ABC MADRID 06-06-1972 página 23
- EdiciónABC, MADRID
- Página23
- Fecha de publicación06/06/1972
- ID0001014201
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i 3 los recuerdo bailando el tengo vistos directamente, sino reflejados sn el espejo de la sala de la casa de los abuelos, que esaba colocado exactamente en ¿del sofá tapizado de raso cuior hoja seca y con unas pinceladas escarlata muy primorosas. Y no sé per qué pasaban así las cosas; si era por la diversión de verlos entrar y salir en el campo visual del espejo, como pasaba con las figuras de las películas que entonces llamaban cintas o porque me daba vergüenza verlos de carne y hueso en aquel cuerpo a cuerpo del tango, intercalándose los muslos y balanceándose muy largo rato como si estuvieran indecisos de ir hacia el norte, o sea, en dirección a la (puerta de la sala, o hacia el sur, que era donde estaba Ja ventana... 3 tío tocaba las melodías de arrabal mirando algunas veces el teclado, otras la partitura y las más alzando los ojos sobre el tablero negro y brillante de la cola del piano, hasta fijarlos en la baja espalda de Lolita, que, con una falda muy leve de aquellas que se llevaban en los años locos se dejaba zarandear enérgicamente por Colomer, aquel señorito tan guapo de los ojos tiernos que bailaba mejor el tango que nadie porque había estado en casa de un tío suyo en Uruguay, que es donde verdaderamente nació el tango, che y no esa macana que luego cantaban los de Buenos Aires... como él decía poco más o menos. El mismo Colomer que, al acabar la guerra, arruinado, tuberculoso y con todo el pelo blanco se murió en una pensión de Madrid sin dejar de tomar coñac MI TANGO PARTICULAR y cantando de carrerilla, pero con la voz enemiga, al son de la música que tocaba muy ronca, todos los tangos del ídolo mí tío levantando munhos las manos abierGardel, que él le llamaba Garlitos como tas contra el teclado y haciendo esguinsi hubiera sido su contertulio de toda la ces con la cabeza como si las teclas del vida en el Círculo Liberal, que era el casi- piano le repercutiesen en la más sensible no del pueblo. Tango, tango, hoy preciso ramalera de su sistema nervioso. La mide tu ayuda- -para calmar mi dolor. longa entra magnater- -con sus locas Y es que los hombres de los tangos eran tentaciones- -donde triunfan y claudiasí. Siempre los dejaba abandonados y can- -milongueras pretensiones. Cuando en el largo camino del tango rechiflados en su tristeza una novia, o vaya usted a saber, y ya se pasaban todas las parejas desaparecían del encuadre del las noches de su vida mamándose y espejo, yo no las seguía con los ojos, como añorando a aquella piba que no vuelven dije, sino que mirando fijo el cristal espea ver hasta diez años después, cuando la raba impaciente que volvieran y repetía pobre ya está como un gallo desplumao a medía voz todas aquellas palabras de Y esa ultima entrevista es un requiens- las letras de los tangos que Colomer aprencantimpace muy cruel porque, la pobre, dió en si Uruguay: tapado vos cieque tuvo las carnes blanquísimas, como guita chingado varoncito nidito entonces se llevaban, y el escote muy po- macanudo mate y otras que a mi, tente, ahora lleva una percha bajo la muchacho de pocos años, me parecían curnuez de puro recomida por el vicio y 3 a silerías de organillo comparadas con aquellas otras palabras recias de- la lengua immilonga continua. Yo creo que a Colomer, aunque le gus- perte como macho, borracho, zorrón, cartaba mucho que las mujeres con el pelo nívoro y Eleuterio. corto y los ojos revirados le rozasen la Alguna de aquellos tardes domingueras cara y el resto del cuerpo en el balanceo venía también el amigo Ángel aquel del tango, de verdad de verdad disfrutaba que- cantaba tan bien los tangos colocánmás viéndose a sí mismo dar aquellas vuel- dose de espaldas a la ventana de la sala tas tan artísticas y levantar la pierna hacia y sin perder de vista la partitura del piano. atrás como si quisiera enseñarles a todos Y cuando cantaba melodías de mucha enerel color de la suela de los zapatitos de cha- gía como aquella da esta noche me emrol que se ponía los domingos... Como b o r r a c h o bien- -me mamo bien majuega el gato maula- -con el mísero mao- pa no sé qué levantaba muratón. cho los brazos al aire como si estuviera Sin embargo, algunas veces, cuando los repitiendo aquel discurso que echó en el veía en el espejo me parecía que Colomer teatro Cervantes cuando no lo sacaron y Lolita más que estar bailando luchaban diputado por la provincia de Ciudad Real a la grecorromana con bastante furia. Por- durante la República. qué él, con los ojos entornados, apretaba La tía y sus amigas decían que les guslos dientes y sacaba al morrito como si se taba mucho oír milonguear al amigo Ánencontrara totalmente derrotado por la gel pero no bailar con él, porque se em- peñaba en cantar también mientras bailaba y, claro, les daba unas voces tremendas en los oídos, y además ponía más atención al compás del cantar que al del baile, de manera que les resultaba la pieza muy farfullera y con poca entrega. Por cierto, que un tiempo después al amigo Ángel se lo dejó aquella novia ancha de caderas que tuvo tanto tiempo, para casarse con otro más rico y un poco más alto que él. Y también le dio una murria tanguera, aunque por poco tiempo, pues sólo estuvo encerrado- un par de meses en su caserón cantando, naturalmente, aquello de me quedé sin un amigo- -y viví de mala fe- -y me tuvo de rodillas- -sin moral y hecho un mendigo- -cuando se fue Pero todo se le pasó en seguida, cuando llegaron las elecciones y se presentó para diputado por el partido de don Miguel Maura. Los abuelos, que no llegaron a entender nunca la música de la milonga, como llamaba Colomer al tango, a veces se asomaban a la puerta de la sala con cara de censura al ver aquellos mancamientos, retrocesos y apretaduras que requería el baile del bandoneón... porque veis que estoy triste- -y cantar ya no puedo- -vos sabéis- -que yo llevo en el alma- -un marcado dolor... Y me acuerdo ahora de todas estas cesas porque en un cuarto trastero de la casa de mi tía he visto arrinconado aquel espeja tanguero de la antigua sala, ante el que bailaron tantos ya muertos... o todavía vivos, psro encaretados con él gesto de la vejez y la añóranda de una pebeta que no sé olvidar o de la que ya no se acuerdan ni del santo de su nombre, y sólo les queda el regusto de un beso furtivo que le dieron al pasar ante el espejo de la casa de los abuelos. Porque eso no lo he dicho, pero más de un beso vi darse a las parejas cuando se creían invisibles en el caminito que el tiempo ha borr? do- -que juntos un día nos viste pasar. etcétera, etcétera. F. GARCÍA PAVCX.