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ABC MADRID 18-08-1972 página 3
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ABC MADRID 18-08-1972 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA, SOCIEDAD ANÓNIMA M A D R I D FUNDADO EN 1806 POR DON TORCUATO UICA DE TENA L principio se le aceptó porque a nadie molestaba. Después de todo era sólo un oculista catalán que escribía comedias policíacas de discreto éxito. Incluso hubo quien le dedicó elogios que no iban en su favor sino en contra de ciertos autores jóvenes que comenzaban a gallear. Después vino La casa de las chivas Luego, La playa vacía Jaime Salom era ya un peligro. Fue todo tan inesperado que se taraó en reaccionar. El oculista catalán había metido un gol de campeonato en las cerradas redes literarias de Madrid. Después de cierto tiempo de vacilación, las tertulias madrileñas que algarean sin cesar en el agora de nuestra República de las letras se lanzaron vorazmente sobre la víctima. Y se le negó el pan y la sal. El escritor cejijunto de los ojos de pez, el ahembrado jovencito de la florida camisa, el tertuliano del labio leporino, el café cortado y la generosa hiél despellejaron al triunfador, zurrándole sin piedad a golpes de Adamov, de Breoht o de Arrabal. Pues bien: no hay nada que hacer. No hay quien lo pare: ni la voracidad de los mentideros y las tertulias del chupa de domine, ni los altos cenáculos de intelectuales sin lectores y con ira, ni los grupos de presión literarios, entregados a su permanente labor de zapa. Jaime Salom es un autor al qué le brinca el teatro en la sangre de las venas y le rezuma por todos los poros del cuerpo. Ha hecho ya contacto con el gran público anónimp, clave cardinal del arte, y eso le ha situado por encima de maniobras literarias y de operaciones mezquinas. Digo todo esto porque, aprovechando el sosiego del estiaje, fui hace unos días a ver La noche de los cien pájaros Y me llené de gozo al confirmar que España tiene un nuevo autor teatral, un dramaturgo independiente, ajeno a las apoyaturas políticas, sin necesidad de una biografía turbia de persecuciones y procesos; un hombre al margen de grupos y capillas, que se despreocupa al escribir teatro de tas tesis políticas o sociales del momento para hacer sólo eso: teatro, teatro auténtico, arte intemporal. Creo haber hablado con Jaime Salom un par de veces y muy fugazmente. A primera vista es un hombre vulgar, apenas eso, un oculista catalán sin relieve ni brillantez. Vulgar, digo, menos en su forma de mirar, siempre desde el fondo de los ojos, penetrantes como dos balas oscuras. Y tal vez porque yo no escribo teatro, tal vez por la serenidad de ánimo que proporciona la paz de estos días de verano, me doy el gusto ahora de afirmar, aun a costa de que en ciertos sectores literarios se rasguen tas vestiduras y se mesen los cabellos, que en Jaime Salom hay un dramaturgo excepcional. La noche de los cien pájaros es sencillamente un pedazo arrancado a la vida. Adrián, que estudió én la Universidad y no terminó la carrera, se casó por una serie de circunstancias con Juana, dueña de un puesto de carne en el mercado. En veinte años de matrimonio no ha podido superar el disgusto que le produce la vulgaridad de su mujer. Anhela una vida distinta, y una noche cenando con sus antiguos amigos universitarios cree hallarla en la persona de la elegante Lilian. Ese encuentro le lleva a desembarazarse, incluso mediante el crimen, de su mu- ABC jer. Juana, por cierto, le ama; le ama con un amor hondo e incesante, descrito por el autor en media docena de pinceladas maestras. Le ama como un manantial. Hay tres cosas que recuerdo especialmente de esta comedia. En primer lugar, cuando Juana, la mujer, que ha intuido la infidelidad del marido, le dice mansamente: ¿Qué he sido yo para ti al fin y al cabo? El pájaro en la mano, bien seguro. Y, claro, ¿qué vas a desear tú? Como todo el mundo, los ciento volando a tu alrededor. Err esas palabras se condensa el debate de millones de hombres casados de cuarenta o cincuenta años, tema vibrante y actual al que los psicólogos modernos han dedicado infinidad de páginas. En otra escena, cuando Adrián, tímido burgués vacilante permanece indeciso, Lilian le grita: El pasado no es más que una piel muerta, inútil, y la libertad una manera de ser, Adrián. Ahora y aquí sin más preguntas. Y luego: No tienes otro momento que éste, ni atrás, ni adelante, nadie lo ha tenido nunca. Es el carpe diem de Horacio a Leucemia. Aprovéchate del hoy y piensa lo menos posible en el mañana. Es el goza del hoy; el incierto mañana nunca nos pertenece del Rubaiyat de Ornar Kheyyam, el poeta persa que fue enterrado en Naishapur, según su deseo; Mi tumba la hallaréis en aquel lugar donde el viento del Norte pueda cubrirla de rosas. Lilian condensa en la obra de Salom el sentido de la vida