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ABC MADRID 24-09-1972 página 109
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ABC MADRID 24-09-1972 página 109

  • EdiciónABC, MADRID
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Niky en Uganda y su vida transcurrió en la selva. De pequeño cuerpo y muy joven, era el verdadero profesional hunter Conccía los secretos de les animales y de la caza con una adaptación singular a aquel medio. Aquella mañana y con el alba, ya iniciada la marcha, hicimos un alto para que, al pie de un gigantesco baobab celebraran los negros el rito del vino, ofrecimiento a los espíritus de la caza Aunque es contrario a sus normas, me aproximé al grupo; sentados en círculo, con las piernas cruzadas, se van pasando de uno a otro un recipiente con vino, humedecen sus labios y vierten en el suelo, a su derecha, una parte de ál. repitiendo con monerrítmico tono de voz una oración en swahiü cuya traducción, más o menos, es: ¡Ch espíritu grande, ayúdanos para dar caza a Tembo Simba (elefante, león) ellos son más fuertes que nosotros, pero tú nos ayudarás y les venceremos. Ya en camino meditaba sobre la escena que acababa de presenciar y que tantas veces vi practicar a los negros en otros países. Mi curiosidad informativa me llevó a interrogar al guía sobre las razones por las que autorizaba aquella ingenua solemnidad. Me explicó que permitía aquel rito porque daba a los negros optimismo y moral. ¡Cuántas veces- -decía- -un guía o un cazador han debido su vida a la habilidad o valentía de un negro pistero! A ORILLAS DEL RIO OMEY Zona inexplorada Kiguesi, carecía de caminos y el vehículo avanzaba en zigzag tropezando con arbustos o cayendo en hoyos de facocheros que hacían penosa nuestra marcha. Era agobiante el calor. Intentaba subir a la parte alta del toyota en busca de aire cuando descubrimos una manada de búfalos, compuesta por 40 ó 50 animales. No es fácil encontrar un macho grande en una manada, ya que suelen ir en solitario o acompañados de una hembra o macho joven. A pesar de ello, conscientes de que no se pueden desaprovechar las oportunidades que la selva brinda, nos dispusimos a acercarnos a los búfalos. Niky Blanc, ágil como un mono, subió al techo del vehículo para con sus prismáticos observarlos. Ya. al volante, con una amplia sonrisa de satisfacción, me dijo: -Sé dónde van esos animales y vamos a esperarles. Lo más rápidamente que nos permitía el irregular terreno y dando un amplio rodeo de varios kilómetros, paramos el jeep para adentrarnos en una cerrada foresta. Lento el avance, evitando arbustos con pinchos como lanzas, agachándonos unas veces y gateando otras, seguimos nuestro agotador recorrido hasta llegar a la orilla del río Omey, destino de los sedientos búfalos. Ancho bauce del río, seco en gran parte, y en cuyo centro corría un reducido caudal de agua. Fijado ya nuestro punto de observación y espera, Kingmangood, el negro massai pistero de Niky, nos. alertó de la presencia de un león que en la ribera contraria se mostraba clara y visiblemente. Ese impulso del cazador frente a la presa me hizo montar el rifle para apuntarle. Paralizó Niky mi acción. -Espere, ése está aquí, como nosotros, para cazar. Me detuve y observé al felino. Se dijera que vivía una intensa inquietud febril. Su enorme cabeza giraba en todas direcciones y los ruidos de avance de la manada, que se sentía próxima, producían temblores en su musculoso cuerpo, algo El autor de este reportaje junto al búfalo capturado. Audaz lucha a muerte entre un león y un búfalo en las riberas del río Omey similar al atleta olímpico en la fase previa al esfuerzo final. UN ESCONDITE IMPREVISD 3 LE Avanzaba con su majestad impresionante y retrocedía, recorriendo el mismo camino, en busca, sin duda, del mejor sitio de ocultación para su ataque. La elección del escondite superó todo lo previsible: un tronco de árbol nacido en la otra orilla y del cual una rama tendía sobre el río. Por ella ascendió hasta adaptar su cuerpo al tronco y confundirse con él. Dicen, y es cierto, que a los felinos les descubre en los árboles el rabo, que suelen dejar colgante. Aquel maestro de la caza ocultó su rabo para hacerse todo él invisible. Había llegado la manada; una hembra, más impaciente o más sedienta que el resto, avanzó al centro del río hasta situarse justamente debajo del león. Como en otras ocasiones, el corazón daba la medida de mi emoción contenida. Esperaba de un momento a otro el salto del felino sobre la confiada hembra. Imaginaba lo que sería el cuerpo del león con su peso superior a 200 kilos, catapultando sobre el búfalo. Transcurrían los segundos y la hembra, paulatinamente, inconsciente del peligro, sé alejaba paso a paso de la vertical del árbol y hacía cada vez más difícil el ataque directo del león. EL LEÓN Y EL BÚFALO, FRENTE A FREiNTE Pronto un búfalo de gran cuerpo y cuerna caída alcanzó el río hasta, buscar el cauce. Dio la grupa al león, separándose de él a diez metros. Estaba imaginando la posibilidad de un salto directo, cuando precedido de un rugido y en acrobático salto, el león se abalanzó sobre su presa. E 3 tremendo envite no derribó al búfalo, que quedó en pie, firme en la arena. Se sujeto el león con sus poderosa patas en los lomos traseros, la mano i á quierda aferrada a la cruz, mientras la derecha, en rápido movimiento, alcanzaba el morro del búfalo. Herido en su parte más sensible, el animal giró la ca Ba hacia atrás, favoreciendo la acción, iel león que, de un formidable tirón, le partió el cuello. Avanzó el búfalo dos o tres pasos y cayó muerto en la arena seca. El rugido y la lucha produjeron la huida en estampida de la manada, mientras el león se erguía en desafiante actitud apoyadas sus manos en el cuerpo del búfalo. Entonces, en las más perfectas condiciones, disparé sobre el león que cayó sobre su víctima, muerto. EL TERROR DE LOS NEGROS 7 Un clamor de triunfo y gritos de alegría de los negros. Para el negro, Simba el león, es el animal más temido y más odiado. Hay en ellos un rencor ancestral. Odio y terror de siglos porque todos los negros tienen antepasado, próximo o lejano, víctima de un león. Nos acercamos pausadamente. Cuando estábamos a menos de diez metros de distancia, la cabeza del león muerto resbaló del tronco del búfalo cayendo a la arena, aterrorizando a los negros que emprendieron veloz huida. Niky Elanc, riendo, les llamó cobardes en swahili. Aún recuerdo la impresión de aquellos dos cuerpos calientes. Después el largo recorrido hasta el vehículo que nos- llevaría al campamento. Reflexionaba sobre el poder de aquel león, ahora sin vida en el coche. Sin embargo, había muerto é n el apogeo de su poder, en la plenitud de su majestad y realeza que le dieran nombre y fama. Otros animales de su género llegan a envejecer, y la acción destructora e inexorable de los años acaban con su poder, para hacer de él un animal triste y derrotado que actúa de descuidero en las proximidades de los poblados de los negros. Aquél había terminado su vida poderoso, invencible, indiscutible rey de la selva. Emilio PARDO SOtPELARTE

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