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ABC MADRID 06-09-1972 página 91
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ABC MADRID 06-09-1972 página 91

  • EdiciónABC, MADRID
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FUENTERRABIA ABERSE fronteriza le da una coincidencia a la vez abierta y defendida. El Bidasoa no es ancho. A p e n a s un brazo de agua que aprendió a agitarse entre los estrechos pasos del Pirineo estudiando, también, el bachillerato de contrabandista y aventurero y el doctorado en el peligro y el arte de la guerra. Al otro lado del río, casi a tiro de piedra, está Francia. Hendaya y Fuentérrabia se miran a todas horas por encima del agua, repartiéndose el mismo oleaje y las orgullosas estribaciones pirenaicas que descienden hasta el mar. D e s d e antiguo ha sido Fuenterrabía puerto y fortaleza. Olas y murallas. El viejo marino puede contar historias de nunca acabar, pescas milagrosas; el encuentro con luminosos bancos de bacalao, vigías de las costas de Escocia y de Noruega; la persecución de ballenas desmesura d a s solemnes e infatigables, difíciles para dejarse Atravesar la puerta de la fortaleza y subir clavar el arpón; el espor la calle Mayor hasta la plaza de Armas, panto de las galernas delante del castillo de Carlos V, es como ir sin cobijo, con las olas ahondando en las avenidas del tiempo. tan altas como torres de faro; la magia de las boreales, contempladas desde el barco desbordante de pesca das del tiempo. Pocas veces podrá lograrse, y de redes; el misterio de los náufragos sin efectismos ni escenografías, pasar tan que claman en el noche por una plegaria rápidamente del tráfago, la agitación y el o por el saldo de una deuda que dejaron al bullicio de una ciudad saturada de turistas, embarcar... al plácido disfrute de un pretérito que se Los pescadores de Fuenterrabía son gen- ofrece penetrante y vivo. Por estas calles, te recia, pescadores de altura, que sueñan por estos rincones, no se respira nostalgia con la mar ancha que multiplica el hori- ni polvo de siglos. Ni siquiera en la legenzonte a la acometida de sus proas. Son los daria calle de Pampinot- -que semeja para que definen el carácter de la ciudad baja, Baroja la de una vetusta ciudad flamenca- -de la Marina. Caminan alegres y seguros, le parece a uno que el deambular de unas calle de San Pedro arriba y abajo, a la cuantas brujas pueda ser cosa remota y vuelta de la pesca, cuando el paladar se trasnochada. Por cierto que las brujas de aguza pensando en el marmitako en cuya Fuenterrabía, que volaban con sus corresolla ha caído el bonito todavía coleando. podientes escobas y ungüentos, a los aque? Baroja los cantó desde sus páginas pri- larres de Jaizkibel, gozaban del privilegio i meras. En La leyenda de Jaun de Álzate de que el demonio les hablara en vascuenescribió una especie de balada en prosa ce, lo que servía para acreditar el don de- -de esas que intercaló con abundancia en lenguas del diablo. sus novelas, pese a sus desdenes para los Una natural elegancia fluye de las casas líricos- -en la que exalta su valor y su del viejo recinto. Se. tropieza con la manpericia marinera. sión donde se negoció la tregua, cuando el Fuenterrabía es uno de esos puntos que gran Conde melló sus aceros al sitiar Fuensirven de apoyo para que el aventurero vas- terrabía, como si uno fuera a ver surgir por co se dispare mar adentro. Siempre lo hizo, 5l grave portón a los emisarios franceses. lanzándose golfo de Vizcaya adelante, para La Historia no se ha congelado. Las piecolaborar en las gestas oceánicas españo- dras, los escudos, las moradas antañosas, las. Pero como si estuviera consciente de no tienen vaho de museo. Parte de este que los surcos en el mar son olvidadizos milagro, de esta sensación de vivir el tiemy cambiantes, Fuenterrabía tiene toda ella po histórico como un manantial que no un profundo y concentrado sabor de his- anula las aguas pasadas, que no se deja toria. La parte vieja, la ciudad alta, se yer- arrebatar su vigencia, se