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ABC MADRID 07-05-1972 página 21
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ABC MADRID 07-05-1972 página 21

  • EdiciónABC, MADRID
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LAS BOTAS S O siempre digo que las cosas son pa- ra vivirlas, como los seres para tocarlos e ir gastándonos de tanto mirar y ser mirados; pues bien, mis botas, mi par de botas marrones de ante y piel, llenas de huellas del tiempo, no tienen mayor conciencia de ser botas que cuando en el campo les doy la oportunidad de cubrirse de barro que las dignifique, de tropezarse con amontonadas batallas de piedras multicolores, de ser testigos del tiempo; del tiempo digo, sí, en el más amplio sentido de la palabra, pues no sólo le miden por el desgaste del pasar de los días sobre su cuero, sino que nada más salir de casa ya sí. ben qué jornada les espera en su quehacer, según el frío sereno, mojado o lleno de sol que haga. Pero no se arredran por nada mis botas; sen des compañeras inseparables y sé que somos más amigas lejos de la ciudad. Me esperan todas las mañanas al pie de mi casa como dos perros mansos y fieles, derechas fieras de sí. Casi es lo primero que veo al despertarme; y no se inmutan, no, cuando para ir al baño empleo las zapatillas; ellas lo saben, están seguras, tienen fe: el servicio de las zapatillas es una labor menor; ellas no, ellas son baluarte de mis piernas, están conscientes de la importancia que ocupan en mi vida y se ofrecen gozosas a toda aventura por mañanera o tardía que sea. Juntas descubrimes el río, la piedra perfectamente blanca que emerge del barro cobrizo como una mano caprichosa que surgiera del otro, lado de un mundo de nieves duras y permanentes. Descubren también la pequeña rama caída, no por azar, sino porque el musgo amarillento y verde que se ha acumulado en su equilibrio se ha excedido y, poniéndose de acuerdo con el invierno, han decidido depositarla en tierra como un pájaro cansado, para mejor dejarse ver por mi par de botas marrones y curiosas, que en su ceguera en recorrer más de prisa el mundo han estado, ¡ay! a punto de quebrar la frágil armonía. Mis botas se estremecen, se limpian el barro una contra otra para aflorar con la punta un extremo de la ramita, para darle la vuelta (sin que yo intervenga para nada, sin agacharme siquiera) y ver si del otro lado es aún tan hermosa entre esos múltiples y diminutos caracoles vegetales. Mis botas no se sorprenden de nada, y de todo; viven y lo participan con gozo, conscientes de que se gastan, de que envejecen, y cuanto más lo saben más dueñas son de la vida, de la suya y de la mía. Me ponen por delante el camino y no nos cansamos; las obedezco, son ellas las que eligen donde ir. Yo sí soy la sorprendida. ¿Cómo hemos llegado h a s t a aquí? Qué magia hemos tenido delante, para no desfallecer, por ejemplo: ante un serpenteante y pedregoso camino castellano, o en medio de un campo de aceitunas, testigos del olivo y del romero; qué poder, qué fuerza tiene lo que siempre está delante de mis botas que nunca sé decir no a llegar más lejos, más lejos aún. A veces pongo como meta la sombra de una encina o el recodo de un camino, o el degollado tronco negro retorcido y carbonizado de una hoguera antigua; pero no, no nos basta la voluntad, las botas y yo lo sabemos. Alguien nos llama de más lejos y obedecemos como hipnotizadas, aunque nos torzamos, nos desgastemos, nos ensuciemos de barro, hasta llegar a hacer con él una cubre- bota, un guante de tierra Y En el fondo hay quizá la secreta esperanza de hallar alguna vez un tesoro, junto a un árbol, bajo una losa, o a caballo en la cresta de un monte. mojada que se adhiere a la piel de mis botas, haciendo cuerpo y ánimo con ellas de poner pesados mis pies; basta una sacudida, un ligero movimiento de la pierna suspendida en el aire, y el barro se desprende como nn molde perfecto de un artesano primitivo. La bota se l i b e r a vuelve a ser cómplice conmigo del seguir caminos de la tarde Se hacen de nuevo compañeras de mis sueños y en nuestra libertad se establece como una entrañable complicidad: a nadie diremos a dónde hemos ido hoy. En el fondo hay quizá la secreta esperanza de hallar alguna vez un tesoro, junto a un árbol, bajo una losa, o a. caballo en la cresta de un monte. Nosotras seguimos, mis botas y yo, mirando derechas y firmes ese puño de luz que es el horizonte. Mayrata CWIÍOEDO

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