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ABC MADRID 06-05-1972 página 17
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ABC MADRID 06-05-1972 página 17

  • EdiciónABC, MADRID
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EN LA MUERTE El perro nos comprende. Intuye sutilmente nuestros deseos, nuestros afectos. Muéstrase tierno con la infancia, apesadumbrado junto al féretro de su amo, leal e incorruptible en el cumplimiento de la misión que se le encomienda. C 1 ASI todo el mundo está de acuerdo en que el perro es. un animal inteli 4 gente. Noble y apacible cuando no se le hostiga. Tiene del hombre un buen concepto y por esta razón aspira, casi desde su nacimiento, a ocupar un lugar en nuestra casa. Reúne el perro cualidades extraor- dinarias. Su claro concepto del derecho de propiedad le inclina a defender celosamente la heredad, el ganado o la casa cuya custodia le ha sido confiada. Conoce los límites de la finca puesta bajo su guarda y jamás rebasa, por error o despiste, los predios colindantes. Quien intente allanar los dominios jurisdiccionales de un perro no tardará en arrepentirse de su imprudencia. el perro no tuviese un luminoso concepto de la propiedad, en su estricto sentido, mal podría elaborar en su cerebro las reflexiones que le inducen a adoptar actt tudes de severa intransigencia en el ejercicio de su eficaz función como vigilante. Identificado con nuestras costumbres, ha llegado, incluso, a compenetrarse con nuestras preocupaciones y sentimientos. Sobran motivos para sospechar que el perro tiene una noción exacta de la jerarquía y de los signos extemos de riqueza y miseria. Baste observar cómo vigila, desde la sombra del cobertizo o junto a la tapia del camino, los sospechosos movimiei os del mendigo que ronda la heredad. SI perro nos comprende. Intuye sutilmente nuestros deseos, nuestros afectos. Muéstrase tierno con la infancia, apesadumbrado junto al féretro de su amo, leal e incorruptible en el cumplimiento de la misión que se le encomienda. Cierto que en algunos casos no está a la altura de las circunstancias: hace muy poco tiempo hemos leído la noticia sobrecogedora del feroz ataque de una pareja de mastines a una criatura recién nacida; un perro al servicio de la Policía de Carolina del Sur facilitó con astucia la evasión de un preso y se fugó en su compañía, sobornado por el vil señuelo de unos restos de comida. Pero estos casos aislados, producto seguramente de una deformada mentalidad, constituyen la excepción, la anécdota; en modo alguno pueden citarse como norma de conducta de estos animales. El perro ha conquistado un lugar decoroso en nuestra casa, en nuestra compañía. Aceptemos sin reservas esta realidad y tratemos de comprenderle como él se afana por comprendernos a nosotros. Es preciso qu nos esforcemos en conocer lo que se fragua en el cerebro de un animal al que a veces asignamos cometidos de responsabilidad, sin haberle consultado sobre sus aficiones y sus gustos. Nuestro orgullo de especie superior no puede exigirnos que continuemos ignorando despectivamente l a s ideas del perro. Esta despreocupada actitud puede ocasionarnos graves consecuencias. Mi perro acaba de morir aplastado por las ruedas de un camión y yo me siento un poco responsable del accidente. Se llamaba Pinki Cuando llegó a mi casa, delgado, rubicundo, ojos de gacela, me costó un gran esfuerzo hacerle sentir esa corriente de simpatía que existe entre el animal y nosotros. Pero lo conseguí. No me importaban su bastardía, su rudeza, su imperfección morfológica. Al cabo de unos meses se había vuelto un perro alegre, con modales graciosos que él presentía confusamente. Un lazo de intimidad se estableció entre nosotros. Conocía mis costumbres y el empleo de mis horas. Me veía partir con tristeza y, al regreso, le encontraba febril, agitado, lleno de impaciencia. Utilizaba los timbres de voces más diversos para demostrar su alegría. Se volvió mi sombra y era feliz cuando estábamos juntos. Hace unos días le saqué al campo. Tuve que insistirle para que me siguiera, pues se mostraba remiso al paseo. ¿Presentía, tal vez, la tragedia? En un momento de descuido atravesó el asfalto gris de la carretera, y allí, bajo el brutal zarpazo de un neumático, quedó aplastado y sin vida. Recogí su cuerpo y lo enterré en el breve jardín donde pasaba alegremente los meses de verano. Sentí una gran congoja... Los escépticos se encogerán de hombros. Algunos, incluso, esbozarán una sonrisa. Pero esto no cambia en nada la emoción producida por la muerte de un perro, vulgar, bastardo, pero lleno de chispeante alegría. Francisco RODRÍGUEZ BATULORI

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