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ABC MADRID 13-05-1972 página 17
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ABC MADRID 13-05-1972 página 17

  • EdiciónABC, MADRID
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LA LOCALIZACION DEL GUSTO ARA los profesionales del cine es imposible asistir a un coloquio universitario o someterse a una entrevista de Prensa o, simplemente, acudir a una reunión de sociedad sin que surja la inevitable pregunta: ¿A qué atribuye usted que el cine español sea tan malo? Imposible una respuesta lúcida y concreta. Las causas son múltiples y se entrecruzan unas con otras. Algo más fácil, aunque con gran posibilidad de error, es apuntar no la causa de la baja calidad del cine español, sino su defecto más evidente: la mentira. (Para quitar dureza al término podríamos decir: la falta de autenticidad. La verdad interior, buscada, entrevista a veces, es el motor de todo artista, y cuanto más inefable sea más le impulsará a elevarse a las alturas de la poesía. Pero, dadas por supuestas las excepciones de costumbre, en nuestro cine nadie quiere encontrar la verdad- -su verdad- ni el público quisre verla ni el empresario de la sala, consecuentemente, exhibirla. Aunque, como quiere Berlanga, el cine sea un arte de superficie, hay también una verdad de superficie, de forma externa, que puede ser plenamente significativa. Y quizá por eso, por significativa, la temen los organismos rectores casi en mayor medida que a la verdad interna, de fondo, que bajo varias capas de símbolos y jeroglíficos, tan usuales dentro de las corrientes del arte actual, puede resultar inasible para la mayoría de los espectadores, frustrada en su destino de comunicación. Esta excesiva precaución ante cualquier agente que pueda perturbar lo establecido explica, aunque no justifica, la actitud temerosa de los organismos rectores frente a la verdad. La docilidad de los promotores, supeditados a la seguridad económica, ha ido eliminando la tendencia a la verdad de algunos autores, y en los casos en que estas tendencias no eran eliminables ha eliminado al propio autor. Así, por esta paulatina eliminatoria, se ha conseguido una correcta selección de disciplinados embusteros. Falso en cuanto al mundo interno del autor y en cuanto al ambiente, el cine así conseguido no es válido. Pero, ¿sería válido para nuestro público un cine auténtico? No es probable. Este público está habituado a identificar el concepto cine con el concepto cine americano Destacó este fenómeno singularmente en la década de los 50, de tan desenfrenado americanismo. La actual fórmula de cine europeo supranacional- -reflejo de las tendencias integradoras políticas, económicas y culturales- atrae en cierta medida a nuestros espectadores. al mismo tiempo que la potencia comercial del cine americano disminuye. Pero, por un lado, este cine europeo habitúa también a nuestro público a unos ambientes y unas preocupaciones distintas a las de su entorno, que no está integrado, en cuanto a lo político, económico, cultural y moral, en el ambiente europeo; y por otro, América compensa lo que ha perdido de fuerza de penetración a través del cine, por medio de la televisión. Y así se llega al resultado paradójico de que para el espectador medio la película elaborada conforme a las comentes de fuera sería la película normal mientras que la auténticamente nuestra le parecería un producto exótico. Conocedores de este hecho, cuantos intervienen en la industria intentan conseguir el imposible de que sus películas parezcan americanas. Intento sumamente ri- P dículc en un país sin divorcio, sin gangsters sin protestantes, sin negros, sin farwest y sin dólares. Hubo tiempos, antes de la incidencia del neorrealismo italiano, en que si al guionista se le ocurría una historia cuyo esquema no coincidía con el de una película americana desechaba al punto la idea. Si en una película de la Metro había una escena en la nieve, se rodaba aquí otra en la nieve. Pero si en el cine americano no aparecían lagares, nadie en una película española podía poner un lagar. Una de las razones por las que a veces se doblan las voces de todos los actores de una película nacional es que así al espectador, al escuchar las mismas voces a que le tiene habituado el doblaje de los actores americanos, la película le parecerá un poco extranjera. No obran así los cinematografistas por sumisa actitud de servicio frente al públice, sino porque ellos, a su vez, están conformados de la misma manera y quizá en mayor medida, ya que mayor es, al menos en su etapa formativa, su asistencia a los cines. Si ur señor quiere disfrazarse de americano, de escocés o de ruso, para pasar sus vacaciones, y así el hombre disfruta más, no podemos decir que haya en ello nada recusable. Como tampoco lo hay en el hecho de que Boris Vian se disfrace de Vernon Sullivan y escriba una falsa novela americana. Pero que todos los escritores, directores y actores de un país, duran- te varias generaciones, estrangulen sus posibles verdades para decirnos cosas ya dichas, que en su boca se transforman en embustes increíbles, no puede conducir a ningún resultado satisfactorio. No hay camino claro. Habría que retroceder al origen del problema y plantearse la primera pregunta: ¿es necesario que haya un cine español? Habrá respuestas para todos los gustos. Pero podemos plantear la misma pregunta desde otro ángulo: ¿los españoles con vocación cinematográfica tienen el mismo derecho a comunicarse con sus contemporáneos que los que sienten vocación de escritor, de pintor, de músico? Si la respuesta a la pregunta así formulada es afirmativa, deberá haber un cine español. Pero no parece que sea este el tiempo más indicado para crear en arte estilos nacionales, cerrados, anclados en lo más inmóvil de la tradición. Más bien parece tiempo de abrirse, de ofrecerse y de aceptar, de tenderse la mano por encima de las falsas fronteras. No puede tampoco ser el artista un paleto que se disfraza de gángster enriquecido, ni el espectador otro paleto que sclo quiere ver rascacielos. Es necesaria una transformación de los que hacen cine y de los que lo ven que les lleve a ser como la gente de fuera. Y esto no debe conseguirse por un proceso de colonización, sino de mutua integración. Debiera hacerse ahora en España un cine europeo; no porque imitásemos el cine europeo, sino porque nosotros, los de la pantalla y los de la sala, fuésemos europeos de verdad. Aunque lejana, improbable, amargamente difícil, esta es la única esperanza: que nos integremos en el mercado común, en el mercado común de los sentimientos, dela cultura, de la libertad... Fernando FERNÁN GÓMEZ Debiera hacerse ahora en España un cine europeo; no porque imitásemos el cine europeo, sino porque nosotros, los de la pantalla y los de la sala, fuésemos europeos de verdad.

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