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ABC MADRID 18-08-1972 página 70
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ABC MADRID 18-08-1972 página 70

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página70
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¿vo s é cuántos anos lianamos MÍES- -cuenta Emilio, que cuando habta le escuchan- yo EIGMO en ta siega cuarenta anos conio poco. a s i q e afuste la cuenta y taiga sesenta y cuatro... Pero Clemente está en ios setenta y Paulino tos pasa... pero a segar no nos ganó nadie cuando estábamos muchachos... Las chteharcas rae apedrean. El sol roa traspasa como si fuera un arcángel en eí retabto de una iglesia del ocnodentos- Bajo el nagai grande, que ya tiene tres veces veinticinco años, don Julián Nieto habría de decir, bajo ef solemne sombrerillo negro: Yo también soy segador, fui segador muchos años. Y tengo noventa y cuatro. Cuando éstos nacían yo andaba por el mundo ya dando disgustos. Soy de Santiago de la Espada, que cuando cae la nieve se pone por encima de una persona. En mí pueblo todavía hay telares y gentes que los trabajan, haciéndose de la lana de la oveja la camisa y la sábana para la cama... Yo he tenido que apartar ios grillos del fondo de un pozo para beber agua, cuando era segador, en los camLinares... Ya quedan pocos como Julián, como Paulino, como Clemente, como Emilio. Si acaso yo diría que para los dramas rurales. A veces los turistas detienen su coche y tos retratan, para llevarse un souvenir made in Spain a su tierra. Emilio no se trastorna cuando s e lo digo; es más, me mira con sus profundos ojos minerales y me dice; -Mire usted, habfa días que las hijas de los patronos decían a sus padres, que venían a vemos a caballo desde la casa o desde el pueblo o desde el cortijo: Padre, llévenos usted a ver al segador. Y s é de una que... Clemente que lía el tabaco como Dios manda, despacito, con el papel Bambú en la mano y la sobada en la otra, levanta la voz: -Yo sé de una que le decía a su padre... Padre, tráigame que vea un gañán vivo... Pero eran otros tiempos. Los tres llegamos, los cuatro llegamos, a la conclusión que o mejor es como se vive ahora, aunque la siega se acabe. La gente ¡oven no quiere y, además, cada vez hay menos campos de trigo y se come menos pan, y las máquinas, las máquinas esas... Las avispas revolotean en torno al botijo que está fresco, con agua del Guadalquivir, que nace más arriba, y que a esta altura trae el pantalón largo... Lo mejor pa cuando pican ¡as avispas es la cabeza de ajo. Nos reimos un poquito, lo justo, porque se están diciendo grandes verdades en el vientre de la tarde. Están los segadores, limpios, aunque usados, con las camisitas ajustadas, sin remiendos, no como aquellas que parecían de hule al retorno a la casa con la porra de dinero después de cuarenta días y cuarenta noches de trabajo y de suspiro por esos campos de Dios. Yo llegué segando hasta Tortosa, ¿la conoce usted? para segar arroz... algo ha visto uno a por esos mundos. Clemente, que es más pequeñito, se ajusta los dediles de cuero, que son como zarpas de gato montes, a los dedos duros y morenos. Y pide: -A ver, echa el pitón (Por el botijo. rrapa, el tomate a grandes trozos cortado con la navaja cabntera, y cebolla, que e s üucsicfc para ei reúna. Tf fH C ajo si D ttáy aWc C T a mano... y sat gorda, de la que s e lleva en media fanega. Se deja después bajo ei chozo de los aperas, una cabana rr- ínima hecha con gavillas ajustadas ¡y ancha e s la campiña, companeros segadores! Hoy vate una hoz, nada más cuarenta y cinco pesetas. Hay ya se duerme bajo techo. Antes, en el rastrojo bajo tas estrellas. Ni tiempo tenia el segador de contar os luceros por más que digan los poetas y los dramaturgos de primeros de siglo, aquellos que ai volver a casa ponían en boca de sus labradores nada más levantarse ei telón en et primer acto la solemne frase: Está et campo que es una bendición y la mujer, de negro, flaca, cosiendo ropa usada, que suspiraba al pie de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y de un retrato del Santo Custodio: jLástima que sea del amo! -No daba tiempo a contar las estrellas. Se dormía uno pronto, de tan cansando que estaba... Y otro: -Y, además, yo no contaba más que hasta cinco... TRES SURCOS POR HOMBRE Y POR DELANTE Nos reímos todos. Yo les estoy aligerando algo el trabajo y ellos lo agradecen. Si tuviéramos que contarte todo, estaríamos hasta et año que viene aqui