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ABC MADRID 22-10-1972 página 3
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ABC MADRID 22-10-1972 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO PRENSA SOCIEDAD M A D POR ESPAÑOLA, ANÓNIMA R I D FUNDAM EN I M S POR DON TORCItATO LUCA D I TENA ABC ner algo de monje. Y esa voluntad de sacrificio y de entrega que es el secreto del entusiasmo y de la intrepidez del espíritu, fue el impulso de. la vocación de Cajal. El conoció como nadie el ascetismo de la investigación Y en ella encontró sus más íntimas y profundas satisfacciones. Porque sólo el amor verdadero sublima penumbras y asperezas. Y Cajal fue un investigador enamorado de la ciencia, que descubrió en los últimos secretos de la vida biológica un mágico trasfondo de poesía. El mismo lo confesaría con estas palabras: El jardín de la Neurología brinda al observador espectáculos cautivadores y emociones artísticas incomparables. En él hallaron mis instintos estéticos plena satisfacción. Como entomólogo a caza de mariposas de vistosos matices, mi atención perseguía en el vergel de la sustancia gris, células de formas delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental. Son innumerables los testimonios que acreditan la profunda sensibilidad humana del maestro. Porque Cajal fue todo lo contrario de un científico frío, solemne, ensimismado en olímpica torre de marfil. Tierno como pocos, su alma guardaba un tesoro de delicadezas ejemplares. Hombre, aunque no de tertulia sí de café, supo fundirse entrañablemente con la sociedad de su tiempo. Y en ningún instante de su vida, ni aun en su vejez, dejó de ser jovial. He aquí la clave de la lucidez intelectual en la ancianidad. Por eso a Cajal le gustaba recordar la frase de Dumas: Solo los bribones no se ríen. Ese fecundo optimismo constituyó una de las características más singulares del maestro. Sus obras científicas y literarias lo traslucen. Tanto en su Reglas y consejos de la investigación científica como en Recuerdos de mi vida Charlas de café o El mundo visto a los ochenta años se transparenta el estilo de un alma que sabe a cada instante remontar el vuelo frente a lo adverso de la existencia. Sus Reglas y consejos son las oalabras de un iluminado que intenta ftülnifliirac R E D A iC C I 0 N A DMINISTRACION Y TAL L E R E S SERRANO, 61- MADRID N la vieja Facultad de Medicina de San Carlos se ha producido un milagro. En sus claustros, los muros oscurecidos de vejez han recobrado su blancura. Ha reverdecido 1 césped de sus patios y un aula ha abierto sus puertas esperando que entre a explicar, su lección de esta mañana, el profesor don Santiago Ramón y Cajal. Y desde hoy Cajal está de nuevo allí. Porque la muerte es una ceniza de recuerdos. ¿Y acaso de las cenizas no ha surgido, en esa historia de sueños que es la mitología de la edad dorada, el vuelo de las águilas? Cajal es hoy una figura viva, actual y presente en el campo de la ciencia española. Dos cosas fundamentales- -dice Marañón- -enseñó Cajal a los españoles: que la más pura y castiza tradición hispánica es compatible con el espíritu abierto a todo lo universal y que fuera de nuestras fronteras nadie regatea aplauso a lo español cuando tiene un sentido creador o un nivel intelectual indiscutible. El mal entendimiento de lo primero ha hecho que España se aferré tercamente a sus torpezas, a sus mitos, a sus lamentables aberraciones pasadas. La tradición se ha confundido así con la rutina. Y los errores se convierten en costumbre por pereza mental o por cobardía. La atonía intelectual de España- -que desde el siglo XVIII hacía estremecerse de congoja a Feijoo- -es consecuencia de esa complejidad de sentimientos- -indolencia, hastío, desconfianza- -que constituyen el trasfondo del talante español. Cajal- -su vida, su obra- -representa, en este triste ambiente de incuria y desánimo, una egregia excepción. Nacido en una España rota y desganada- -dice Fernández Cruz- -se encontró con un pueblo sin fe colectiva. Y en medio de aquel espectáculo de mediocridad y de inercia, tuvo el valor