apoya en el celo gue sobre las murallas antiguas que su- de unos regidores y un arquitecto ejemplapieron de asedios, de combates y de asal- res que han impedido- -sin deshabitados tos. Atravesar la puerta de la fortaleza pastiches- -que en el casco amurallado se y subir por la calle Mayor hasta la plaza pierda el carácter esencial de las consde Armas, delante del castillo de Car- trucciones tradicionales, salvándolas de una los V, es como ir ahondando en las aveni- incuria indolente. S Se puede comprender, entre estas callejas trabajosas y empinadas, cómo el espíritu vascongado siente el heroísmo sin retórica ni desmelenamiento. Algo sobrio y alegre a la vez cual una canción de romería. En la crónica de la audacia y el coraje en torno a los muros de Fuenterrabía hay que contar con los ejemplos de denuedo individual de los golpes de mano, semejantes a una fabulosa operación de comandos o a una fantasía filmada en Hollywood referida a un quimérico Robín Hood del lejano Oeste o a algún increíble oficial americano que, con el solo acompañamiento de una metralleta, logra rendir una división con tanques y artillería. Uno de ellos- -intrepidez y arrojo de nuestro guerriüerismo tradicional- -fue el llevado a cabo por un sargento de la partida de Espoz y Mina. Fermín Leguía, allá a los finales de nuestra guerra de la Independencia, asaltó en una noche oscura el castillo de Fuenterrabía ocupado por tropas francesas. Cual ágil alpinista trepó los pelados muros, mató al centinela que encontró en su camino, abrió las puertas del fuerte a sus compañeros, con cuyo auxilio redujo a la pequeña guarnición napoleónica, y tras inutilizar la artillería se retirá entre las sombras al frente de su patrulla de fantasmas cargado con todo el botín posible de acarrear. Leguía había nacido en Álzate y era tío de don Pedro de Leguía, el admirador de Eugenio de Aviraneta, a quien Baroja atribuye el material que sirvió de cañamazo para bordar sus Memorias de un hombre de acción Fermín fue, desde su triunfante golpe de audacia, un verdadero aprendiz de conspirador que se pasó la vida entre el exilio y las intentonas liberales en la raya pirenaica, casi a horcajadas sobre el Bidasoa con el fusil y el cuchillo entre las manos. Pero todo esto- -relatos ya bajo el resplandor de la leyenda- -nos aleja de nuestro tema. De los recuerdos y conmemoraciones de las glorias castrenses le queda a Fuenterrabía la celebración colorista y gozosa del alarde La remembranza militar se materializa en alborozo y popular regocijo. Aquí todo parece tender a una serena estilización. Sereno es el canto del valor, la emanación de las piedras y el himno marinero del oleaje que saluda a las aguas del TÍO. Esta, serenidad se sutiliza también en una misteriosa poesía que queda reseñada hasta en los barrocos escudos- -cercados de banderas y cañones- cuyas labras exhiben su recuento, desde la puerta de honor de la muralla hasta la limpia pared de sillería de la parroquia. Por toda esta costa vascongada, tanto por la española como por la francesa, la ballena, campeando en una rizada ondulación, suele ser elocuente motivo heráldico, tributo y nostalgia para la riqueza y la aventura marineras. Pero en el emblema nobiliario de la veterana Ondarribi, en uno de sus cuarteles, dos esbeltas sirenas dan fe de los herméticos mitos del océano. ¿Qué viejo pescador, peleándole las aguas de Terranova a un airado vikingo, se las trajo prisioneras entre sus redes plateadas de espumas, nieves y pescados? ¿O, acaso, fueron descubiertas en el secreto alijo de algún contrabandista? Por su vivacidad podría imaginarse que están fraguando continuamente la escapatoria. Pero ¿las dejaría llegar hasta la orilla y rap tar al marinero escogido, al recio patrón que no se dejó seducir por sus canciones? Fuenterrabía las guarda celosamente. No sea que su fuga provoque un escandaloso revuelo entre los veraneantes o un leve- -aunque espectacular- -incidente fronterizo. José María ALFARO

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