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ABC MADRID 09-09-1972 página 13
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ABC MADRID 09-09-1972 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página13
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M I vida de náufrago perdido en el asfalto se divide en dos ciclos: Mañana voy a C u e n c a o Ayer e s t u v e en Cuenca Voy a Cuenca, vuelvo de C u e n c a Cuenca de los cien mil bautizos. A la puerta de entrada, junto a la casa del alfarero Pedro Mercedes, siempre he dicho que debían poner a un vendedor de brújulas. ¡Ay, Pedro de Lorenzo, que tanto la conoce! Yo llegué un día a Cuenca, sorprendido, con el corazón en el cesto de la fruta, de la mano de César. Vivía entonces César en la calle de San Pedro y nos llenaba a todos, desde cerca y desde lejos, con el rumor de las caracolas de mar y montaña de su Cuenca mágica. Eso, Cuenca mágica. Y me quedó el alma traspasada como un acerico. Goñi colgaba los cubos blancos de las casas de una sola ventana, de las casas con forma de mujer, de las casas con vientre, de las casas con el vuelo del arcángel, en todas las esquinas de mi pensamiento. Yo soñaba con Cuenca. Volvían de la ciudad de los dos ríos, aquél de esmeralda, aquél de oro, bandadas de poetas con las alas tronchadas de tanta hermosura y tanto misterio. Y el joven periodista iba y venía por el Madrid de entonces cimbreando la cabeza como un loco, como aquel que está gravitado- -dice Florencio- -de la Cuenca que no se apaga. ¡Vivir en Cuenca! La vuelvo a caminar en septiembre por tratar de encontrarle en alguna esquina la última, desde luego no la única, definición. Me acompañan amigos y vencejos. La veo a la calda de la tarde como un cuadro de Brueghel. La cuento, al crecer el día, bañada de una luz de plata vieja. Cuento los pasos, y las horas, al pie de esa sombra canela de Torre ¡Mangana. Juego a los bolos en el Recreo Peral que bay bajo los viejos álamos. Escucho el grito de los chiquillos en la plaza de San Nicolás, con la estatua de piedra rota. Escucho al niño Ismael, con su guitarrón, que canta a Vivaldi desde el umbral de sus escasos años de muchacho que acaba de jugar a la pelota. Vivo y sobrevivo la Cuenca de los que escriben versos. ¡Ay, el hocino adorado y deseado de Federico Muelas, al fondo; el otro Federico, aquel que tanto la amó y la contó. Cuenca esculpida por el viento y por el agua, que la escribió, traspasado, Manuel Alcántara que buscaba casa con huerto, Cuenca de la intemperie loca y de la sigilosa hondura. Y es verdad... Todo le cruza a Cuenca, todo le va. Cuenca submarina la conté yo un día de locura, que entornaba los ojos y la veía en el fondo de una botella de anís, en el vientre del océano, como un barco coronado de madréporas... Cuenca, Cuenca... Por allí donde paso escucho la voz al cielo y el eco se repite. Multiplica. Cuenca de los r a s c a c i e l o s trabajados por la mano del tiempo. Cuenca de los hombres y las mágicas piedras. Friso de flores antiguas, geológicas. Corazón arriba, donde anida el urogallo. Yo conozco todas las Cuencas posibles, diferentes; aquella telúrica Cuenca de 1 noche de Pasión, con el ronco tambor a las espaldas y un perfume de resoli en torno al Cristo. Luis Antonio de Vega dice en sus papeles de cocina, sagrados papeles que el hcmbre atesora, que el resoli tiene el secreto del alambique y que el morteruelo es el páté más salvaje que hicieron los pastores. Me acompañan bajando y subiendo las calles difíciles, las calles por donde sólo pasa un hombre y la sombra de otro, camino de la música de arpas de San Miguel, un tropel de sonetos, una jauría de lienzos y señales luminosas. Ya se fueron las muchachas canadienses de este año, las cien doncellas de Quebec que llenaron este verano de flores y de risas. Cuenca asiste impávida a todo, desde los pulpitos trabajados por la mano del Gran Alfarero. En la entraña de la ciudad antigua hay seguramente un filón de uranio y una larga veta de flores de la locura. Grau Santos se embriaga desde su alto estudio con los colores del atardecer. El siena envuelve el paisaje de esta hoz del Júcar como en el rico manteo de un viejo papa bizantino. La metáfora vuela bajo, más aún que el pájaro negro de la tarde. Tomillean los muchachos por la loma lejana de la