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ABC MADRID 20-04-1972 página 19
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ABC MADRID 20-04-1972 página 19

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página19
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que don Teófilo Hernando, como todo el mundo sabe, es una eminencia de la Medicina. Ocurre que el otro día ha cumplido nada menos que noventa y un años. Y que, ademas, ha reunido a unos centenares de amigos para celebrar con ellos su cumpleaños. Cumplir noventa años, pasar de ellos, no es algo que le suceda a cualquiera; pero llegar a esa edad con gracia, con humor, con un estimulante alarde de facultades físicas y mentales es cosa indudablemente difícil. Y todavía lo es más poder rodearse de amigos, de tantos amigos, sabiendo como de paso, más o menos, cuál es la dolencia o el miedo de cada uno. Porque es absolutamente imposible ser amigo de un médico, y sobre todo de un médico im- portante, sin colocarle, de una o de otra manera, el expediente de nuestros males. De aquí, seguramente, que el célebre doctor, en día tan señalado, se viera en la amistosa obligación de hacer un diagnóstico certero de todos los hombres y de extender una receta que sirviera para todos sus amigos. La receta fue oral- -no haya confusión y se vaya a tomar por la boca- verbal quiere decir por su parte, y nos quedamos con ella de oído. Como hablar- -y casi escribir- -es cosa fácil, si el que habla o escribe es verdaderamente un hombre, las palabras del doctor fueron algo más que una receta. Y quiero hacer una pequeña digresión para recordar algo que me ha dejado profunda huella, en mi amistad bastante reciente, con don Teófilo. Tuve hace poco la suerte de leer en público unas cuartillas que él había escrito. Todavía no me explico ahora- -y menos desde el otro día- -la generosidad de su delegación. ¿Qué podía yo hacer que no hubiera hecho él muchísimo mejor Lo curioso es que el doctor es- Teófilo Hernando saber escuchar que es sabiduría de todo buen médico. Los amigos de Marañón recuerdan ésta entre una de sus mayores virtudes. Aunque se escuchen banalidades muchas veces. Me decía en una ocasión el marqués de Lozoya que un examinando era casi siempre un enfermo. Pues bien, un enfermo es también un examinando que viene ante el médico para jugarse el curso. Sí, si, el curso de la vida, nada menos. Y alguna tontería que otra tiene que decir. A veces en esas mismas trivialidades saben los médicos que está la clave del diagnóstico. Se hablaba, de esto en el cumpleaños de don Teófilo Hernando y alguien contaba una anécdota- -entre muchas- -de la vida del doctor que no me resisto a repetir. Se trataba de un enfermo ridiculamente aprensivo que le presentaba su caso al ilustre médico. -Mire usted, doctor, es que por las noches, cuando me voy a acostar, parece que me va a dar un dolor que luego no me da. Don Teófilo le preguntó que si le llegaba a dar alguna vez. Y el enfermo decía que no, pero que todas las noches sentía como si le fuera a dar. Entonces don Teófilo le recetó unas pastillas y le dijo: -Póngalas usted en la mesilla de noche, y cuando parezca que le va a dar a usted ese dolor que luego no le da, haga usted que se toma la pastilla y no se la tome. Esto es gracia, y humanidad, y comprensión, y ciencia de la vida; esta broma o este drama, en el que los actores- enfermos y los actores- médicos estamos metidos. Hay unos que se, aprenden su papel mejor que otros, con mayor humildad y con mayor grandeza. El problema acaso no esté más que en eso de ser o no ser todo un hombre Kipling y TTnamuno lo dijeron. José GARCÍA NIETO DON TEÓFILO HERNANDO taba oyendo su propio escrito, y mientras yo leía me iba fijando, muy detenidamente, en su serena atención, en su gesto, que no era ni de vanidad ni de complacencia ni de turbación. Allí estaba, sencillo y profundo, escuchando, con cierta impavidez, auténticamente medica, a qué sonaba aquello, como un comensal más. Se trataba, naturalmente, del ofrecimiento de una comida- homenaje a un buen amigo de los dos. Si quien escucha su mal oye aquí se trataba de escuchar su bien porque las cuartillas eran estupendas: llenas de humanidad, de verdad y de sentido; claras y enteras; directas y bellísimas. Prosa con la que nos sorprende en contados casos algún escritor, no muy profesional, para demostrarnos una vez más que en el coser y cantar del escribir más vale puntada nítida y larga que el repulgo y zurcido amanerado, por cerrado y perfecto que aparezca después de su presentación Todo esto lo había yo visto y admirado un poco antes, cuando trataba de ensayarme para que no me saliera del todo mal el papel. Esa Tr T a manera directa y amistosa, compasiva, me atrevería a decir, que aquellas cuartillas exhibían, donde no se adivinaba retórica alguna- -aunque indudablemente la tenían- -de la mano que las había escrito, apareció el otro día en la receta oratoria de don Teófilo Nos dijo que no era conmovedor, ni triste, aquel momento (los conmovidos éramos los demás) sino alegre, porque la vejez era un privilegio del que había que gozar. Orteguianamente dividió sus años por quince y nos dijo que había conocido seis generaciones. Eso, naturalmente, le ha enseñado tanto como su ciencia y sus libros. Sí, nos dijo que había que rechazar las fórmulas y advertencias de esos listillos que están siempre de vuelta, o las otras de los que egoístamente centran toda la vida en sus estrechos problemas: son los del desengáñese usted eso ya lo sabía yo o el que venga detrás que arree Ir a la contra de todo esto- -por bueno que se sea hay que ir a la contra de algo- -supone una maravillosa manera de amar verdaderamente a la Humanidad. Mucha prisa hay que llevar para no poder detenerse en una carretera a quitar la piedra que alguien ha dejado, para que no se perjudique otro, para que no arree el que venga detrás. Estos son los noventa y un años de un humamsta y de un trabajador. Porque también en la receta bajo el despáchese amistoso, quedó el consejo de no pararse nunca aunque se tenga alguna enfermedad, lo que tampoco es malo si sabe uno alimentarla con cuidado. De esa inercia de trabajador es consecuencia, con toda seguridad, este ejemplo de anciano jovencísimo. Es Rilke quien nos. dice que el gran escultor Rcdin cuando se encontraba con un amigo le preguntaba siempre: ¿Has trabajado? Porque si se pregunta esto a los que se quiere y contestan afirmativamente ya puede uno quedar tranquilo y no hay más que preguntar: es que trabaja, es feliz. Don Teófilo- -aunque sus hijos, aunque sus nietos crean que no- -sigue trabajando y preguntando si trabajan los demás, y sigue curando con su presencia y con ese

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