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ABC MADRID 17-10-1972 página 3
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ABC MADRID 17-10-1972 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO PRENSA M A D POR ESPAÑOLA, R I D SOCIEDAD ANÓNIMA FUNDADO EN 180 B POR DON TORCUATO LUGA DE TEMA O es mi deseo machacar en hierro frío, ni polemizar sobre un tema candente, sino intentar plantear de forma concisa la cuestión central de nuestro país y la Comunidad Europea como punto de partida del despliegue político futuro de España. El nacimiento de la Comunidad Europea ha obedecido a muy profundas razones: superar las divisiones políticas que acabaron con la supremacía de Europa en el mundo; acelerar el crecimiento económico de los países unidos en la Comunidad, pues la lentitud en su desarrollo, comparado con el de Estados Unidos o Rusia, se atribuía a la relativa pequenez de los sistemas de producción nacionales; restablecer el equilibrio de fuerzas con un bloque político- militar comparable al de las otras superpotencias, y recuperar, en la medida de lo posible, el prestigio perdido ante los antiguos países coloniales y las fuerzas que las potencias colonizadoras desencadenaron en las regiones subdesarrolladas del mundo, mediante una unidad económica y militar de dimensiones adecuadas. Pero la Comunidad Europea es un concepto y una realidad muy superior a la del Mercado Común. Este ha sido la primera etapa de la unión que, por plantearse de un modo pragmático, ha empezado por las realidades económicas, pero en el aire están ya los vientos de otras uniones: la monetaria, la crediticia, la transformación de la alianza militar y, finalmente, la política, que quizá alumbre treinta años después del Congreso de Europa de La Haya y del nacimiento del Consejo de Europa, primeros balbuceos de la integración política, de la que hoy ya se habla con insistencia y hasta fervor en muchos ambientes responsables del viejo continente. Entre el no noruego y el sí danés a la incorporación europea hay un temblor de tierra político del que sale, a mi juicio, reafirmada la voluntad comunitaria de integración de los países implicados en ella, y se van definiendo hasta los límites geográficos de la nueva entidad política mundial que adviene inexorablemente. Ante estos hechos, nuestra incorporación a la Comunidad creo que hay que despojarla de retórica y de tópicos. No podemos permanecer marginados de la nueva composición de fuerzas mundiales tras el giro de la política exterior norteamericana y las correlativas actitudes de Rusia, China y las naciones de Europa; cuando las posiciones políticas de las potencias pierden rigidez, es la hora de hallar una situación adecuada para nuestros intereses políticos con flexibilidad paralela. No podemos permanecer impasibles, o como simples sujetos pasivos de decisiones que puedan afectar a zonas vitales para España, situada a caballo entre los problemas atlánticos y mediterráneos. Para hallarnos presentes en esas decisiones quizá no exista otro camino que el de una participación reconocida en el bloque de poder que la Comunidad representa. Hemos de estar en una permanente guardia de nuestros sensibles intereses económicos influidos o ABC determinados por las áreas exportadoras de nuestros productos, situadas en parte importantísima en los países de la Comunidad Europea. Pero hay algo más, y quizá más esencial no e s t a m o s en la época en que se postulaba la asimilación del espíritu europeo y de echar siete llaves al sepulcro del Cid porque padezcamos un deslumbramiento europeísta, ni menos aún porque se trate de romper o de condenar el espíritu nacional que ha dado vida a uno de los países del mundo con personalidad más vigorosa y fecunda, y que además es el nuestro. Se trata de acabar con el aislamiento español de siglos que le apartó de una participación activa en l o s acontecimientos mundiales y europeos, de los que en otro tiempo fue protagonista destacado, para encerrarse en la cuadrícula de un hecho diferencial que muchas veces confunde tradiciones con atavismos, que recela de arriesgarse a la libertad por temor a perder