Cueva del Fraile buscando las últimas parejas del amor. Ciudad cuajada de fantasmas, ciudad con un toro de barro y un cáliz encendido, con un lucero en la frente... Gargantas trabajadas con las manos grandes de los milenios. Cuando llego hasta la sombre verde del pastor de las Huesas siempre rezo, de tanto como me impresiona, verlo con la manta, el cayado y el perro a los pies, como un noble esculpido en un cementerio para reyes. Bajan las aguas altas de Royo Frío, ya. Tras el Júcar, la barba crecida y brava. Yo anoto en mi riñon el Solán de Cabras, de aquel balneario olvidado que tanto gustó a los Eaura. Zobel, que acaba de volver del Japón otra Vez, abre las ventanas del Museo de Arte Abstracto, único en el mundo, el más hermoso museo que imaginarse pueda ¡Ay cementerio de San Isidro, con barros de colores y nombres entre los mirtos! ¡Ay cementerio donde moriría! Damas de Pedernales de Valdivieso. Calles del Peso, de la Madre de Dios, de Caballeros, de Canónigos... Plazas de los Carros, de los Tintes... Rocas de Luna Rota que escribió García Lorea. Ahí van los Palomo, con sus últimas velas floridas, camino de algún sitió, Vean ustedes cómo cubrieron el ritmo de la abeja. De la miel a la cera. Eran confiteros antes. La historia, el ciclo del panal se repite. Anoto los nombres queridos en el recuerdo. Esta es la luz del alfar de Pedro Mercedes, genio suelto y encadenado a la rueda de madera de su tomo. Está haciendo hoy, por ejemplo, el humo de la chimenea en barro, el vuelo de la tórtola y el sonido de una guitarra de Casasimarro. Bebo de las fuentes de la Guía Larrañaga. C u e n t o los pasos de la Bajada de las Angustias. Escucho el carillón de las serranillas de Mangana. Bebe? Tin mochuelo de vino. Adivino los canterosocultos que trabajan cada día, martilleando con los pulsos del aire en la catedral más amada de Castilla, ésta de Cuenca, que ahora vuelven a levantar los de la ciudad con el tesón lie los hijos del fuego y de la piedra. Aun quedan, si usted busca, amigo, rincones sin herir, plazas sin mancillar, calles vírgenes en Cuenca. Todavía hay casas grandes con balcones al misterio, con una cierta posibilidad para la fantasía que decía aquel viejo periódico inglés. Fotografías románticas, traídas de un dibujo de Doré; grabados de esta mañana arrancados por la mano febril de un niño en un libro de leyendas. El Huécar se canaliza. Calle del Trabuco, del Clavel... Hace unos días, a los campos arreglados de Soto llegó una avioneta y buscadores de la historia encontraron bajo la piel de Cuenca una ciudad romana y un lejano pueblo de bronce. ¡Cabeza de piedra del Caballo, donde esperar la llegada del invierno, sobre el río, que es como una lanza de oro o como una espada de esmeralda! Esta Cuenca es la puerta abierta de la alta sierra, tan desconocida. Be aquí parten los caminos que van hasta el canto del urogallo, el calor del oso, la sombra en la piedra de la cabra fugaz. Pero sepa usted, caballero, que en Cuenca hay un escritor en cada esquina, un buen poeta asomado a cada ventana, allí donde luce una luz, en la ventana, cualquiera de las ventanas que desde aquí vemos, hay, temblando de gozo, un pintor. ¡Iglesia de la Placeta del Salvador, paralela iglesia a mis jóvenes años de Granada! Callejón de los artículos. Grajas por la tarde... Ya lo escribí alguna vez. Paquillo, el de los halcones, cuelga de los garfios de sus príncipes del aire gárgolas de oro para un emir del Golfo Pérsico. Cuenca, llena de sorpresas. D Ors la llamó, bien llamada, Bella durmiente del bosque por lo visto. Paseo de Carretería, donde pasear es pasear todavía... Cuenca azul, verde, amarilla, Cuenca de la Virgen de la Luz. ¡Alajú! Un estilo de vivir, un aire noble de sierra y de castillo. La imaginación, a la bandolera, que sobra. Cuenca, a un paso de Madrid. ¿Pero no conoce usted Cuenca, hombre de Dios, angustiado de la vida, mujer errabunda de la gran ciudad, aplastada bajo el peso de los humos y las vulgaridades? ¿Pero aún queda en España una flor abierta en el jardín mustio de las sorpresas? Queda Cuenca. Me han dicho; Busca una definición, ea, tú que a veces las encuentras en los bolsillos de tu lisérgico de yerbatniena... -Pues mire usted, buen amigo... Cuenca... Cuenca, es Cuenca. Tico MEDINA

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