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ABC MADRID 16-07-1972 página 129
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ABC MADRID 16-07-1972 página 129

  • EdiciónABC, MADRID
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Una niña neoalí come una caña de azúcar en el interior de un templo budista. Hambre y misticismo quedan mágicamente a u n a dos en la fotografía. industrialización, el m o d e r nismo y la influencia occidental de la zona n u e v a de Jatmandú r o m p e por unos momentos el encanto de uno de los países más pintorescos del mundo. Pronto se empiezan a cambiar los puntos de vista sobre la capital al visitar la zona antigua en donde hay un sinfín de estatuas en medio de la calle, templos budistas, casas que tienen cientos de años con las más bellas ventanas gHg en madera de la forma más complicada. Todo aquel conjunto de antigüedad y misticismo, en medio de la calle, da la sensación de estar en el templo sagrado más grande del mundo o en un museo al aire libre. Uno de los aspectos más interesantes de Jatmandú es el contraste que existe e itre l a Zona Hueva iniillKt. r 1 nIiy. grlq y sin ningún interés especial para nosotros los occidentales, y la parte antigua en donde se puede vivir meses y años y aprender los aspectos del Durante la n o c h e en los templos se interpretan música y canciones religiosas. Con los pies descalzos se sube a través de una escalera de piedra. A la entrada hay una enorme f w p m n que los nativos tocan al entrar y salir. Sentados en el suelo con las piernas cruzadas de las formas más retorcidas y tocando unos instrumentos tan extraños como la sonoridad que emiten, se sitúa la orquesta. Algo separ do del grupo de músicos f. staba el organista que pulsaba las t e c l a s con una rnann y con la otra movía constantemente un resorte que daba viento al instrumento. Al mismo tiempo cantaba, siendo esta persona la única que llevaba la melodía; el resto de la orquesta la formaban los instrumentos de percusión como el principal, uno l l a m a d o tabla que consta de dos tambores que se tocan, con las puntas de los dedos con una rapidez increíble y emitiendo unos sonidos nunca oídos en mi vida. Junto al tabla en un rincón de la habitación, había una señara anciana de unos setenta años que tocaba unos platillitos del tamaño de la palma de la mano, que emi-

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