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ABC MADRID 17-08-1972 página 3
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ABC MADRID 17-08-1972 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO PRENSA SOCIEDAD M A D POR ESPAÑOLA, ANÓNIMA R I D FUNDADO EN 1806 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ROSIGAMOS con el tema de las vanidades, d e I g r a n incremento que ha cobrado en nuestro tiempo; tiempo, en verdad, de vanidad, de comedia y de mentira. Hay manifestaciones innocuas, inofensivas, como esta de dejarse las cabelleras- -en el fondo tiene el mismo sentido- -o ataviarse de una manera rara; tiene, es verdad, el inconveniente de que está al alcance de cualquiera; todos han seguido 4 a moda y han convertido las calles de 4 a ciudad en un carnaval, de manera que ya no impresionan a nadie. Será cuestión de ver qué disfraz debe adoptarse y si, para que le vean a uno, debe salir desnudo a la plaza o andar a cuatro patas, cosa que ha sido ensayada por más de uno, artista o escritor, para ver de este modo de atraer Ja atención sobre su persona y su mercadería. Uno de los casos más tristes de esta tendencia moderna, y entre muchas otras, es el de este anciano, ya septuagenario, si recuerdo bien- -y se le nota- que todos los años, en una noche de Navidad o de fin de año, se arroja al Tíber desde lo alto del puente; lo hace, desde luego- -y es la condición- en presencia de una multitud que le aplaude, rodeado de cámaras de televisión, de fotógrafos y de periodistas, y no para salvar a Roma, como Cayo Mucio, y tampoco con el mismo riesgo; aquí es para salvarse del olvido, hacerse ver y que le aclamen, y el riesgo, un resfriado o una pulmonía. El viejo continuará con su cabriola hasta la postrera, hasta el año en que le saquen helado del Tíber, cosa que estuvo a punto de ocurrir el año último. Entretanto volverá a presentarse con su traje de baño, tiritando, y la multitud volverá a congregarse para aplaudirle, y las cámaras a instalarse allí para que le vea todo el mundo, ya que el espectáculo resulta interesante- -con su punto de ridículo- -y, de otra parte, no se hace pagar entrada. Hemos visto a otros que, en este afán de hacerse ver, han trepado hasta la cúpula de un edificio, en Roma, o en Londres, o en los dos lugares; ya en lo alto gritaban que se iban a matar, hacían aspavientos y daban tiempo a la llegada de la Policía, como si tirarse de cabeza fuera un asunto intrincado y de pensarlo mucho. La verdad es que esperaban que les retratasen y que les sujetasen, con lo cual conseguían un doble propósito: salir a las revistas, a la teJe y salvar el pellejo, es decir, sin riesgo alguno. No obstante éstos no hacen daño a nadie; presumen un día, hacen su pirueta ante la multitud y desaparecen, como en la conocida cuarteta de Ja vieja filosofía. Hay otros que lo hacen por medios distintos; éstos necesitan más ruido y fastidian, de paso, al prójimo; éstos no vacilan en escoger una víctima, a poder ser ilustre y ABC conocida, y en un acto solemne; así, la guapa señorita Karen Cooper, que arrojó el contenido de un tintero al rostro del primer ministro británico sir Edward Heath, en la capital belga, durante su visita a la firma del tratado de ingreso del Reino Unido en la C. E. E. y que con el título de Miss Tinta ha alcanzado la celebridad; o la otra, más valiente aún, que en plena sesión de la cámara se adelantó hasta el canciller Kissinger y le asestó un bofetón. Este bofetón resonó en todo el mundo, recorrió todo el orbe, con la efigie de la heroína, a la que vimos en tas pantallas de 4 a televisión, sonriendo, como habiendo, cumplido la proeza más grande de la época, de tal manera que ella no pudo vivir ya en el anonimato. Hace poco, en efecto, la vimos de nuevo, empeñada, sobre todo, en que se hablase de nuevo de ella, pues, apenas cabe duda, debía de sentirse nostálgica de aquel momento de celebridad, de renombre