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ABC MADRID 02-08-1972 página 10
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ABC MADRID 02-08-1972 página 10

  • EdiciónABC, MADRID
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U S ENCÍCLICAS DE O es fácil, por falta de perspectiva, dada su proximidad a nosotros, hacer una presentación de Pablo VI que abarque en plenitud su Pontificado. Ni siquiera circunscritos a su aspecto magistral, el más relevante y significativo en un Pontífice, es ello posible. Primero, porque ese magisterio es demasiado amplio para pretender abarcarlo en una visión integral perfecta con un solo artículo. Segundo, porque, como acabamos de insinuar, nos queda demasiado cerca. Nos hallamos, como quien dice, metidos aún en la circunstancia coyuntural del mismo y no es fácil ni aislarlo ni aislamos nosotros de esa circunstancia, quedándonos con la instancia objetiva y permanente del mismo. Limitados empero a las Encíclicas, ya es otra cosa. Y ello también por dos razones: porque el número de las Encíclicas es reducido, siendo su contenido fácilmente abarcable; y porque, aun teniendo las Encíclicas una motivación circunstancial, la enseñanza que en ellas se imparte abstrae de la circunstancia, fijando una línea doctrinal que debe tenerse en cuenta por encima de las circunstancias que la motivaron. Las Encíclicas son documentos magisteriales de gran peso. Y aunque señalen cauce y seguridad a la acción pastoral, su consigna no es la eficacia, sino la verdad. La doctrina que sientan no es tanto solución para un caso concreto, cuanto clave y principio de solución católica a la problemática que en ellas se borda. El Magisterio de las Encíclicas no es infalible de suyo Pero tampoco se limita a la afirmación de verdades provisionales. No es ni siquiera la seguridad su objetivo, sino la verdad, aunque no se proponga infaliblemente. El campo de lo verdadero es más amplio que el de lo infalible. Sin la garantía absoluta de la infalibilidad se nos puede proponer la absoluta verdad. tí lio. Antes que atender a lo que el mundo quiere de ella- -dice el Papa- -la Iglesia debe atender a lo que Cristo la exige. Debe reflexionar sobre sí misma para configurares según el designio divino, y, de él penetrada, cumplir sumisión para con los hombres. Esa misión consiste en hacer que acepten el Mensaje, no en predicarles un mensaje aceptable Para esto lo primero que se necesita es un acto de fe en Cristo y en su Iglesia, más que en el mundo y en el hombre. Renovación, sí, pero no tanto a base de elaborar nuevas teorías ni de adaptarse al mundo cuanto de volver a las fuentes del Evangelio y la Tradición para recobrar nuevas energías, adaptándonos al ejemplo de Cristo, haciendo nuestra su Cruz. Fidelidad a la herencia intacta y viva de la tradición apostólica cual la propone el Magisterio. Pero sin incurrir en un primitivismo ridículo, que pretende volver a la condición de semilla al árbol frondoso y magnífico que ha llegado a ser la Iglesia, con sus proporciones, instituciones y estructuras. O que quiere reformar la Iglesia por vía carismática haciendo caso omiso del magisterio jerárquico. Adaptación, sin mundanización; pastoraüsmo, pero no relativismo ni indisciplina; diálogo y comprensión, pero con obe diencia y espíritu de sacrificio. N SIETE ENCÍCLICAS DE INDUDABLE TRASCENDENCIA Las Encíclicas de Pablo VI, pocas en número (no más que siete hasta el presente) pero de indudable actualidad y transcendencia para la vida de la Iglesia, no sólo por los temas que tratan, sino también, y acaso más, por la perentoria necesidad de hacer luz sobre las tinieblas que algunos sobre ellos han vertido, prevaliéndose del ímpetu renovador del Concilio, que han sacado de madre, para autodemoler a te. Iglesia con las revoluciones más extrañas y radicales según acaba de decirnos, angustiado, celebrando el noveno aniversario de su coronación en la festividad de los santos Pedro y Pablo de este mismo año, son el más claro exponente de su labor magisterial y el mejor tópico para probar que ese Magisterio no se aparta un ápice de la- línea tradicional de la Iglesia. Podrán ser muchas las tolerancias o flexiones pastorales de Pablo VI, alma naturalmente democrática y enemiga de la coerción y el anatema (y en esto cabe ciertamente disentir o aplaudir, pues la Iglesia, como dijo en unas declaraciones el cardenal Bea a la hora de la promulgación de la Declaración sobre la libertad religiosa civil, puede, en lo pastoral prudencial, correr su aventura) pero, en lo doctrinal y de tesis, la línea renovadora de Pablo VI y su fórmula para la traducción en vida de la doctrina del Vaticano H no es otra que la de los anteriores pontífices, sus más inmediatos predecesores, con una fidelidad absoluta al depósito de verdades reveladas y a las otras verdades o