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ABC MADRID 13-07-1972 página 47
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  • EdiciónABC, MADRID
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A B C. J V E V E S 13 DE J U L I O BE 1973. EDICIÓN BE LA MAÑANA. PAG 47. á n L J CRÓNICA DEL DICCIONARIO (1713- 1740) De Fernando LÁZARO CARRETER Edición Real Academia Española. 1972. Madrid. 120 págs. EDITORIAL CUADERNOS PARA EL DIALOGO: La España del siglo XX vista por extranjeros, prólogo y selección de P. Flores Arroyuelo; Persona, sociedad, Estada (pensamiento social y político de Maritain) de Gregorio Peces- Barba; Pimpam- pum, de Ionesco; Joel Brand. Recuerdos de Demidowo, de Heinar Kipphardt. EDITORIAL AGUILAR: El maravilloso mundo de la comunicación, de Lancelot Hogben; Judíos y cristianos ante la Historia, de Jesús Alvarez; Redacción, análisis y ortografía (octava edición) de Martín Alonso. Por Pedro ROCAMORA Dos siglos y medio nos separan de la fundación de la Academia Española de la Lengua y de la iniciación de las tareas de su Diccionario. Sobre este tema, Lázaro Carreter ha realizado un estudio excepcionalmente cuidadoso. El trabajo se distancia en cierto modo de las investigaciones literarias que resumen la bibliografía intelectual de Fernando Lázaro en los últimos veinte años. Sus obras sobre Lope de Vega, Górigera y Quevedo, este último a través de la originalidad del Buscón, representan un análisis a la vez vigoroso y profundo del barroco hispánico. Más en consonancia con ese estilo de trabajo, hubiera sido desentrañar la historia del idioma español a través del llamado Diccionario de Autoridades Pero Lázaro Carreter se ha quedado por ahora en una descripción histórica que recoge los momentos fundacionales de la Academia y las vicisitudes fácticas del Diccionario. La historia de la Academia comienza en un palacio de la plaza de las Descalzas, donde su propietario, don Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, congrega desde 1711 una tertulia de humanistas. Son los clérigos Juan de Ferreras, Juan Interian de Ayala, Bartolomé Alcázar y José Casani, más el poeta Gabriel Alvarez de Toledo, el abogado Andrés González de Barcia y el bibliotecario real Antonio Dongo. De todas las cuestiones allí debatidas la que resume las inquietudes de los reunidos es la de que España no cuenta con un Diccionario de su lengua, como lo tienen Italia, Francia, Inglaterra y Portugal. Se trataba, por lo tanto, de hacer un inventario fidedigno de nuestra lengua. ¿Con qué espíritu se realiza este propósito? Demasiadas veces se ha afirmado que la Academia nació con objetivos puristas. Lázaro Carreter señala la inexactitud de esa tesis. A Villena y sus amigos les mueve la idea de que los idiomas alcanzan un momento de esplendor, tras el cual, si no se ha acertado a fijarlos, aguarda su ruina y desconcierto. Para aquellos ocho españoles de la plaza de las Descalzas, el español había alcanzado su cumbre en el siglo XVII y por eso querían eternizar en las prensas su memoria, formando un EUccIonario al ejempo de las dos celebradísimas Academias de París y Florencia. Pero el empeño requería la constitución de un organismo regular. De ahí que, junto a la idea de la ejecución del Diccionario, los reunidos acuerdan dar los pasos necesarios para el reconocimiento oficial de aquella naciente corporación. El 10 de agosto de 1713 se aprueba el memorial que el marqués de Villena ha compuesto para notificar al Rey la constitución de aquel grupo de trabajo, declararle sus fines e implorar su protección, y la planta o guía de trabajo para realizar el Diccionario que ha preparado Barcia en la última semana. Hay trece meses de tensiones entre Felipe V, partidario decidido del reconocimiento, y el Consejo de Castilla, que no creía en la capacidad de los solicitantes para ejecutar su proyecto. El 3 de octubre de 1714 pudo Felipe V, por fin, poner su firma en el documento que funda definitivamente la Academia. La Corona asume la CRÓNICA SEMANAL délas LETRAS EDITORIAL SEIX BARRAL: Nosotros, de Yevguenl Zamiatin; Saturnal, de Rosa Chácel; Nítido nulo, de Vergllio Ferreira; La ahorcada, de Llllian Halegua. EDITORIAL DONCEL: Historia de la literatura infantil española, de Carmen Bravo- Villasante; El secreto de Maston, de Julio Verne; La guerra de las salamandras, de K a r e l C apek; Qué ha dicho verdaderamente Af ahom a, de ítalo Sordi; La edad de oro de la pi 7- atería, fiAID SORDI qjé Hadlúio verdodeiarefiía MAHOMA de Hugh P. Rankin. EDITORIAL TECNOS: Diccionario razonado de Matemáticas, de André Warusfel; La vía del desarrollo (varios) A pie de obra, de Robert L Hermite; Dinámica del desarrollo industrial de las regiones españolas, de Amando de Miguel y Juan Salcedo. EDITORA NACIONAL: Lírica española, de Luis Rosales; Los espoMolitos y el humor, de Evaristo Acevedo; Once cwentos de fútbol, de Camilo José Cela; Humanística, de José protección áel nuevo organismo y le encomienda solemnemente la formación de un Diccionario español. Una vez puesta en marcha la empresa se plantea el problema de los nombres. Respecto al del Instituto no cabe duda, se llamará Academia Española. En cuanto al Diccionario, se resolvió denominarlo de la lengua castellana ¿Cuál fue la razón de esta generalización implicativa del castellano en la lengua española? Amado Alonso, en un famoso estudio s bre el tema, ha aürmado que en la alternativa entre español y casti llano se habría elegido este último término por una razón erudita (Castilla es solar del idioma y su arbitro) y otra política (el centralismo borbónico desea configurar toda la vida nacional según el modelo castellano) Lázaro Carreter discrepa de esta interpretación alonsina. Lo cierto es que la Academia, por aquellos años, carecía de una opinión correcta sobre los orígenes fiel idioma. Para sus miembros, la génesis de la lengua tenía dos protagonistas: los españoles Larraz; De dentro de la piel, de José Luis Castillo- Puche.

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