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ABC MADRID 10-09-1972 página 3
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ABC MADRID 10-09-1972 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA, SOCIEDAD ANÓNIMA MADR D FUNDADO EN 1806 POR DON TORCIMTO LIICA DE TENA ABC vos económicos; constituyen una asignatura en nuestras carreras mercantiles, y no es casualidad, sino venturoso reencuentro con la Historia, el hecho de que hayamos alcanzado por primera vez nivel de gran potencia industrial precisamente en el sector de las construcciones navales. Sin embargo es en el campo de la estrategia, abierto a todas las sorpresas, virgen para nuestra insuficiente opinión pública, donde más se nota nuestra secular ausencia de la mar. Nuestros Desastres, con mayúscula, no se originaron en fallos administrativos ni en imprevisiones políticas con esos fallos y esas imprevisiones hicimos América. Nacieron de que un proceso de desintegración nacional culminó, a nivel de conciencia colectiva, en una absoluta indiferencia por la preocupación estratégica. Salvado trágica y heroicamente el último y más peligroso de esos procesos hemos recuperado nuestra posibilidad de futuro; pero no hemos vuelto a crear la conciencia nacional estratégica imprescindible para ese futuro. No hace falta acumular pruebas de una situación evidente. Vivimos encima de una falla estratégica universal; sobre un cráter vivo, aunque inactivo por el momento, bajo el que alientan gravísimos conflictos potenciales. Junto a nuestros propios problemas, cuyas raíces históricas empezamos ahora a reconocer desnudamente, se alinean, en medio de relaciones reales y escondidas, los problemas de nuestros vecinos nacionales y regionales, europeos, africanos y mediterráneos; y mientras aquí reducimos durante meses nuestra problemática política al tema, por ejemplo, de las asociaciones (nuestros nietos se morirán de risa al comprobarlo) nos obstinamos en desconocer, a í. ivel, de pueblo, las categorías que laten bajo la tremenda anécdota marroquí, las nuevas perspectivas en las relaciones luso- brasileñas, la permanente vigencia geopolítica de nuestro Estrecho, el inframundo subversivo que encuentra refugio en nuestra vecina Argelia, la presencia hiriente de dos grandes escuadras no mediterráneas en un mar al que no podemos llamar nuestro más que en una lengua R EDA C C I O N A DMINISTRACION Y TAL L E R E S SERRANO, 61- MADRID E L más competente grupo de expertos- -no cerrado aún, según me informa su coordinador- -ha comenzado ya a trazar las líneas maestras de lo que será, dentro de unos años, la gran Historia de la Marina española, inédita hasta hoy entre el olvido, el silencio o, cuando más, la apología parcial. Hacía muchísima falta; porque bajo esta noticia late un hondo problema nacional, y los problemas de esta índole comienzan a resolverse, como todos los problemas, e, n el terreno de la información. No resultará difícil que coincidamos todos en que el problema, además de hondo y nacional, es urgentísimo. España es un país esencialmente marítimo que vive, desde hace siglos, de espaldas a la mar. No es una frase; se trata de la expresión exacta de una actitud general, de un inmenso vacío para nuestro pueblo. Los hombres de la mar luchan y mueren en silencio, lejos- -sobre todo cuando arriban- -de la incomprensión y el desvío de sus compatriotas de tierra, quienes calman a veces su conciencia con algún monumento retorcido y algunas endechas protocolarias. España, sin distingos, no comprende el impulso vocacional ni los problemas acuciantes que surcan el espíritu de nuestros marinos de guerra; sólo tenemos la Marcha de Cádiz para preparar las vísperas de Santiago de Cuba. Durante los últimos años el pueblo español se ha asomado, por fin, colectivamente, a la mar; he aquí el aspecto positivo, físico, de las urbanizaciones costeras. El precio, sin embargo, parece intolerable. Estamos destrozando, quizá para un siglo, la maravilla inédita de nuestras costas; y no sabemos enfrentarnos a la mar sin prostituirla. He aquí un testimonio personal lastimoso: este mes de agosto, entre Cabo de