aparentes valores, que se cierra en la contemplación de una Historia que, como obra humana, tiene estímulos edificantes y fallos evidentes, pretendiendo ver sólo los primeros, y que termina agarrotando ese espíritu nacional auténtico, sincero, creador y fértil. Y salir de ese aislamiento creo que puede hacerse sin renuncias depresivas de nuestra personalidad y de nuestras efectivas virtudes y valores. Del cultivo del aislamiento, del hecho diferencial subpirenaico se ha derivado una divergencia de la historia de España y de la de otros muchos países europeos. La pérdida del tren de la industrialización, el desangramiento de nuestras guerras c i v i l e s la intolerancia de los extremismos celtibéricos fueron el fruto tangible del fenómeno aislacionista. Estos males llevaron a muchos españoles de buena voluntad, de diversos credos e ideologías, a intentar remediarlos con diagnósticos e introspecciones retóricas, estimabilísimos desde el punto de vista literario y desde el plano de la creación artística pero insuficientes o equivocados en el terreno político. La convocatoria a la integración en la Comunidad es hoy un punto de partida político para R E D A C C I 0 N ADMINISTRACIÓN Y T A L L E RE S SERRANO, 61- MADRID N ESPAÑA Y LA COMUNIDAD EUROPEA Abra mercados a sos piodmcios anunciándose en h Edición Semanal Aérea de A B C un abanico de soluciones capaz de abrir una nueva esperanza para la vida nacional en todos los órdenes, y también en el económico y social, para consolidar nuestro progreso económico. Este es, a mi juicio, el planteamiento básico del problema al que en referéndum de conciencia los españoles debemos dar sinceramente el sí o el no Después viene el de la confrontación técnico- política con la cuestión en sus diferentes dimensiones, porque entiendo que reducir el tema de nuestra integración europea a los límites de la pura economía no es empequeñecerlo, sino descentrarlo. En el plano económico las dificultades no son insuperables; el camino recorrido por España en los últimos lustros con su notorio crecimiento y la corrección de muchos defectos de estructura, y el ejemplo de otros países como Irlanda, ya decidida su incorporación, creo deben alentarnos para asegurar que los obstáculos económicos se salvarán. En el terreno político, pienso que el cuadro constitucional de España, debidamente actuado, permite acomodarse a las exigencias del espíritu comunitario siempre que aquí y allí se abra un diálogo realista y sincero sobre esta cuestión, pero bien entendido que lo que hay que considerar es el conjunto de circunstancias que han de pesar en el ingreso de España en la Comunidad, por lo que hay que alejar la idea de una negociación sobre algo que afecte a nuestra soberanía o a nuestra manera de organizamos pofóticamente, que creo no se nos pidt ni en ningún caso España podría aceptar. A nuestra idiosincrasia, siempre propensa a trascendentalizar las cosas y si es posible a teñirlas con todos los tinte: emocionales, eliminando la presencia d matices de los que tanto viven las relaciones entre entes y personas, hay qm explicarle paciente y sinceramente qu una cosa es la intromisión ajena en los negocios políticos internos de nuestn país y otra la legítima acomodación d nuestro sistema político para ingresa en una asociación de pueblos que tien sus reglas de juego, a la que podemoi pertenecer. No es infrecuente, por último, escu char reproches a los que públicament afrontamos, la responsabilidad de pedí el ingreso de España en la Comunidad basados en afirmar que fortalecemos coi nuestras demandas a los que con fruí ción quieren darnos con la puerta en la narices, ofreciéndoles el lado vulnerabl de nuestros deseos o impaciencias, cuan do deberíamos mostrarles nuestra indi ferencia o nuestro desdén. Tal actituJ me recuerda el apólogo del viajero qu en una fría noche de invierno querí que se le abrieran las puertas de la pe sada gritando: ¡Salgan a disfrutar c la noche en plena Naturaleza, bajo luz maravillosa de la Luna y las estre Has! Ante tamaños argumentos, el vei tero siguió durmiendo. Federico SILVA

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