por el dueño anterior. Teite un viñedo y bodegas la parte de Vlllacañas, en lancha. Seguramente trajo go un esqueje para recorm su recoleto rincón maio de verdura, la cosecha i nombre en la meseta quisa. La parra se desperezó pó junto a la pared hasta con un arco de pampael dintel de la puerta co i. Después, con los arlos obras, se desfiguró su perolvidamos el rastro de la a, sólo visible por el conable tronco- -como de ér- que arrancaba del suelo, el jardlnlllo hay plátanos loaos y castaños de indias loa, y abetos y pinos elevajunto a una magnolia lusque me recuerda por la ana, al asomarme a mirar ¡elaje, los prodigiosos verque don Miguel de Unao dedicara a este hermoso o I norteamericano cuando iba con sus blancas flores inates y solitarias el émble la Plaza Nueva de Bilbao, le aubfa al poeta, al alma, ecuerdo de su Infancia en le. ro este afio, al volver del e, traje el camino de la a para evitar las avalanchas retomo y vine con la vista apada de los viñedos grávido racimos, todavfa en z. Acaso por ello al llegar i bosqueciHo particular me ó la curiosidad de seguir el jrarlo perdido de la cepa a. Como una gigantesca liatropical, la viña se habla azado al rodrigón que le brlnia la cercanía Era un pino y copudo y a él se entregó a buscar la luz. La vieja pase retorcía y sus diversos tagos Iban rodeando al pino su ascensión vertiginosa. No que nadie se subiera a la ra. Sino que la parra se enamó al pino. Empinándose, gufa más alta llegaba con zarcillos a la altura del seido piso de la casa. Pero mi mbro fue descubrir un conerable manojo de racimos, a ersas alturas, colgando del edo trepante. te probado estos gajos de la a casera, de veduño descocido; pero, a mi entender, de aje albulo. Son hollejos transíldos, dorados en su piel, aveda en muchos granos por el resivo pico de tordos y goones que atestan los niveles os de la minúscula foresta, ro el sabor es exquisito, frulo, como de arrope, demasíaazucarado quizá para trorse en Valdepeñas, con lo e el traslado a Madrid haya LAS UVAS DE MADRID acaso endulzado el talante originario del pago de La Mancha. Nada tendría de Interesante este relato si esa uva y ese parra reptante y arracimada no hubieran llevado a cabo esa botánica proeza en una de las más contaminadas áreas de Madrid, en la Castellana. Entre el estrépito del tráfico y los setenta y cinco mil tubos de escape que oada día asestan su lanzada de gases al pasar junto a la viña, y la capa de polución atmosférica que se tiende sobre el diminuto Jardín desde media tarde, cubriéndolo como una niebla artificial de óxido de carbono y anhídrido sulfuroso, la naturaleza vegetal ha seguido siendo fiel a sus cromosomas hereditarios, que le obligan a ofrecer su amable fruto en I comienzo de los otoños. Hay vides que dan todavía su generoso regalo en pleno y artificial centro de Madrid, cuando ya toda esperanza pareoe perdida. La biosfera nos recuerda asi el tremendo ímpetu vital que lleva consigo, y del que salló la especie humana a lo largo de los milenios. La uva de Madrid, el viñedo de la Fuente Castellana, ¿es aoaso ei último testigo de una vieja y fenecida tradición vina tera? Don Pascual Madoz, en I delicioso tomo que dedicó en su Diccionario geográfico a I Villa y Corte, nos dice que, aunque Madrid no es pueblo agrícola, la mayor parte del reducido territorio de esta gran ciudad es muy a propósito para el viñedo y, sin embargo, con dificultad se verá en todo él un trozo destinado a su cultivo... Don Pascual creía que fue la venida de la Corte lo que destruyó el Madrid primitivo, rodeado de soberbios bosques y en los que no se conocían los extremosos cambios de clima actuales, debidos a la falta de protección forestal como consecuencia de la bárbara tala emprendida para trazar la nueva capital. Siempre es el hombre el que, tratando de corregir a la Naturaleza en nombre de la civilización, acaba por destruir el equilibrio de aquélla con el abuso de sus medios artificiales. Yo he creído adivinar en esta humilde y obstinada cepa, que sigue acudiendo puntual a I cita con la fecundidad de su racimos en plena atmósfera viciada de venenos, la lección que nos ofrece el medio ambiente originario, siempre presente bajo la estructura asfixiante del urbanismo arrollador, como un hilo invisible que nos ata placentarlamente a la madre tierra. José Marta de AREILZA t 11

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