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ABC MADRID 22-08-1972 página 11
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ABC MADRID 22-08-1972 página 11

  • EdiciónABC, MADRID
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RASCARSE CON LA CABEZA UE hará tras el verano el barón de la Castaña? No cuesta nada imaginarlo después de sus vacaciones en España, moreno de piel, nostálgico de la paella y las sangrías, repantingado en un sillón del casino provincial, contando glorias y alegrías que no vieron quienes se limitaron a tenderse boca arriba sobre las arenas de la playa. Hay una larga tradición de viajeros europeos dando el cromo de una España de charanga y pandereta. No veo por qué el barón de Munncbausseñ no ha de subirse al c a r r o de los propagandistas protestantes contando mil nuevas cosas fantásticas e increíbles sobre nuestro país. Contará, sin duda, cómo se subió a los cerros de Ubeda para ver el alba de las asociaciones; cómo el desarrollo y las estadísticas lograron avivar las entendederas de los españoles hasta hacerlos capaces de ver y oír a través de las puertas cerradas; cómo encontró un político en España, fuera de los museos reservados a esta clase de tipos, que no creía que la crítica fuera una torva maniobra de los masones ni que los partidarios de la participación fuesen ¡los ministros plenipotenciarios de los infiernos. Y tos europeos te escucharán extasiados, con una incontenible emoción. Porque un europeo puede. creer que cada española lleve una navaja en la liga y que cada ciudadano practique el pturiempleo de matador, pero en cambio es incapaz de entender que queramos encerramos en Ja cárcel de nuestras propias fantasías. Entiende que se haga folklore como mercancía de exportación y cartel turístico, no con ánimo de regatear con la Historia, con el convencimiento de que es posible una nueva Edad Media. ¿Q una ciénaga, el barón logra salvarse tirando con fuerza de sus propios cabellos. Es ia tesis básica de la autolimitación del poder. Todo poder, y ahí está el libro de Jouvenel, tiende a crecer, como crecen los Bancos, los monopolios públicos, las tarifas de las empresas nacionalizadas y el número de consejeros de administración de componente político- ideológico. Sólo con una clara conciencia de la gravedad de este proceso, que únicamente los usufructuarlos temporales del propio poder están en condiciones de instrumentar, se puede evitar que la maquinaria pública sirva para abusar de la capacidad de resistencia de los sufridos ciudadanos. El poder se limita sobre la base de que algún día habrán de ocuparlo personas distintas a las que hoy reciben sus servidumbres. Y los gobernantes defienden el Estado de Derecho con la confianza de que habrán de gobernarles un día con la misma transparencia con que ellos gobernaron mientras fue su momento. Realmente, esto puede parecer como tirarse de los propios cabellos hacia arriba. Pero en política hay muertas cosas bastante más absurdas. Una de ellas, como decía Alain, es rascarse con la cabeza. Y sin embargo, el mundo está lleno de mentes que se pasan el día rascándose con la cabeza. Han inventado una filosofía de las postrimerías, un miedo bíblico a todo proceso de cambio, y discurren como apisonadoras sobre un charco de aceite, rascando heterodoxias con sus infalibles cabezas de erizo. La función crea el órgano, y a fuerza de rascar les han salklo rascaderas. Y por eso les resulta difícil entender que el resto de su 6 contemporáneos prefiera seguir utilizando la cabeza para pensar y utilizar como rascadores los más diversos instrumentos del pluralismo tecnológico. Se venden por ahí, con una calavera sobre un par de tibias cruzadas en forma de aspa, unos azulejos que indican: ¡No pensar: peligro de muerte! Y a buen seguro que no faltan quienes, sin necesidad de comprar el dogma de la asepsia mental, practican tales consejos. Pero también es cierto que cada vez son menos y que ¡sii conformismo ciego tiene menos convencimiento. Para rascarse con la cabeza hay ¡que ser un verdadero profesional. Y los que simplemente quieren funcionalidad y eficacia no ipusden confundir la administración de ¡tos denarios colectivos en un ejercicio de habilidad sobre el alambre. El tono grandilocuente de los augures está en exacta medida con la falta de entusiasmo que provocan sus monólogos. Aunque tampoco eso les extraña, porque hace mucho tiempo que perdieron la vocación apologética. No tratan de captar prosélitos ni de extender sus ideas. Todo lo contrario. De lo que tratan es de quedarse solos. Josep MELIA Con un poco de fantasía, no resulta demasiado difícil viajar por un país en el que las cosas que se piden en los periódicos acaben por ser verdad y en el que las ideas por las que se desviven los sectores más progresistas de la sociedad alcancen la condición de realidad. Es la misma fantasía con que se pueden entender determinados miedos o admitir la existencia de los fantasmas, en los que nadie se cree, pero en función de los cuales se hace imposible salir a la calle. La misma fantasía, pero al revés. Y dada la contumacia de quienes, a pesar de tantos síntomas exteriores de desesperanza, se limitan al retromovilismo de estar con su tiempo no ha de ser dificultoso en demasía llegar a imaginar que algún día la política servirá para hacer y no para decir, y los periódicos; para constatar hechos, y no para urgirlos. A lo mejor, por este incorregible optimismo me divierten sobre manera las bravuconadas y presunciones del barón de la Castaña. No acabo de entender cómo en tiempos de Hitler, cuando, como en toda dictadura, lo que no estaba prohibido era obligatorio, se te ocurrió a alguien añadirle al libro de Erich María Raspe páginas de exaltación al sistema nazi. El barón de Munnchaussen es una muestra de literatura surrealista, y el surrealismo es el paraíso de la libertad. Si toda la ciencia económica anglosajona es una paráfrasis de los diversos pasajes de Alicia en el país de las maravillas y una glosa de los ocios matemáticos de sir Lewis Carroll, casi podría decirse que la ciencia política moderna es una maquiavélica interpretación de las aventuras del barón alemán. Solamente su fantasía puede haber hecho posible los viajes en oronomóvil a través del túnel del tiempo y las resurrecciones de las brujas de Salem y los demonios de Loudun. Hay un pasaje de las aventuras de Munnchaussen que Jellinek consideraba el fundamento del Estado de Derecho. Es aquel en que, apresado en las arenas movedizas de Un europeo puede creer que cada española Heve una navaja en la iiga y que cada ciudadano practique el pluriempleo de matador, pero en cambio es incapaz de entender que queramos encerrarnos en la cárcel de nuestras propias fantasías.

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