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ABC MADRID 26-03-1972 página 166
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  • EdiciónABC, MADRID
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LA PAPIS JUANA UNA CELEBÉRRIMA MUJER... QUE NUNCA EXISTIÓ Pocos relatos han hecho correr tanta tinta. Durante siglos, escritores de reconocida ortodoxia no dudaron en afirmar que una mujer había ocupado, en enigmáticas circunstancias, el trono de San Pedro. La noticia de tan singular acontecimiento arraigó, con la fuerza del mito, en toda Europa y la leyenda de Juana ¡a Pa pisa fue admitida incluso por los mismos Pontífices. En el siglo XV y a principios del XVI era sobradamente conocida; durante el Concilio de Constanza, que condenó a Juan Huss, como se sabe, a ser quemado vivo, ninguno de los sacerdotes encargados de enmendar los escritos del hereje soñó en omitir sus afirmaciones relativas a la Papisa La cuestión fue abordada en pleno Concilio. Y nadie protestó. Las quimeras han resultado siempre mucho más seductoras que la verdad. A pesar del testimonio pro perdonado por tantos siglos de oredulldad, la historia de la Papisa Juana debe ser rechazada hasta en sus mínimos detalles, pues no resiste el menor análisis orftioo. Ut LA FÁBULA A la muerte del Papa León IV, el 17 de julio del año 855, fue elegido para sucederle un personaje extranjero llamado Joannes Anglieus, es decir, Juan 1 Inglés que ensenaba filosofía en una cátedra pública de la Ciudad Mema, donde explicaba el Trivium con asombro y admiración de cuantos le escuchaban. Sin haber recibido aún el Orden sagrado, este eminente maestro vióse sorprendido con su elevación al solio pontificio, mediante aclamación unánime del clero y pueblo romano, y ocupó seguidamente la silla apostólica con el nombre de Juan VIII. Su reinado duró dos años, cinco meses y cuatro días. Luego estallaría un formidable escándalo y las gentes se enterarían, estupefactas, que aquel varón ejemplar que reunía en sí todas las perfecciones teológicas era, en realidad, una mujer... Según la crónica de Marianus Scotus, que escribió a mediados del siglo XI, la embaucadora era hija adulterina de un monje británico y de una campesina del Palatinado. Nacida hacia el año 820 en la villa de Ingelheim, se había criado en Mayence, donde era conocida por el nombre de Inés (otras versiones la llaman GUberta, Dorotea, Isabel, Margarita, Iut- ta o Juana, a elegir) Apenas contaba la muchacha quince años cuando fue seducida por un novicio de la abadía de Fulda. Disfrazada de monje la enamorada joven quiso permanecer junto a su amante en el propio monasterio y allí recibió lecciones del sabio Rábano Mauro. Algún tiempo después la pareja partió hacia Atenas, donde prosiguieron sus estudios de filosofía, teología, artes e historia sagrada y profana. La bella Inés, embutida en sus hábitos eclesiásticos, mostraba un pálido y barbilampiño semblante; más parecía un guapo adolescente que una hembra. Su elocuencia llegó a alcanzar grados sublimes y sus disertaciones pasmaban a los atenienses. Por desgracia, su querido compañero, sostén en sus horas difíciles, falleció dier años después de su llegada a tierras helenas. Entonces la joven se armó de coraje y, sobreponiéndose a su aflicción, resolvió abandonar Grecia. Lo cierto es que le resultaba un poco incómodo continuar residiendo en un país donde la inmensa mayoría de los religiosos lucían espléndidas barbas. Entre los miembros del clero romano, por el contrario, exigíase un conspicuo rasurado Inés, o Gil- berta, o Dorotea, o Juana, o como se prefiera, no lo pensó dos veces y se embarcó rumbo a las costas del Lacio. Su cuidada erudición no tardó n llamar la atención de los habitantes de la ciudad del Tíber y poco después sería aclamada como Papa. Según consignó textualmente el candido Marianus Scotus: Su conducta parecía tan recomendable como sus talentos; la modestia de su vida, la regularidad de sus costumbres, su piedad y buenas obras edificaban a las gentes Sin embargo, todo era una máscara hipócrita bajo la que escondía ambiciosos proyectos. El relato legendario continúa explicando que, ya en funciones de Papisa Juana mostró una conducta ejemplar y se hizo acreedora al respeto y la estimación del pueblo, mas, desgraciadamente, no supo contener las apetencias de la carne y un desventurado día sucumbió a los encantos de un gallardo mayordomo, que la dejó encinta... Nueve meses más tarde, durante la época de las Rogativas, con motivo de una solemne procesión desde el Coliseo a la basílica de San Clemente la Impostora sintióse repentinamente aquejada por los dolores del parto y en plena calle, en presencia de cardenales, magistrados y de la muchedumbre atónita, dio a luz una niña y murió desangrada. Los romanos, entre el horror y la burla, enterráronla en aquel mismo lugar, junto con su hija, que nació muerta, no sin elevar allí una estatua que representaba una mujer coronada con la tiara pontificia, llevando en los brazos a un recién nacido. LOS TEXTOS Tan escandalosa leyenda, sobre la que una pseudo erudición sectaria ha estado especulando hasta bien entrado el siglo XX, fue ya seriamente refutada en el siglo XVIII por comentaristas e historiadores nada sospechosos de filiación vaticanista, como Bayle, Besnage, Doumolin, Leibnitz y el protestante David Blondel Sin embargo, se da el caso verdaderamente sorprendente de que Anastasio, bibliotecario ipapal y contemporáneo de la supuesta Papisa, la menciona como tal en uno de los códices más antiguos de su famoso Libar pontificalis si bien en sucesivas coplas y ediciones se suprimió el texto concerniente al particular, por considerarlo una interpolación tardía. Otros testimonios de peso iparecen indicar, no obstante, que él mito pwptsero obtuvo cierto carisma oficioso durante iargo tiempo, incluso entre la curia allegada a los Pontífices. Así, el texto ya citado de Marianus Scotus; el de Martin Polonus Ut asseritur fcernina fuit el de San Antonino

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