establecido por una parcela de la filosofía existencialista, sentido que, por desgracia, en mi opinión, se abre paso día a día y se instala con celeridad en la Europa descristianizada de hoy. Finalmente recuerdo las palabras de Gustavo, el amigo que recogió el vaso con la sobrecarga de medicina puesta por Adrián para matar a su mujer. Cuando éste trata de averiguar si Juana bebió o no el medicamento, antes de morir de un ataque al corazón, Gustavo responde: Hay otra pregunta todavía más grave... ¿se dio cuenta o no se dio cuenta Juana de tu intención? De ser así no hubiera dudado en obedecerte y apurarlo de un trago. Juana, un personaje lleno de ternura y de verdad, mujer enamorada de forma profunda y total, habríase matado conscientemente al perder a su amor. Pero el autor deja la duda temblando sobre el escenario y, al caer el telón, se escucha una de las ovaciones más sinceras que, yo he oído en un teatro madrileño. Durante dos horas Salom ha sido escultor del público. Lo ha convertido en cera y lo ha modelado a su antojo. Prefiero de nuestro autor otras obras, sobre todo La playa vacía porque Salom es maestro en el juego de los símbolos, centro neurálgico del teatro moderno, pero La noche de los cien pájaros me ha interesado enormemente porque confirma en otra dimensión, humana y vital, a un dramaturgo de excepción. Salom con su autenticidad y su independencia se alza, casi en solitario, frente al exangüe teatro español de la nueva generación, construido con la más triste miseria de elementos y que, en ocasiones, parece desenterrado de la centuria anterior. R EDA C C 1 0 N A DMINISTRACION Y T A L L, E R E S SERRANO, 61- MADRID LOS CIEN PÁJAROS Muchos de nuestros jóvenes actuales, con sus vodevites trasnochados, son a u t é n t i c o s arqueólogos. Están reconstruyendo las ruinas de un teatro que bien destruido está. Da lástima contemplar las procacidades provincianas de nuestros tímidos autores aburguesados cuando en Europa se ha superado ya el desnudo completo, y no sólo físico, de ambos, macho y hembra. Da lástima también, por otro lado, la beatería con que algunos de nuestros jóvenes directores y dramaturgos se acercan a ciertas descabelladas formas de vanguardia que apenas tienen valor ni siquiera coma ensayo. A los primeros habría que decirles, con un escritor español, que si el verdadero arte del teatro es hacer negocio, el verdadero negocio es hacer arte. Y a los segundos, que confundir tos espacios del actor y del público y romper con todo por sistema, es encadenar el teatro condenándole a la esterilidad, porque la vanguardia fecunda se nutre en ¡a raiz del pueblo y no en frivolas piruetas m e n t a l e s A muchos de esos actores y directores, embobados hasta el trance por ciertas formas extranjeras, en lugar de un día de descanso semanal debería dárseles la semana entera. Una parte de la juventud teatral española, entontecida entre la arqueología de unos y los vanguardismos histéricos de otros, parece haber olvidado que para hacer teatro hay que ir a robárselo a la vida Necesitamos un teatro sincero que haga pensar y reír y llorar, que sea, a la vez, provocación y denuncia, como lo fue el grecolatino, como lo fue el de Shakespeare, como lo es el anglosajón actual. Hay que llevar a la escena a la sociedad corrpmpida de hoy, con sus lacras; a la moderna mujer infiel, con su adulterio; al ladrón, con sus robos; a la ramera, con su comercio; al opresor, con su abuso de poder; al administrador público, con sus cohechos; at engañado, con sus córneas vergüenzas; a los grandes temas de nuestro tiempo con su crudeza agresiva. Y todos ellos, corrompidos, adúlteras, ladrones, opresores, consentidos, hombres y mujeres de hoy, podrán contemplar sus miserias sobre las tablas. Adamov afirma que quiere presentar con toda la grosería y la evidencia posible la soledad humana, la ausencia de comunicación porque nadie oye a nadie No le falta razón. Sin embargo, el teatro es comunicación y si la gente se ausenta de las salas es porque en ellas apenas le dicen nada, y en cambio los periódicos y la televisión, al menos en algunos s i t i o s comunican hoy instantáneamente con el teatro del mundo. Hay p a í s e s en nuestro dorado Occidente cuya sociedad, cuya política, cuya economía, son una f a r s a Teatro significa en griego mirador. Pues bien: valdría la pena que nuestros jóvenes autores se decidieran a abrir las cristaleras de par en par, apoyaran los codos en el alféizar y contemplaran cómo mienten y se agitan y vociferan tos actores de esa gran farsa de nuestro tiempo. Desde el mirador de Occidente atisbarían la redondez del orbe, con aquellos países protagonistas de la gran farsa del siglo XX y con aquellos otros que son una cripta donde los cadáveres se descomponen con incesante rumor. Luis María ANSON

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