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ABC MADRID 01-09-1972 página 87
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ABC MADRID 01-09-1972 página 87

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página87
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O hay niños en el pueblo, ni hombres jóvenes siquiera. La fuente vefde melón de la plaza está solitaria, sin zagala que la ordeñe ni mocoso que la ensucie. Algunos hombres sestean a la sombra del bar, frente a la fachada, recién revocada, de la alcaldía. Son hombres para los que la aventura del melón quedó enterrada en los años, en algún pliegue del recuerdo, acaso en alguna decisión honda y firme de no sufrir más de no quemarse la sangre bajo las nubes, de no renegrirse el pecho ante la tormenta. Hombres que despidieron a medio pueblo en marzo y esperan recibirlo en octubre, sin mudar apenas de expresión, cucados los ojos por el brillo de las paredes, recorriendo la plaza al compás de la sombra, pensando para sus adentros las faenas de los que se fueron, sin comentarlo con los demás, porque es cosa sabida. Ahora los de Córdoba estarán marcando la t i e r r a y ahora sembrándola, y abonando después y sulfatando siempre, porque la andaluza es tierra de plagas. Quinientas familias, la mitad de la población, haciendo pueblo por Toledo, Guadalajara, Ciudad Real, Córdoba, Sevilla, Badajoz... Meloneros de Villaconejos prestando su sabiduría a las tierras calientes, menos agotadas que las de Castilla; conquistando terrenos para su pueblo; llevando con ellos la maldición de Atila, en sus manos y en el fruto. Allí donde cultivan no vuelve a crecer el melonar hasta dos años después. Y asi van agostando tierras, cada día más lejos, con la secreta esperanza de que al paso de los años se pueda plantar de nuevo cerca de su pueblo, en el cortijo de San Isidro o en la finca de Biedma, o en la de Guadalajara del conde de Bomanones. Tierras donde se criaba el auténtico, el genuino melón de VUlaconejos, largo y jugoso melón de artesanía al que había que cuüdar con esmero, con paciencia, cubriendo las matas con el cuerpo, si fuera preciso, para eludir el agua de las nubes. Melones como niños recién nacidos, como un balón de rugby cargado de azúcar, en nada semejantes a los mochuelos los piel de sapo y los piñoné de ahora, más mecanizados y artificiales. Vülaconejos no tiene caminos de entrada más que para los forasteros. Para llegar puede tomar el visitante la nacional de Andalucía, quebrar a la izquierda tan pronto se avista Aranjuez y seguir ya la carretera que aboca al pueblo. La última loma sirve de mirador: allá abajo duerme, rodeada de casa blancas y sureñas, la vieja iglesia de piedras centenarias. El otro camino culebrea desde Arganda, se eme a Chinchón, sin atravesarlo, y llanea niego hasta el pueblo. Por un camino o por otro, algún melonar se esparce por el secano, bajo el sol; doran las vides, la uva, y aguarda el olivar el vareo. Morece pujante la estaca avisadora del coto de caza. Los dos caminos se engarzan en la plaza, junto a la alcaldía, la iglesia, la barbería y el bar, que vienen a ser el kilómetro cero de la villa. No son caminos de entrada, sino de salida, estos que ha utilizado el forastero. N REPORTAJE De los tres mil habiíanies que tiene el pueblo, más de la mitad se esparcen por la Península dedicada al c u l t i v o del melón sobrino y ayudante del barbero, fotógrafo del pueblo, cartero cuando hay correspondencia, melonero de secano, agente de seguros y alguna cosa más. José Luis Agudo es también de los jóvenes, pero tiene la blancura de la capital donde trabaja de camarero; y Fructuoso Sánchez, enjuto como un quijote, y Nicolás de Blas, renqueante de andares por una pierna que se le escacharró, acaparador de palabra hasta convertir la tertulia en monólogo; Nicolás de Blas, que toma tierras en arrendamiento y se las da a medias al que tas quiera de su pueblo. El se encarga de pagar los terrenos y los medieros de darle la mitad de lo que se produzca. Sus palabras salen atropelladas, nerviosas, crudas, como un pregón de las edades del hambre. -VUlaconejos es un pueblo de tres mil habitantes que no tiene vida más que para la mitad de la población; la otra mitad vive de los melones donde encuentra tierra. Hace quince o v e i n t e años andaban por esta zona, sobre todo en la provincia de Guadalajara. Pero se explotaron mucho las tierras y se cansaron. Toledo fue el segundo jalón de esta ruta. En Toledo se plantaban cereales, pero las tierras no daban la abundancia necesaria. Eran tierras sueltas, buenas para una raíz tan endeble como la del melón. Entonces llegaron los meloneros de mi pueblo y sembraron melones. Se criaban tempranos, con menos kilos, pero buenos, y aquello fue un bien para todos, para ios de allí y para los de mi pueblo, que encontraren vida y trabajo. Pero ya la tierra de Toledo se va agotando y algunos hemos salido más tejos, cada vez más Jejos, porque ahora resulta mas difícil encontrar tierra en un clima bueno. Y es. que la mata del melón quiere humedad, por abajo, pero calor por encima. Y nos fuimos entonces en busca del terreno cálido de Andalucía. Un deje andaluz tienen las casas nue- vas que se construyen en el pueblo. Hay tiestos en los balcones y cal en las paredes; puertas adentro se adivinan patios emparrados, orlados de melonar y de geranios. La obsesión del conejero- -que asi se llama al habitante de esta, villa- -se concreta en las cuatro paredes blancas de una casa, cuatro paredes que resguarden del invierno, cuando el trabajo escasea y hay que comerse el fruto de seis meses de vida nómada. LAS PLAGAS, UN ENEMIGO DESCONOCIDO -Ahora hay bastantes familias por Andalucía, pero allí las rentas son muy caras. La tierra tiene pucha potencia y el algodón la encarece más. A una tierra que aquí solamente se le saca un trigo, en Andalucía le sacan un trigo y un maíz. Nosotros hemos ido buscando tierra temprana y nos hemos encontrado con muchos inconvenientes, sobre todo las plagas. Los de mi pueblo saben todo lo que hay que saber sobre melones, pero les son desconocidas las plagas que hay por allí: el mildeu, el mosaico, qué sé yo. Si se logran vencer será la salvación de Villaconejos, porque en Toledo ya no se puede cultivar hasta que no pasen veinte años y se recuperen las tierras. Lo malo de Andalucía es que tiene mucha humedad, hay una calor más pegajosa y el relente le dura a la mata días y días, y eso es veneno. Hay que sulfatar y sulfatar, atacar con un producto y con otro para salvar los melones. De sol a sol, de amanecer a anochecer, el hombre se lanza al melonar, mientras la mujer se queda en la choza o en la casa. Dicen que ahora se llevan menos las chozas de tapíales cubiertos de caña, que los meüonercs exigen casas con luz eléctrica para la nevera y la televisen. Pero sa- UN PUEBLO DE NÓMADAS El fresco se engolfa en la barbería. Joaquín Alonso, el barbero, prepara allí la tertulia, a la que no puede faltar Inocente Sánchez, el más viejo de los reunidos. Inocente tiene el rostro como en barbecho por una barba de varios días. Cincuenta años se ha pasado en el melonar, trabajando, sufriendo, trabajando. La voz le sale del pecho, gorgoteante por el silencio y el tabaco, acaso por alguna humedad. Allí están también Carlos Alonso,

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