hechos que son consecuencia o presupuesto indispensables para la integridad o pureza de aquellas. Las verdades católicas o doctrina tradicional de la Iglesia, así en lo litúrgicosacramental como en lo dogmático- social, han tenido en Pablo VI, en sus Encíclicas sobre todo y en algunos otros documentos del más alto rango, como son Constituciones y el llamado Credo del Pueblo de Dios un defensor tan integérrimo como puesto al día, haciéndose cargo de las dificultades, desaciertos y ofensivas del hombre de hoy. Desde su puesto de mando ha avizorado la tempestad y ha mantenido firme el gobernalle ds la nave. No ha cerrado los ojos a aquella, pero tampoco se ha dejado amedrentar a n t e el peligro. Consciente de que se debe al pueblo de Dios, como decía en vísperas de promulgar la famosa Humanae vitáe lo es también de Que aun más se debe a Cristo y a la verdad. Y cuando ha tenido que pronunciar una palabra seria, cómo en esa ocasión, y en otras, como las que motivaron la Mysterium fidei la Mense maio la Christi Matri la Populorum progressio o la Sacerdotalis Coeübatus lo ha hecho con decisión y valentía, sin miedo a parecer reaccionario por defender el depósito de verdades recibido intangible, rechazando incluso interpretaciones, explicaciones o aplicaciones de esas verdades (tal como habían sido formuladas por el Magisterio) que equivalían a una alteración o una desvirtuación del contenido de las mismas. Su postura, en el caso concreto del celibato sacerdotal, donde no se trata de ninguna verdad de fe, pero sí de mantenerse o no mantenerse fieles a una tradición apostólica, que brotó enraizada en el suelo dogmático de la verdad cristiana sobre el sacerdocio de la Nueva Ley, es una prueba palmaria del alto sentido de fidelidad y respeto a ía Tradición que caracteriza toda la enseñanza magisterial vertida por Pablo VI en sus Encíclicas. LA VIRGEN EN MENSE MAIO A la Ecclesiam suam siguió la Mense maio (23- 3- 65) sobre la Virgen, en la que Pablo VI exhorta a los cristianos a volver sus ojos, en esta hora grave de la Iglesia, a la que ha sido constituida por Dios administradora y dispensadora generosa de los tesoros de su misericordia a aquella a quien hemos tenido la alegría de proclamar... Madre de la Iglesia Junto a ésta, podemos poner la otra Encíclica relativa a la Virgen: la Christi Matri (24 S- 3) con motivo del mes del Rosario, si bien estuviera precedida por otra Encíclica más importante, la Mysterium fidei de lo que luego hablaremos. En esas dos Encíclicas sobre tema mariano, Pablo VI no sólo da testimonio de su fervor, cosa bien notoria, sino que además reafirma expresamente la línea de devoción y culto a la Virgen, que dice ser una constante de la Iglesia y de la que son ejemplo elocuente sus inmediatos predecesores. Quien recuerde sus intervenciones en el aula conciliar y fuera del Concilio, cuando éste debatía el tema mariano. mostrando su deseo de que los textos conciliares recogiesen expresamente para María el título de Madre de la Iglesia y cómo, al no ser satisfecho este deseo, él mismo se decidió a intervenir, como jefe tíe la Iglesia y Cabeza del Concilio, proclamando a la señora Madre de la Iglesia a la hora de dar su aprobación a la Lumen gentium o constitución sobre la Iglesia, se hará cargo sin dificultad de lo poco que en este punto se ha dejado y se deja impresionar Pablo VT por ciertas corrientes de pensamiento o de vida que parecen querer hacer el vacío o, por lo menos, atenuar la devoción y el culto a la Virgen María. El gesto que tuvo, visitando personalmente el santuario de Fátima, a pesar de la campaña universal desatada en contra, es otra prueba. Y no pierde ocasión de dar de ello nuevas pruebas, invitando al estudio y P 1 amor xnarianos. EN ECCLESIAM SUAM FIJA LA LINEA DE SU PONTIFICADO Todo esto estaba por lo demás previsto desde el momento en que fijó la línea programática de su Pontificado en la primera de sus Encíclicas, la Ecclesiam suam sobre la que suelen guardar significativo silencio quienes, como el mismo Papa ha dioho, hacen más cuenta de lo nuevo que de lo verdadero. La Encíclica se coloca, ciertamente, en la línea pastoral y de diálogo, ensayada por el Concilio desde su apertura, acontecida en 1962. (La Encíclica es de 1964. Quiere el Papa en ella dialogar con sus hijos y con el mundo, para entrar en el conocimiento de lo que la Iglesia es y debe ser con respecto a su imagen ideal, cual Cristo la entrevio, y lo que es con respecto a los hombres, a su imagen histórica concreta en el tiempo presente. La confrontación empero debe servir no para subordinar lo más a lo menos, dándonos una imagen a gusto del mundo, sino para que, con conciencia cristiana, en un acto de docilidad a la palabra de Cristo, tratemos todos de renovarla a la medida del Evange-

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