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ABC MADRID 06-10-1972 página 127
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ABC MADRID 06-10-1972 página 127

  • EdiciónABC, MADRID
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gaño! ¡Os pedimos que os rindáis para evitar derramamiento de sangre! El paso hacia el alcantarillado está cortado. ¡Es imposible que podáis escapar! ¡Debéis salir de ahí, respetando la vida de los ciudadanos que retenéis! Así no habrá problemas... -Tened paciencia- -le responde el hombre desde abajo- yo no puedo decirles nada de momento. Tengan paciencia si no quieren perder lo que les interesa. Las tres menos diez. Los tupas no han dado señales de vida desde hace tiempo. Buscan ganar tiempo, con seguridad. Y, DE REPENTE, EL SILENCIO ¿Qué hacer? Los militares no cesan de hablar entre ellos en voz baja. ¿Esperar todavía? Y después, se vuelve a pensar en Salustro. Las cuatro menos cuarto. Un hombre de unos treinta años es conducido, esposado, al garaje. Es un prisionero tupamaro que, según parece, quiere hacer razonar a sus camaradas de la cárcel. Un sargento le libera de sus esposas y lo acerca a la boca de la fosa: -Ve ahf y diles lo que debas decirles. El prisionero vacila. Finalmente comienza: -Escuchadme, soy... La situación para vosotros y para mí es muy mala. Los policías no mienten. Si tocáis a los secuestrados os matarán a vosotros y a mí. Si somos muertos, no se arreglará nada. Empieza a sollozar. -Os lo suplico- -dice con una especie de grito histérico- ¡Rendios! Todo está perdido. Por favor... De abajo, la respuesta surge bajo la forma de una lluvia de injurias y de amenazas lanzadas por una voz de mujer: ¡Sucio renegado! Vamos a fusilar a Pereira y a Frick. ¡Cobarde! ¡Hijo de perra! ¡Para eso se hace la revolución! En el garaje se hace, de repente, el silencio. Se oye una voz de hombre, muy seca: -Atención, si los efectivos político- militares no se retiran inmediatamente fusilaremos a los prisioneros y las autoridades tendrán que soportar el peso de su muerte. -Si escuchamos un solo disparo- -responde tranquilamente el capitán- -tomaremos vuestro reducto por asalto. Atacaremos desde todos los lados y con la totalidad de las armas de que disponemos. ¡Pero rendios! -vuelve a sollozar el prisionero tupamaro- Fijaros que solamente es un pañuelo. Solamente. DESDE EL 7 DE AGOSTO DE 1968 Policías y soldados armados, vestidos de paisano, fuerzan la puerta de un centro tupamaro. compañeros. Después, el silencio. Finalmente, la voz de un hombre: -Bueno, no disparéis. Nos rendimos. -Dejad a Pereira y a Frick donde están- -ordena el capitán- Salid uno detrás del otro, con las manos en la nuca. Os prevengo que al menor gesto de traición de vuestra parte reaccionaremos con la violencia más terrible. Cinco minutos más tarde, los cuatro guardianes de la Cárcel del Pueblo- -dos hombres y dos mujeres- -emergen al aire libre. Las cinco menos cinco. Seguido de un teniente, el capitán se desiiza en el agujero, que tiene una profundidad de un metro y medio. Liega a un túnel horizontal de unos quince metros de longitud, que desemboca en una pieza cuadrada, calurosa, húmeda, sin ventanas, donde apenas se puede respirar. Hay sacos de plástico llenos de tierra apilados contra una pared. Por la derecha parte otro túnel en dirección al colector del alcantarillado. Enfrente, una puerta oculta por una cortina. El capitán levanta la cortina y descubre tres celdas construidas con rejas de zoológico. La primera celda está vacía. En las otras dos, dos hombres de rostro macilento, profundamente hundidos los ojos en sus órbitas, aguardan con las manos detrás de la nuca. Uno de ios cautivos, cuya barba hirsuta cuelga hasta la mitad del pecho, levanta hacia el capitán unos ojos en los que se confunde el temor y la esperanza: los tupamaros que lo detuvieron por primera vez el 7 de agosto de 1966 estaban igualmente disfrazados de policías. SIN CONTACTOS CON EL MUNDO Abajo, detrás de los ruidos que suben, no hay acuerdo total. La mujer insulta a sus -A causa de mi apetito, que amenazaba con terminar sus reservas de alimentos. ¿No teme usted que ellos lo vuelvan Jar apresar? -Esta vez no me encontrarán. Les desafío a que me busquen por segunda vez. Durante nueve meses los tupas tuvieron paciencia para responder al desafío. El 30 de marzo de 1971, cuando el doctor Pereira se encontraba en su dentista, en la avenida 18 de Julio, dos hombres y una mujer, armados de pistolas, surgieron por detrás de su sillón, lo envolvieron en una alfombra de la sala de espera y lo bajaron por el montacargas como un vulgar paquete. El segundo secuestrado es Carlos Frick Davies, de sesenta y cinco años, antiguo ministro de Agricultura del Gobierno Pacheco, secuestrado el 14 de mayo de 1971 y condenado por la Justicia del Pueblo Frick cumple su día 377 de cautiverio, mientras que Pereira cumple el 423. Desde su desaparición, ellos han perdido literalmente el contacto con el mundo. De momento han pasado tres horas en las que se han visto atenazados entre la esperanza y la angustia. Brincaron desde el momento en que, por megáfono, lanzó el oficial su ultimátum a los guardianes. Después lo escucharon todo: las súplicas del tupamaro prisionero y las respuestas de sus compañeros, y también la amenaza de fusilamiento que pesaba sobre ellos. NO COJA USTED FRIÓ El ex ministro de Agricultura Carlos Frick Davie (arriba) y Ulises Pereira Reverbel (a la izquierda) antiguo presidente del Directorio de Control de Fábricas y Teléfonos del Estado, cuya liberación se narra en este reportaje. Ese día, el director Uiises Pereira Reverbel, de cincuenta y un años, presidente del Directorio de Control de la U. T. E. (Fábricas y Teléfonos del Estado) y amigo del presidente de la República de entonces, Pacheco, se dirigía a pie a su despacho, bien temprano, cuando los falsos agentes, pretextande un control de identidad, le habían asaltado y obligado a subir a un automóvil. Pero cinco días más tarde los tupamaros lo dejaban en libertad. Inmediatamente P reira convocó una rueda de Prensa haciendo gala de una imprudencia patente. A la pregunta de por qué lo habían liberado respondió: La más joven de los guardianes, Adriana Iris Castera Morales, de veinte años, es una dura entre los duros. Sobre su conciencia tiene ya un asesinato. Armada con una pistola saltó hasta la celda de Pereira y aplicó el cañón a la sien del prisionero. Afortunadamente, en su delirio, se había olvidado cargar la pistola, pues el disparo no se produjo y permitió a los otros tupamaros agarrarla por la cintura... Diez minutos más tarde veo a los dos secuestrados salir de su larga noche. Afuera, el viento del Norte muerde la carne. Alguien dice entonces: -Doctor Pereira, cuídese de no coger frío. Y el doctor Pereira responde: ¡Batí! Prefiero atrapar un resfriado que coger elfrío de la eternidad. Víctor FRANCO

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