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ABC MADRID 04-03-1972 página 19
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ABC MADRID 04-03-1972 página 19

  • EdiciónABC, MADRID
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11 N HISPANISTA E N Utrecht, junto al noble Rin que por allí serpentea en su tramo final ramificándose por las tierras bajas en busca del mar, ha muerto recientemente el profesor C. F. van Dam, una de las cabezas más brillantes, visibles y prestigiosas del hispanismo europeo. Disponíase a hacer un nuevo viaje de estudio y contactos a este país nuestro, que tanto amaba y tan bien conocía, cuando le ha llegado la muerte, cerrando su larga vida de pensador y erudito, enmarcada siempre en aquella evocadora ciudad, donde la historia de España, en el complicado acontecer diplomático del siglo XVm, dejó jirones y nostalgias que todavía nos aquejan gravemente. Dedicado, con absoluta especialización, al estudio del crecimiento e Influencia mundial de la lengua y la cultura hispanas era Van Dam un auténtico ejemplo de lo que podríamos llamar hispanismo vital; es decir, no un erudito de campo acotado- -aunque su erudición fuese muy profundar- sino un espíritu abierto al ancho horizonte de lo que España y las naciones de su estirpe han aportado, y han de aportar, a la corriente de las letras, el pensamiento y la civilización del mundo. Pues, mientras en el siglo XIX, y, sobre todo, a partir del Romanticismo creció notablemente la actividad hispanista como ciencia y erudición de la cultura española, considerándola como algo irreversiblemente unida al pasado y enfocándola con actitud similar a la que presidía los estudios relacionados con las civilizaciones desaparecidas de la Antigüedad, es decir, colocándola en un panteón, respetuoso, pero fuera del juego vivo de la época- -lo que no es de extrañar, dado el estado de postración en que España se encontraba entonces- -es evidente que en nuestro tiempo, y en forma progresivamente acelerada, gana adeptos y posiciones otra clase de hispanismo, vibrante y promisorio, que afirma que los pueblos hispánicos tienen mucho que decir aún en el concierto mundial, y sostiene que esa espléndida unidad cultural que es el mundo de habla española ha de perfilarse cada vez más homogénea y firmemente, no sobre supuestos políticos, sino sobre la base de su identidad de concepción del mundo y de actitud hacia la vida. Comprobamos ya hoy con meridiana claridad que en la marcha hacia la coordinación a que el mundo se encamina en función del desarrollo tecnológico, grandes unidades culturales se perfilan cada, vez eru forma más rotunda, diferenciando su ser y su estilo en amplios espacios de dimensión continental, de modo similar a como, al afirmarse el concepto de la soberanía nacional a fines del siglo XV, concretaron las nuevas nacionalidades sus fórmulas propias y heterogéneas frente a la anterior uniformidad de la Cristiandad medieval, acelerando ello el desarrollo de sus respectivas culturas; hecho esencial sobre el que se asienta lo que en la capitulación siempre artificial de la Historia hemos dado en llamar la Edad Moderna. Y es aquel proceso de la marcha hacia grandes unidades culturales a que se encamina inevitablemente nuestro tiempo, el que da realidad y solidez muy firmes a ese mundo hispánico que enraizado en un pasado común va articulándose sin pausa en fórmulas de cooperación supernacional, estimuladas por un similar estilo humano y un idioma de extensa resonancia. Quizá no hayamos comprendido plenamente en España, en su real sentido, lo que este sólido nexo lingüístico, esta comunicación idíomática con un crecido número de naciones puede, suponer hacia el futuro. Pues, con frecuencia, no hemos valorado esto con dimensión que llegue más allá de algunos fáciles tópicos, recurrentes una y otra vez en los discursos con que suelen adornarse las conmemoraciones colombinas. Pero lo que es evidente es que en el escalonamiento, en la historia contemporánea, del concepto de nación de reducidas fronteras al de superpotencia de ámbito continental, la posesión de una lengua propia constituye un elemento básico, casi un siquiera el manido concepto de Madre Pa- tria está vigente ya, pues de una u otra forma implica un cierto sentido de precedencia. No mira al pasado- -aunque deba apoyarse en lo que el pasado legó de cultura común al alma nacional de cada uno de sus pueblos- sino que se encamina hacia el futuro. Y su clare esencial es comprender que la constelación de naciones hermanas que lo integran puede afirmar y ahondar el genio nacional específico de cada una de ellas y, al mismo tiempo, coordinar sus caracteres y valores similares, perfilando un b l o q u e homogéneo cuya aportación al acervo mundial puede ser inmensa. Y de ahí esta nueva etapa del hispanismo moderno, que no se centra tanto en los esquemas tradicionales como en unos valores proyectados sobre el telón de fon- En Utrecht, junto a los verdes prados al borde del Rin, ha muerto un hispanista anciano y sabio, enamorado del proceso histórioo- cultural que llevó la lengua y el estilo de nuestro pueblo al ancho mundo. Sobre estas líneas, C. F. Adolfo van Dam, el insigne polígrafo desaparecido. requisito sine qua non para permitir el paso de un escalón al otro. Y es evidente también que en el mundo actual sólo media docena de lenguas, el español destacadamente entre ellas, abren cara al futuro esa posibilidad. Nebrija lo sabía cuando afirmó que la lengua es siempre compañera del Imperio. Pero, para él, condicionado por lo que su época demandaba, la expansión de la lengua suponía previa ordenación y subordinación a un poder superior. Como hombre del Renacimiento añoraba la rotunda majestad del Imperio romano, que había reducido a unidad pueblos y lenguas, poniendo en marcha con extraordinaria eficacia esa ecuación de poderío político, militar y económico que siempre ha precedido en la Historia a la expansión de las grandes culturas. Muy distinta es la síntesis cultural a la que el mundo hispánico se encamina. No se apoya en lo político, sino en el mutuo conocimiento y valoración. No supone primacía alguna, sino igualdad absoluta. (Ni do de un ser básicamente idéntico. Y, dentro deL misma el papel de Kspaña- es tanto el de dar como el de recibir; tanto el de enseñar como el de aprender, porque todo se canaliza hacia un común patrimonio cultural por el que los pueblos hispánicos g a n a n conciencia colectiva de sí mismos y de su papel en la Historia Universal del presente y del futuro. En Utrecht, junto a los verdes prados al borde del Rin, ha muerto un hispanista anciano y sabio, fatigado por lecturas y meditaciones, y por el correr de la vida; bondadoso y risueño; enamorado del proceso histórico- cultural que llevó la lengua y el estilo de nuestro pueblo al ancho mundo. Ahora, cuando su vida gana con la muerte eternidades, saludemos a C. P. van Dam, holandés, erudito, que por creer muy firmemente en el futuro de Europa creyó también con gran firmeza en el destino y grandeza del hombre hispánico. José PÉREZ DEL ARCO

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