universal, conseguido a tan poco precio: no tuvo más que avanzar unos pasos y levantar el brazo. Últimamente, pues, cuando la gente se había olvidado de ella ha vuelto a vérsela en las pantallas de la televisión, en las revistas, convertida ahora en justiciera, empeñada en perseguir por el mundo a los cuatro nazis que pudieron escapar del incendio. También la otra, Miss Tinta ha vuelto a hacer acto de presencia, ha vuelto a la primera página de los periódicos. Recientemente fue a Londres, donde tenía prohibida la entrada- -una segunda proeza- y a! llegar allí reunió una conferencia de Prensa, en uno de los mejores hoteles- -uno cree sufrir de alucinaciones, pero es así- reunió, pues, a los periodistas y fotógrafos, donde se vio retratada, interrogada y celebrada y sólo para hacer saber que contra la prohibición del Gobierno se encontraba en Londres. Así la hemos visto en los periódicos, en primera plana, con su traje floreado, su gran cabellera y su sonrisa triunfal, mostrando en una mano la peluca con que se había disfrazado, como mostraba el verdugo la cabeza del ajusticiado o comp Juditft la R E DA CCION, A DMINISTRACION Y T A L LE RE S SERRANO, 61- MADRID de Holofernes, después de la gran proeza. A estas dos señoritas- -dos casos- -podemos añadir aquel que se vio al frente de una manifestación, con los brazos abiertos y el grito en los labios; que, viéndose en revistas y en periódicos, y mejor en la televisión, convertido en un héroe, se gustó, se enamoró del papel y se convirtió en rebelde como Tartarín en cazador de leones. Lo que sorprende es el interés que estos hechos suscitan en el público de hoy, lo ansioso que se muestra de estas novelerías, cuanto más sonadas mejor, y sean del carácter que sean; en este sentido nada le asusta. Sin duda se debe a la diversión que procuran en una época de tontería y aburrimiento y de amenazas en el aire- -contaminación, accidentes, guerras, bomba atómica- no tenemos más que recordar lo ocurrido al último de los Kennedy, aquel accidente desgraciado en que murió la secretaria en circunstancias nada claras. El suceso recorrió el mundo- -aquí se juntaban el caso y la importancia del personaje- pero con una curiosidad morbosa, sin asomo de condena ni de censura, ya que las ideas de hoy no van por estos caminos, ni la moral de hoy, ni casi el sentimiento. Es verdad que en este episodio no intervino para nada la vanidad, y el protagonista, también es verdad, lo hubiera dado todo para que quedara en el silencio, pero la impresión en las masas, en el gran público, fue la misma. Una cosa de notar, en efecto, en estos casos es el interés que despiertan en las gentes, el afán apasionado con que acogen las mayores barbaridades, y su indulgencia para con Jos autores y aún se diría su entusiasmo. Se ha creído que el accidente sufrido por el último Kennedy, cuando iban con su secretaria y en el que ésta perdió la vida, perjudicaba al político que hay en todos los miembros de esta familia, que había destruido su carrera. Es un error, y si no se ha presentado en las elecciones debe atribuirse a otros motivos. No creo que sea tan tonto para creer que el hecho le ha perjudicado; él no lo cree; basta con ver- -y admirar- -la audacia con que ataca y critica, y habla de lo que conviene hacer y de lo que no conviene, de los deberes del ciudadano y de los derechos. Yo estoy convencido de que el oscuro episodio no sólo no le ha perjudicado, sino que, por el contrario, habría de favorecerle. Me bastaría recordar a un grupo de viejas, aplaudiéndole y dando voces, en uno de sus actos públicos, como el héroe de una aventura dramática y sentimental, como un héroe, en realidad, de nuestro tiempo. Es, en verdad, el signo del tiempo; es! a eterna feria de las vanidades, que nunca tuvo de ella como en esta época: de feria y de vanidades. Sebastián Juan ARBO LA FERIA NUEVA DE LAS VANIDADES

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