de pensar por cuenta propia. No temió concurrir al agora internacional coa sus ideas, porque tenia fe en el triunfo de la razón y de la verdad sobre las fuerzas oscuras de la Historia. Y así un día tomó su microscopio, se metió en un vagón de tercera y se fue a Berlín, sin ayuda de nadie, a defender ante un Congreso de in stig tores sus portentosos hallazgos histológicos. Y allí, en medio de sonrisas incrédulas, ante la indiferencia de los otros científicos, consiguió mostrar a Von KolUker, maestro de la Histología alemana, sus admirables descubrimientos. A partir de ese instante, el nombre de Cajal irrumpió como el de un astro nuevo en la constelación de la ciencia europea. Von Kolliker aprendería el español para estudiar las doctrinas de Cajal en su propio idioma. Y el húngaro Lenhossk, se proclamaría discípulo de aquel humilde y desconocido profesar español. La aportación de Cajal al mundo de la Ciencia, representa uno de los fenómenos más significativos en la historia de la cultura española. Equivale ante todo a una lección de fe, de tesón, de modestia y de autenticidad. El científico contemporáneo- -decía Ortega- -ha de te- E LA SOMBRA DE CAJAL contagiar a los demás su fe creadora. En ellas se anticipó a su tiempo. Pero no sólo en sus ideas sobre la investigación fue un precursor del futuro, sino también en un aspecto que es quizá muy poco conocido de los españoles: el de la literatura fantástica. Porque Cajal publicó una deliciosa novela de ciencia- ficción. Aficionado a las narraciones de Julio Verne, escribió un relato biológico en el que contaba las peripecias de un viajero que llegaba al planeta Júpiter, habitado por seres gigantescos, pero de estructura biológica idéntica a la de los humanos. El explorador- -microscópico en comparación con aquellos seres- logró entrar en el cuerpo de uno de ellos. Llegó a la corriente sanguínea y comenzó a navegar por ella sobre un glóbulo rojo. Desde su nave presenciaba épicas batallas entre leucocitos y parásitos. Asistía a las admirables funciones visual, acústica, muscular. Y al fin, llegado al cerebro, descubría el secreto del pensamiento... En esta obra, escrita con un fin didáctico, y cuya existencia se conoce por el propio testimonio de su autor, don Santiago dejó volar su fantasía hasta crear un tema propio de un filme moderno de anticipación. Abra mercados a sos en la Edición Semanal Aérea de ABC. El científico, el maestro, el escritor que hay en Cajal, no han muerto. El eco de su presencia cubre una de las parcelas más insignes del gran friso del 98. Ninguna de las inquietudes de su época le fue ajena. Y afrontó con gallardía problemas que conmoverían cincuenta años después a la sociedad española. Vislumbró el problema de la alienación y el del desentendimiento entre las generaciones Combatió el primero y trató de comprender el segundo. El hombre nace- -decía- -con un cerebro original en su realización. La Naturaleza, preocupada en el progreso de la especie, cuida de no repetirse demasiado. Pero el medio social gran demagogo de la vida trata de transformar el carácter disonante, humano, en un producto uniforme y anodino. De ahí la aparición de esos espíritus independientes, resueltos a defenderse de los fectos planeadores del rodillo igualitario Dijérase que en una singular premonición, Cajal intuía ya la imagen de ese al que las üna re estructuras contemporáneas tratan de cortar las alas de su señera personalidad. Aislado, independiente, tenaz, Cajal no se dejó ahogar en al dogmatismo de lo que era entonces la ciencia oficial. Pero su obra, como dice Ortega, debe más bien avergonzarnos que enorgullecemos. Porque ésta fue el producto de una poderosa voluntad que navegó contra corriente en una España en la que el quehacer científico y cultural no constituía, como en el resto de Europa, una aristocracia del espíritu. Hoy, como hace treinta y ocho años, por el viejo claustro de la Facultad de San Carlos ha vuelto a cruzar- -como un símbolo de sencillez y de grandeza- -la sombra de Cajal. i Pedro ROCAMORA

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