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ABC MADRID 09-07-1972 página 11
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ABC MADRID 09-07-1972 página 11

  • EdiciónABC, MADRID
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ACE poco, aquí, en estas mismas columnas, se quejaba Toynbee del fracaso del hombre en tanto que animal social. Zopenco le llamaba él, y nada puedo hacer yo, ¡pobre de mí! por suavizar tal epíteto. Zopenco y más 4 ue zopenco. Tonto y abrutado de los pies a la cabeza, y por no acertar en la forja de las relaciones sociales y por querer esperarlo todo de las hazañas tecnológicas La ingeniería de los cultivadores de las ciencias políticas, produciéndose a todas horas en el área del más manoseado lo mismo -individuo, Estado, democracia, liberalismo, marxismo, totalitarismo- nos ofrece ejemplos de hasta dónde puede llegar el arañar del intelecto cuando éste se asigna por meta decisiva y última la de rendir culto al virtuosismo. Confieso, por enésima vez, que me asustan los ensayistas de aptitudes ocurrentes. Sí, los devotos de la pirueta, de la filigrana, de la cabriola, del arabesco, de la sublimidad metódica, de la exquisitez operatoria. Juegan preciosamente con las palabras, con las ideas, con los conceptos, con las formas, con los símbolos, pero sólo para engendrar fórmulas fantasmales, en nada y para nada forjadoras de ese santo convite social en el que debe haber lugar y manera para que se salve lo mejor y más irrenunciable de cada uno de nosotros: la dignidad de nuestro yo, de nuestra alma. Libros y más libros, ensayos y- más ensayos, escritos y más escritos aparecen cada día. Resulta difícil entrar en trato con todos. Y peligroso. No sólo porque el mucho yantar indigesta, sino también porque, excepción hecha de muy contados y benditos casos, las. tales publicaciones vienen a debilitar y confundir las nociones más necesitadas de claridad, sustancialidad y firmeza. Se dolía Ortega- -y lo he recordado varias veces- -del atraso escandaloso de las ciencias morales llegando a afirmar cosa tan tremenda como ésta: El ministro, el profesor, el físico ilustre y el novelista suelen tener conceptos dignos de un barbero suburbano cuando nos hablan de sociedad, colectividad, individuo, usos, ley, justicia, etcétera. Yo no creo en tal atraso. Más bien creo en un adelantamiento tan frivolo como corto de vuelo. Aun a riesgo de repetir aquí cosas dichas por mí- -en escritos de razón breve, como para no ser juzgados según preferencia actual, es decir, por su cantidad y peso físicos- insisto en que es grave pecado ese de sólo tener por bueno lo moderno, modernista o modernizante. Con la advertencia- -y el pecado ahora aumenta- -de que todo lo que se presenta como novedoso actúa sobre un área siempre igual, siempre enteca y reducida. Sin dejar de ser hombre de mi tiempo, creo, como creería un romano castizo, que lo nuevo descansa en lo viejo y conocido. A sabiendas o no, el pasado está en nosotros, en el presente de todos, en el tuyo y en el mío. Y en lo que tuvo de natural y de sobrenatural. También en lo último, si es que tú, amigo lector, comulgas conmigo en entender que por doquiera nos topamos con la teología y que es ésta la que puede ayudarnos a descubrir no ya sólo los singulares misterios que dicen al espíritu, sino algo más, mucho más: el misterio universal. Que, es uno; que es único. Sé bien que, diciendo lo que digo, se me pueden cerrar ciertos templos. Sé bien que sonará mal en muchos oídos esta afirmación mía de que las varias ciencias en las que andamos afanados sólo podrán discurrir por buenos cauces cuando estén penetradas de una humilde y santa idea: la de ser segundas maneras de religión. Sí, ciencias segundonas; ciencias ayudadoras de la pringora y superior. Nos cmraíutTnos en parcelarlo todo, pa- H den muy presentes los antiguos romanos. Es natural que ahora mismo, estando en el tema en que estoy, me acuerde del censor, de aquel magistrado a cuyo cargo corría la cura morum el cuidado de las costumbres, la inspección de la moralidad. Que me acuerde también del juego de la ra hacer de cada ciencia- -la Economía, auctoritas de aquel sentimiento de acael Derecho, la Política- -un territorio tan to respecto de los hombres que eran a un laicizado como autónomo. Como si el hom- tiempo diestros y diligentes en el manejo bre, al que todo eso se refiere, no fuera de los negocios públicos y privados. Que un ser a la vez inescindible y de dos mun- me acuerde, en fin, de aquellos juristas a dos. Como si el hombre viviera sólo de pan, quienes se hacían