ABC MADRID 18-06-1972 página 147

tras sentada en un paquete una muchacha, no menos triste que la otra, guarda su equipaje y aguarda custodiada, como pudieran fidelísimos perros, por un cabás oscuro y un blanco envoltorio sujeto con cuerdas. El tiempo murió. El tren, símbolo de viaje, está parado y la espera se anuncia religiosamente eterna. Es un tren de la otra vida, precisamente porque en todos sus pormenores verosímiles es de un realismo sobrecogedor. Y porque está pintado con la mente y con el corazón, como pudiera un zurbarán redivivo. A veces, domina la gama blanca y rosa. En otra variants de la espera, y también junto a los bultos con alma y vida, la mocita va a abrir su bolso y la silla parece decirnos que el suceso pasa o, mejor, no pasa, está quieto, en este mundo, aunque vista la serie completa no estamos seguros de si el proyectado viaje va a arrancar o a no arrancar desde la tierra o desde otro astro u otro sueño. La misma protagonista espera, siempre espera, a la par que una flor de sus entrañas, siempre con su inseparable impedimenta nómada, y bajo el símbolo de un cuarto menguante de tierra, tal vez su estación de destino. O bien, en tres planos, se ahondan los bultos, la joven de espaldas levantando la mano en auto- stop y los ojos de los faros en la inmensa noche sideral. La espera Viajando Hay otro tema que nos conmueve hondamente. Es, además, de una belleza pictórica en su doble vertiente de calidad y de imaginación. Es el viaje, siempre paralizado, de una esfera transparente, como una pompa de jabón pero no coloreada sino neutra, cristalina, que abriga a una muchacha desnuda, acurrucada, tal vez amarrada y que ha encontrado su espacio para el sueño nuevamente Intrauterino entre el matalotaje de bolsos y bolsas, camisas y zapatos. Navegación aérea a la deriva, abolición siempre del tiempo y santificación del espado medible y del incomensurable por evasión de toda humana geometría o cosmometria. El polo opuesto en los ensueños, tan rigurosos, de esta imaginación deslumbradora, lo fija la soledad amontonada, aduanesca, de un sinfín de maletas de todas las dimensiones, materias y colores, en promiscuidad con las cestas, sombrereras, efectos de viaje olvidados, etiquetas, alejándose la inmensa consigna bajo la espectral luz de la tierra en el centro del espacio impasible. Habría que escribir un libro, pero no quiero alargarme más, no se vaya a decir que se trata de una pintura literaria o de una literatura pictórica. La nueva pintura de Toral es pintura entera, absoluta, y lo que nos cuenta y nos emociona sólo por la pintura, por su pintura, puede comunicarse. Lo que pasa es que las palabras, en boca de los que casi no sabemos lo que son, esos enigmas llamados palabras, se atreven a todo. ¿Qué remedio les queda? Lo único seguro, cierto, es que la pintura, esa pintura, nos mira. Y terminaremos, como Adán y Eva, huyendo a escaparnos a donde, y con los ojos tapados por las manos, nos hagamos la ilusión de que no nos pueda ver. Gerardo DIEGO De la Real Academia Española 11