mismo... Empezaron por seis reales y el condumio. Y la comida, ya sabe usted que había patrón que nos daba tocino fresco y otro que nos metía una piedra en la olla... Y algunos ataban 4 a pata del cerco de un año para otro en la vasija para que diera el mismo gusto dos veranos... -Mire usted que le digo. La tierra nuestra, y no es porque estemos en ella, da muy buenos segadores, aunque esté feo señalar. Y también la Mancha y Levante... las tierras llanas, las tierras de mucha campiña, pues ya se sabe... Pero no es por desmerecer a los demás, pero como ios andaluces... Paulino dice que también los valencianos que siegan a caraña son buenos, porque se llevan tres surcos por hombre y por delante. Se ponen, aquí está, una pierna en este surco, otra en el otro y hasta el fondo... Nosotros no, nosotros íbamos al completo, a banco... hasta encontrarnos al final... Clemente, que habla poco, levanta la mirada al fondo y se abre de palabra: -Y además, de segadores, buenas gavillas que teníamos de asiento... Emilio le alarga su mano izquierda en ia que hay! a huella terrible de una hoz. Es una tajada en un dedo, el pequeño, pero a poco se lo rebana. La uña se la hizo a un lado, como si fuera de nacimiento. Pero en la pulpa tiene una cicatriz grande, casi como una cordillera en un mapa. -Me la curé con raíz de lenguaza... como una saliva de cerdo... te ponías encima el dedil y a no parar... que cuando se iba a destajo lo importante estaba en segar más que de luz a luz, que es de jornal. A destajo, hasta de noche que es cuando cunde e! trabajo... Paulino recuerda cosas... ¡Si usted viera cuando decían en los cortijos grandes, o en los pueblos... ¡Ya v i e n e n tos cortatrigos, con perdón de a mesa! Parecíamos fieras... Clemente: -Pero éramos seres humanos. Clemente se s e c a el sudor. La gente joven- -d i c e- -no quiere, y además cada vez hay menos campos de trigo y se come m e n o s pan, y las máquinas, sobre todo, claro, las máquinas e s a s pantalón de lona, que les ajusta la cintura y los pantalones y tiene un peto alto, para protegerlos del finísimo sable de la espiga. Hemos segado de noche más que de día. No tenemos ya el mangote de cuero que había que tener puesto por si la hoz se soltaba... la mies corta como una navaja barbera... Ya se acabaron aquellas cuadrillas de seis h o m b r e s como poco- -veinticinco a lo sumo- que salían en la madrugada de los pueblos con los burros, ías camisas limpias, recién afeitados, las orejas recién estrenadas, la mujer en la ventana iluminada todavía, camino de la siega... Se iban los segadores cantando, diciendo adiós, escoltados por el ronco son de la caracola. Las tremendas razones de la vida campesina: una caracola de mar, Dios sabe venida de dónde, quizá de La Coruña. O de América lejana, para llamarles en el alba: Tu... Yo tengo una caracola de segador, que no suena a mar si se le pone el pito dentro, como cuenta la tradición, sino que tras an los corales rosados el otro mar de los millones de espigas peinados por el viento y el sol de mediodía... -Teníamos también nuestro manijero, que era el que se ocupaba de nosotros, y que era segador; ganaba dos realillos más que nosotros los de la cuadrilla... y también el Ginés, que era ei encargado de la cocina y del tabaco. El era sí de ¡a oSla, el de! cocido, el de as gachas, el de fas migas y e! del gazpacho... ¡El gazpacho dei segador! Agua del pitón aceite de oliva puro, vinagre de la parra agria, pan duro a remojar que dará la zu- Emilio filosofa: -Es como le llamamos nosotros, pero eso tiene tantos nombres como e! zaguán de las mujeres... AQUELLAS CUADRILLAS DE SEIS HOMBRES Me sonaba al Evangelio. ¡Esas profundas palabras de las gentes del campo! Hace unos dias una mujeruca en estas mismas tierras, a la que llevaba a su casa, junto a su vieja madre, allá cerca de la Fuente del Oso, por donde hocica el jabalí y vigila la cabra montesa. me suspiraba: ¡Ay aquel hombre, que a! a! irse dejándome sola me dio una guanta sin Suena e ¡perro. Los hombres que conmigo enseñan se aprietan el zamarrón, especie de Con un nudo en ei pañuelo y otro en el pecho. Agua cuando llegaba la sed muy fuerte, aunque había que aguantarse Las esparteñas clavadas en la tierra- O la abarca, aunque el pie se recocía y a veces dejaba en el surco la huella del tractor. ¿Y el vino? ¿Por dónde estaba e vino, segadores? Los t r e s menean la cabeza uon? -rts tristeza y a la par con sabiduría.

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