consultas de todo tipo de bienestar material, de goce de aparatos- -no sólo sobre cuestiones legales- por lo mecánicos, hasta de descansos y paraí- mismo que la casa de cada uno de ellossos con cargo a las arcas del Estado. era el oráculo de la ciudad No nos engañemos. El hombre, cada homY yendo de bre, ha menester de las entregas espiritua- minos siempre ahí hacia adelante, por caviene les, de las caridades íntimas, indefinidas e a la memoria de mi devoción, me Sabio, nuestro Alfonso el que tuvo a los maestros de Derecho en la más alta estima, llamándoles Señores de leyes y otorgándoles nombre de Caballeros y honra de Condes. Hoy, como ayer, hay esos jefes espirituales, si bien raramente conocidos por la mayoría de las gentes. Y es grave pecado el que así ocurra, mientras tanto le concedemos, en la Prensa, en la Radio, en la Televisión, a las figuras- -grandes, medianas y pequeñas- -del cine y del deporte. Y no es que cine y deporte no sean santos de mi devoción. Me pregunto si no sería bueno el que los gabinetes gubernamentales de todos los países contaran con un titulado Ministerio de Sanidad Moral Tendría larga y trabajosa función, pero altamente importante en esta hora de confusionismo extremo. En esta hora en que todos- -políticos y no políticos, altos y bajos, ricos y pobres- -seguimos jugando con la misma y más que gastada baraja. En materia política, somos esclavos de un sobado e invariable repertorio de formas olvidándonos de que el secreto salvador está en el impulso que hemos de dar a las esencias activantes. ¿Nos faltará, acaso, el ingenio necesario para tener comunicación y trato con el fuego vivificador de éstas? Yo me aferró, mi querido amigo, a la idea, o mejor, a la creencia antes apuntada. Los jefes espirituales, los ejemplificadores de conductas, deben dejar de sernos desconocidos. Es menester que los descubramos, creando en torno de ellos el clima de respeto y de confianza que se merecen. Tenemos que llevarlos, para bien de sobre Aun a riesgo de repetir aquí co- ellos y, mental todo, para bien nuestro, al sas dichas por mí, insisto en que álbum morales. de nuestras grandes devociones es grave pecado ese de sólo teHagamos que tales hombres estén donner por bueno lo moderno, modernista o modernizante. de deben estar. Y nunca por solicitud de ellos mismos. Porque no es procedimiento ordinario suyo el de hacer y elevar peticiones o instancias. En fin, acordémonos de las desgraciadaimpalpables- -no patentizadas apud acta -de los demás. Del amor de los otros. mente cumplidas profecías de Jocqueville, Preñadas del sentimiento de ese amor, Comte, Taine, De Jouvenelle... Ellos, entre sobre la metafísica otro sería el aire de las ciencias todas y, otros, nos aleccionan inevitable el advenidestructora que hizo por lo que ahora importa, de esas que miento dé los regímenes totalitarios. Ella tienen por tema el del juego entre el in- -nos dice el último de los citados- -no dividuo y el Estado. Juego, el dicho, cada día más arriesga- quiso ver en la sociedad más que al Estado do, y por varias razones. Entre las cuales, y al individuo. Ignoró el papel desempeñaéstas: la escasa religiosidad operante; la do por las autoridades espirituales, y de todos esos poderes sociales intermediarios pérdida de fe en los idearios políticos; el que encuadran, protegen y dirigen al homarrinconamiento en que traemos a tantos bre, evitando e impidiendo la intervención y tantos matares o superiores No pue- del Poder. do dejar de transcribir, en punto a lo úlY hasta otro día. Y que la paz sea contimo, esto que dice Bertrand de Jouvenel: Existen en cada función social, ya sea an- tigo. Y, como diría Unamuno, con la Estigua o nueva, unos jefes de fila, unos ejem- paña una, universal y eterna de tus sueplificadores de conductas, unos séniores ños y los míos. Y con la del Mundo. Con que tienen una responsabilidad ejemplar, la de este nuestro Mundo, tan gravemenque es también natural... Una metafísica te amenazado por la contaminación, fruto vana puede negar su existencia y puede de la endiosada tecnología y de los destratarlos como a unos ciudadanos ordina- enfrenados intereses económicos. Con la rios: su poder y su influencia no se su- de este nuestro Mundo al que antes poprimen por eso, sino solamente se los des- drán salvar las viejas y breves tablas de carga de unas obligaciones honorables que Moisés que las muy modernas y largas tablas de Estocolmo Tles harían útiles al bien común. Juan IGLESIAS Es inevitable que en mí, romanista, an- ZOPENCO

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