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ABC MADRID 26-04-1972 página 21
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ABC MADRID 26-04-1972 página 21

  • EdiciónABC, MADRID
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z- -r El dictador de Rusia, Tpotsky, era el m i s m o que viajó c o n nosotros h a s t a Mueva York e n el buque Montserrat HACE MAS DE CINCUENTA AÑOS EYENDO un articulo del escultor Sebastián Miranda, que publicó ABC, y en el que se aludía a un célebre revolucionario ruso, me vinieron a la memoria hechos acaecidos hace más de cincuenta años. El 31 de diciembre de 1916 nos encontrábamos en Cádiz, camino de Nueva York, el profesor Heras, que iba a enseñar español a una Universidad de Chicago; el doctor Poyales, que se especializaría en Oftalmología, acompañado de Angela, su mujer; mi compañero el ingeniero de Montes Félix Gallego y yo. Celebramos la cena de fin de año acompañados de mí padre que vino a Cádiz a despedirme ante tan inquietante viaje, y el suegro de Poyales, Ureña, que tanto popularizó la venta de discos para gramófonos. Curante ella nos llegó la noticia de que un exiliado, ruso importante, haría con nosotros el viaje a Nueva York. Al día siguiente, 1 de enero de 1917, embarcamos en el Montserrat buque de mediano tonelaje y quizá bueno en aquellos tiempos, con rumbo a tal destino. Constituía el pasaje una abigarrada y apretada- multitud, formado principalmente por españoles y, además, por ingleses, franceses, rumanos, griegos y subditos de otras naciones, pues estábamos en plena guerra L europea, la primera, y se consideraban, más seguros los barcos españoles ante los constantes ataques de los submarinos I 1 H H IWÍ T, efectivamente, en el pasaje figuraba un ruso que, según rumores, era un bolchevique que embarcó en Barcelona y que aunque tenía pasaje de tercera viajaba en primera gracias a la amabilidad del marqués de Comillas, presidente de aTrfM tiAntj a Site ruso no era alto ni bajo, grueso ni delgado y, por tanto, un tipo corriente, con el pelo sin raya, peinado hacia atrás, pero con un rasgo muy acusado: su mirada era aguda, penetrante e incisiva, lo que los lentes, que siempre llevaba, no lograban paliar. I e acompañaba su mujer, bajita y menudíta (a quien pusimos de mote Madame Pajarito, porque llevaba constantemente un sombrero con dos pequeñas alas blancas, como de palomo) y dos hijos, uno de ellos con gafas y los ojos con estrabismo. Durante la travesía, que fue molesta por el tiempo tormentoso, el ruso paseaba mucho por cubierta y, según decían, escribía sin cesar, jugando casi a diario al ajedrez, en lo que era un maestro consumado; hice con él algunas partidas que siempre perdí, salvo una en la que, sin duda, se distrajo. Después de catorce días de travesía, en la que no hubo novedad, llegamos a Nueva York, -no recordando que a pasajero alguno le esperara nadie, pero sí al ruso, que fue recibido por varios agentes de la Policía que acompañaron a toda la familia en su descenso del barco y con los que se perdió entre los rascacielos, ya abundantes, de la ciudad. No volví a tener noticia alguna de este ruso, salvo unos meses después, que me encontré con. Mnrinir Pajarit en. el Central Park, donde estaba sentada con sos lujos y con la que cambié un brevísimo saludo, diciéndome que se encontraban bien. Al final del verano, terminados mis estudios en la Universidad de Yale, regresé a España, y al poco fui a Francia, a la Universidad de Toulouse, para proseguirlos. Un día, quiero recordar que fue en noviembre del mismo 1917, hojeando un número de la Ilustración Francesa vi en el centro de una página una gran fotografía en cuyo pie se leía cEl dictador de Rusia, Trotsky y quedé asombrado, pues esta fotografía era la del mismo ruso que viajó con nosotros en el buque Montserrat Es decir, que Trotsky, el gran bolchevique, había estado durante algún tiempo viviendo, con su familia, bajo la protección de la bandera de España. Luis SANGUINO Y BENTTES

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