Palos y el de la Nao, no se podía navegar diez metros dentro de las aguas españolas sin tropezar con un sucio residuo terrestre. Diez metros son una medida, no una metáfora. Los españoles nos debemos a la mar por todas las razones: estéticas, históricas, económicas, estratégicas. La mar no es un límite azul de nuestra geografía; es un elemento integrante de nuestro ser como país y como pueblo. España se ha hecho desde la mar, hacia la mar; en la mar surgió y se hundió su grandeza; su horizonte no ha sido jamas interior, sino total: es decir, marítimo; es decir, el único horizonte que existe. Y todo esto sin necesidad de que nos remontemos a nuestro primer almirante castellano; bien cerca está la dimensión marítima de nuestra última historia. En la mar se ganó y se perdió nuestra guerra; esto no suele decirse. Menos aún se comenta otro hecho que parecerá sensacional el día en que se documente: por la mar se ganaron las más ocultas, las más íntimas y quizá las más decisivas batallas de nuestra paz actual. Tal vez como secreto reconocimiento de esa verdad el general Franco eligió, para su autorretrato, el uniforme de capitán general de la Armada. Ocioso sería comentar aquí los moti- DE ESPALPAS ALA MAR muerta. 15 e extrañaba, con toda razón, don Laureano López Rodó, de que Méjico reconociese a un Gobierno español que no existe; pero cabe extrañarse mucho más de que ese Gobierno no tenga ahora su sede en Méjico sino en Francia, país oficial y realmente amigo de España; país que alberga, además, a núcleos subversivos antiespañoles con imprevisión suicida, como señala tantas veces Alfredo Semprún en alucinantes crónicas aquí publicadas. Poco después de su nombramiento, el actual ministro de Marina dio, desde el puente, una clara alarma estratégica. No abundaron, por desgracia, los comentarios. Algún insensato deja caer la idea de que con esos toques de atención pretenden nuestras autoridades justificar las por lo demás austeras consignaciones militares en nuestros presupuestos. Lo que está en juego es muchísimo más: el cimiento de seguridad para nuestro futuro. El peligro, como el horizonte, está en la mar. La acción benemérita de la Liga Naval es una esperanza que debemos alentar entre todos. Proliferan en nuestro litoral nuevos clubs náuticos; pero sus actividades se desvían demasiado hacia lo social, hacia lo superficial; salvo la esperanzadora excepción de C a t a l u ñ a suele haber en ellos más exhibicionismo que navegación. Los denodados esfuerzos de autoridades y Federaciones no consiguen arrancar al deporte náutico su pecado original clasista; y los nuevos inquilinos de nuestros apartamentos costeros se obstinan en perder su veraneo en medio de los atascos de carretera, mientras la mar sigue esperándoles vacía. En uno de los momentos más ilusionados de nuestra última singladura, España decidió volver a su rango histórico de potencia naval. Un Consejo de Ministros aprobó un plan ambicioso que nos devolvería, en diez años, ese rango. Quiso la desgracia que la fecha de tal decisión fuese nada menos que la del 1 de septiembre de 1939, cuando nuestra naciente paz se empezaba a ahogar en la guerra civil de Europa. Hasta los horizontes pasan, a veces, a los archivos. Han cambiado mucho, desde entonces, los esquemas estratégicos. Nadie pensaría hoy en resucitar aquel plan que empezaba por la construcción de cuatro acorazados. Pero debe ser el pueblo español, y no solamente la Marina, quien exija la elevación de nuestra presencia naval en los caminos del futuro. A pesar de todos los inconvenientes y todos los subproductos, el turismo ha hecho también el milagro de llevar a los españoles hasta la orilla. Falta ya poco; el salto definitivo hacia alta mar. Garantizo a mis compatriotas de tierra adentro un maravillosa experiencia: hasta la propia vida parece diferente cuando se cruza al largo de nuestras costas; pero sobre todo es una España enteramente nueva, llena de posibilidades, la que se convierte de límite en horizonte. Cuando se la contempla desde el otro horizonte, el único. Ricardo de la CIERVA

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