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ABC MADRID 27-06-1972 página 15
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ABC MADRID 27-06-1972 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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IOMO las vacaciones de verano duraban tanto, y hay que ver, sobre todo por la mañana, la lata que dan estos chicos nos mandaban a la escuela de doña Periquita, que estaba en la acera de enfrente, dos puertas más hacia la plaza, para decir verdad. La escuela se reducía a dos habitaciones del segundo piso, el que habitaba la señora, sin (pupitres, mapas, pizarras ni bolas ¡mundis a no ser un cuadro de la Purísima Concepción, en colores muy celestiales. Cada alumno llevábamos nuestra sillita de anea, que colocábamos ipegadas a la pared, de manera ¡que n vez de clase, parecían dos corros- -uno en cada habitación- -grandísimos de niños y niñas sentados. Porque en honor de doña Periquita hay que decir que se anticipó a la coeducación de mocositos y mocositas. Tendría la señora setenta años largos y andaba así un poco cargada de hombros, con melena blanca que no le tapaba la nuca, y una bata gris y ancha, casi talar. Baba las lecciones al modo peripatético, porque no dejaba de pasear entrando y saliendo por la puerta abierta de par en par que comunicaba las dos habitaciones. A la luz del sol veraniego, amortiguada por las persianas caídas, las niñas bordaban Y los niños de la escuela detrás, cada cual con su arbo- l Hilo en la mano para plantarlo en el terreno municipal. Los sábados, después de cantar la salve, rezar el rosario larguísimo y lo del Cantemos al amor de los amores decía, Hijitos, vamos a ver qué ha dejado la Virgen para nosotros por haber sido tan buenos. Y metiendo la mano detrás del cuadro pintado con colores celestiales y colcheros, sacaba una bolsita de lágrimas dulces y nos las repartía una a una. Qué tía tan mentirosa- -decía Carlotito cada sábado- -y que las ha traído la Virgen, como si no supiese yo que las compra en la confitería de la hermana Mariana... Y te has dado cuenta con qué regusto me ha tocado la palma de la mano al dejarme la lagrimita... Les domingos, doña Periquita Renaul, tototalmente sola en su casa, sentada en 1 balcón, miraba con ojos tristemente distraídos a la gente que pasaba por la calle, sin árboles y sin niños que cantasen. Y el 12 de septiembre, no fallaba. Ella iba delante, vestida con su traje de los domingos, negro con cuello blanco. Y los niños de la escuela detrás, cada cual con su arbolillo en la mano para plantarlo en el terreno municipal. Cuando llegábamos se ponía contentísima, levantaba los dos brazos y mirando al cielo con mucha unción empezaba primero: Cantemos al árbol que voy a plantar... Y cuando llegaba al otro rodal de la música que dice: Para el caminante regalada sombra... hacia así como unos pasitos de baile de bastante risa, esa es la verdad, pero que mi amigo consideraba que eran coqueteos asquerosos de mujer perdida para seducir al alcalde, a los concejales que presidían la ceremonia... y a él, claró está. Cuando murió, cuatro o cinco años después de lo que digo, no fue casi nadie al entierro, ptorque la pobre señorita Renaul estaba internada en el hospital asilo. iPero no sé por qué, la tumbilla donde reposa tiene un árbol en cada esquina, que echan sombra sobre toda la lápida, donde dice que allí yace la señorita Petra Renaul, fallecida a los ochenta años de edad. Y también, grabado con una navaja y en letra muy torpe, quedó en la piedra un rengloncillo que dice: La p... del árbol Claro que yo sé quién lo escribió. F. GARCÍA PAVÓN CANTEMOS AL ÁRBOL Y OTRAS OBSESIONES en bastidores sobre los muslillos, y nosotros escribíamos letras y número en unas pizarras pequeñas que llevábamos en el cartapacio. Pero lo que más le gustaba a doña Periquita que hiciéramos era cantar. Venga de gritar himnos religiosos, las tablas de multiplicar y sumar, canciones a las Inores y imayos, aunque fuese agosto; y, sobre todo, era su obsesión el cantemos al árbol La pobre señora, dando vueltas y más vueltas por las dos habitaciones, meneaba un poco las manos como maestra de música y nos empleaba las casi tres horas de la mañana, que por la tarde no había escuela, en cantar aquellos sones cansinísimos, que debían de ser bastante antiguos por los ojos tan recordativos y placenteros que ponía al llegar a ciertos compases y versillos. Y en cada himno o canción, aparte de dirigir, como digo, con muy dulce maneo, hacía los mimos oportunos a su argumento. Y se agachaba como si acariciase el suelo si cantábamos a las flores; ponía el gesto místico y la boca laxa si decíamos cosas de la Virgen, o simulaba sujetar algo invisible y muy largo si del cantemos al árbol se trataba. Y ocurría que Carlotito Martínez, que siempre se sentaba a mi lado y le sacaba puntas verduscas a todas las cosas, inclusive a los mimos y escoraos de la pobre doña Periquita Renaul (porque resulta que se llamaba como los autos, ya que, según decía, un abuelo suyo fue francés del midi raro era el día que no me decía: i Píjate cómo ahora se agacha la marrana para que le veamos las corvas (y es Ique a doña Periquita sólo le llegaban las, medias grises hasta la rodilla) o fíjate en la tía guarra, cómo se pone delante de mí para enseñarme el arranque del escote Y yo, que era un chico bastante corriente, a veces me creía todas aquellas obscenidades de doña Periquita Renaul que decía Carlotito, aunque otras me parecía que mi amigo desvariaba como un orate (palabra que nada tiene que ver con el ora pro nobis sino con la locura) v Pero ya digo que lo que más le gustaba a la bueña señora era el cantemos al árbol porque pensaba, al revés que los alcaldes de ahora, que ¡para que el mundo fuese hermoso de verdad, debía tener nutridos de árboles todos los terrenos. Y durante todo el santo verano nos preparaba, para que luego en septiembre, en seguida de pasar la feria, fuésemos a un campo que era del Ayuntamiento a plantar moreras, que es de las pocas clases de árboles que por aquellas tierras aguantan los malos climas del invierno y de la primavera. Y colocada en el poyete de la puerta, entré las dos habitaciones, alzaba ambos brazos y, decía: Venga, niños, vamos a ensayar el hermoso himno al árbol. Y arrancaba, con voz pianísima y los ojos un poco en blanco, al tiempo que fe retemblaba la papada: Cantemos al árbol que voy a plantar. Si Dios le protege del hombre y del viento, salud y riqueza Y cuando un día le pregunté a Carlotito qué males le harían los hombres al árbol que cantábamos, él me contestó: Nada, son cosas de ella, que siempre está pensando que los hombres la van a, raptar para hacerla madre en un bosque misterioso. Y si triste y solo llego yo a morir, quedará en el mundo un árbol siquiera plantado por mí... Y al cantar esta copla, que era el final de himno, la buena de doña Periquita Renaul se quedaba un poco transida, con el pecho y los ojos en- alto, como si se estuviera muriendo triste y completamente sola, pero contenta a la vez de ver el árbol plantado por ella

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