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ABC MADRID 19-05-1972 página 119
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ABC MADRID 19-05-1972 página 119

  • EdiciónABC, MADRID
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La interpretación de la obra es desigual. Carmen Bernardos actúa prodigiosamente; Charo López, magnífica; Francisco Piquer, eficaz; Ramón del Val, en el criado, perfecto. Los demás, desdibujados, y Esperanza Alonso debe moderar sus entusiasmos y sus saltitos sobre el escenario. Está poco convincente. A la izquierda, el marido (Francisco Piquer) con la amante, Charo López; a la derecha, con la cuñada, la cual se esfuerza en iniciar la aventura amorosa con el marido de la hermana y lo hace alegre y despreocupada, con gran desenfado, porque conoce el nefando pecado de Nuria. -Soy muy cobarde y me da todo un poco de miedo. La voz le ha salido quebrada a Carmen Bernardos, aunque en ningún momento haya perdido la compostura de la sonrisa. Hay que preguntarse la razón de que durante toda una hora haya estado sonriente y hablando, con unas palabras graves, de voz grave y una sonrisa tímida, de las que piden perdón a todo el mundo por haber nacido alguna vez. En el camarín de este teatro Lara, donde Carmen se trasplanta dos veces al día en la Nuria de La prisionera todo está como en cueros, empezando por la misma pared, con su media docena de fotografías estratégicamente seleccionadas y colocadas, en las que se ve a Carmen encarnando a doña María Cristina en ¿Dónde vas, triste de ti? En aquel 1958 se fotografiaba ella con el marqués de Luca de Tena y con el Príncipe Don Juan Carlos, y con Rubinstein y Rodero y Conrado Blanco. Cerca de las fotos, una desnuda pareja de jóvenes, oscuros por el contraluz, componen una hermosa figura con sus siluetas rodeadas de gaviotas y de mar en un atardecer de película americana. Carmen explica que consiguió el poster en Nueva York y que para ella es el símbolo de la libertad. Y entonces dice, citando a Baudelaíre: Hombre libré, amarás el mar -Creo que los cobardes son las únicas personáis con momentos de verdadero heroísmo. Mira, he formado compañía en seis ocasiones, pero solamente ahora soy yo sola la que tiene la responsabilidad de tener a una serie de compañeros dependiendo en cierto modo de mí, y eso me produce bastante miedo. Antes me animaban los amigos para que formara compañía y siempre tuve temor de lanzarme a la aventura. Quizá sea porque siempre he tenido la suerte de ser una actriz a la que no le costaba mucho trabajo que la contrataran. Entonces, casi preferiría esta situación de contratada a ser yo quien tensa que contratar a los demás, y no porque me guste la comodidad, no, sino por esa responsabilidad que te cae. Habla dulce y suave como si junto a ella se encontrara un niño dormido. Enfrente hay un gran espejo, y en la mano tiene otro. Los ojos, las pestañas, las cejas son por ahora los puntos de ataque del pincelito. En la pared, al lado del espejo gtande, hay una larga serie de telegramas deseándole suerte para el día del estreno; telegramas de Oriol Regás, desde Barcelona, y de Emilio Romero, desde Murcia. Telegramas de preestreno y tarjetas de visita de posestreno. Sobre un jarrón de cerámica rústica, una docena de claveles frescos y rojos, como de media hora atrás. Puede ser un regalo fervoroso o una coquetería de mujer en su camarín. Se oye un timbrazo y ya es media hora la que falta para representar La- prisionera -La obra me gustó desde el primer momento que la leí. No creo que el tema de la inversión sexual femenina sea muy frecuente en las tablas de un escenario español, sobre todo tratado con la crudeza con que aquí se trata. Bourdet escribió la obra, en 1927, con un estilo grandilocuente, de grandes párrafos. La versión de Emilio Romero me parece excelente porque ha acortado esos grandes parlamentos por frases más cortas, aparte de que la versión en sí tiene suficiente calidad. (El espectador de ahora prefiere ver que escuchar, y la representación de la obra no resultaba demasiado viable con estos diálogos. Por otra parte, estaba el final. Yo ya la había presentado a la censura dos veces y me la rechazaron las dos. El final crudo de la versión original lo ha cambiado Emilio Romero por otro más feliz. Particularmente prefería el primero, pero creo que en esto hay como una regresión del público, incapaz ahora de aceptar lo que se admitía con suma facilidad en el año veintisiete. No quiero decir que haya que darte a la gente obras almibaradas, no, no es eso, no se trata de dar siempre obras con vistas a la taquilla, sino que es importante que las obras posean dignidad, y ésta la tiene. Si me preguntaras si es éste el tipo de teatro que quiero hacer, te contestaría que no, que no precisamente, pero que es necesario hacer todo tipo de teatro; durante años me dediqué al teatro clásico, como sabes.

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