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ABC MADRID 23-02-1972 página 111
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ABC MADRID 23-02-1972 página 111

  • EdiciónABC, MADRID
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gran equilibrio, una enorme ternura contenida, derramada después en sus cuadros; una riada de talento entre las cuatro finas paredes de su cuerpo. Yo estoy, aunque muy cerca, como a distancia. Joan es de los POCOS hombres- -tres, tal vez cuatro- -con halo exterior. Sé que cuando lo Isa se ruborizará. Escucha mucho y se sorprende por las cosas. Tiene una hermosa educación intelectual, ya se le ve. ¿Y a qué salas, Joan? -Pues be ido, claro, a Velázqnea, a la sala Zurbarán... ¿Y mañana? -Mañana, antes de volver a Mallorca, lo misino. Volveré tranquilamente al Prado. -No es fácil ver tranquilamente él Prado, maestro... -Ah, sí, ya lo sé; pero yo, si amero, SÍ. Yo me encuentro ajeno a todo lo que me rodea... yo estoy ajeno al rebaño... HAT QUE ESPERAR, HAT QUE ESPERAR... Pero lo ha dicho sin menosprecio. Como con una gran sinceridad. Pilar, su esposa, me dice que trabaja, que trabaja, que trabaja. Emilio dice que al abuelo le gustó mucho Canarias y que no compró nada. Nada, créame, absolutamente nada. Algo se traería en la mirada, seguro. Cada litografía de éstas vale veinticinco mil duros; empezó sobre la piedra terminó aquí, dentro de este universo colosal que visitamos. Fernando ha querido que le firme en la bocamanga de su chaqueta de astronauta en vacaciones. Joan lo ha hecho. ¡Qué diferencia entre tantas cosas! -Maestro, hace unos dios hicimos una encuesta entre diversos personajes del país y íes preguntamos si Picasso podría tener una exposición abierta, una sala, vivo, n eZ Prado. ¿Qué piensa usted? Me ha mirado otra vez, ahora con los ojos muy abiertos, de par en par, unos ojos de azul muy vivo, dentro de su gabardinllla, con su chaqueta marrón a cuadros, la barriguita casi impalpable, atada, sujeta con los dos botones de la chaqueta, los zapatos baratos y brillantes. Me ha dicho que Joan Prats, su amigo, era además sombrerero: -Pienso que... hay que esperar, hay que esperar... ¿Incluso Picasso? -Hay que esperar... -Algunos piensan que hay que esperar mucho, tal vez hasta después de la vida... -Bueno, yo sólo digo que lo que hay que hacer es esperar... ¿Y una sala Joan Miró en el Prado? ¿Ahora? -Ahora, maestro. -Hay que esperar, también hay que esperar... A veces se ms escapa, dulcemente, con su mirada clara y limpia, impresionante, las manos en los bolsillos del pantalón, de la gabardina, de la chaqueta, camino de una litografía o de aquella foto del viejo amigo entrañable. Algunas personas que le ven en la sala le miran en la distancia con un gran respeto, con un gran amor, como quien ve a un ángel del paisano. Este es el hombre, Joan Miró, nacido en Barcelona, pero tan mallorquín, el día 20 de abril de 1893, a las nueve de la noche, según dicen todos los relojes de sol y de arena de la pintura española; piimo hermano de los inmortales, compañero vivo, uno de los dos, de Picasso, aquel que dijo: Cuando empiezo una obra es como si plantara un árbol; lo dejo allí y con el tiempo aro, podo, corrijo y oriento a mi gusto. SIEMPRE HAY QUE APRENDER. AHORA QUE VUELVO OTRA VEZ A EMPEZAR, HAREMOS NUEVAS COSAS Hablamos de José Luis Sert, arquitecto grande, viejo amigo también de Miró, que acaba de salir con su esposa de cuadro y que con el pintor habría de originar el grupo ADLNA de los Amigos del Arte Nuevo hace cerca de cuarenta años, en el treinta y cuatro. Con él ha estado Miró en Tenerife. -Y a él le preparo otra exposición no menaje... No hay que dejar de trabajar, no se puede dejar de trabajar... hay que seguir trabajando. Miró ve pasar a la gente con el rabillo del ojo. Se deja retratar, sonríe. ¿Dónde estará su gorrilla de visera? ¿Dónde su sol mediterráneo? Le ha hablado del libro de Josep Mella, que tengo a la mano. Joan Miró ha dicho que está escrito con amor y con cariño. Algo tiene este hombre, ¡Dios santo! de joyero, como su padre, y también del abuelo ebanista mallorquín, aquel que fue el padre de su madre. Su historia ya se sabe. Está en todos los libros de texto de la pintura contemporánea. En la escuela de la calle Regomir Miró fue considerado un estudiante mediocre. Allí emborronaba los cuadernos... Estudió Comercio, sin dejar las Bellas Artes. No le gustó ninguna de las dos Academias, etc. etc... Del Arco le preguntaría- -Bel Arco, que en paz descanse- -aquello que a mí me hubiera gustado preguntarle hoy: -Lo mismo que hay prodigios con una mentalidad de hombres maduros, usted, Miró, en su madurez conserva la pureza y la autenticidad de un niño con el conocimiento úel oficio del pintor. ¿Es así? Y le respondió lo que es ciertamente como una definición absoluta. -Sí, yo, personalmente, profeso un culto por lo que sea oficio o artesanía, porque sin esa experiencia se presta a hacer una cosa gratuita y exterior... ¡Cuánta obra repartida por el mundo! Ha hecho profesión de fe, insisto, también de esa hermosa vocación del artesano. Sé que lee mucho, que a veces rompe. Como cuando rompió públicamente aquel bello mural de Barcelona el día que se desgarraron las túnicas de mármol los dioses enteros del Olimpo al conocer la noticia... Miró y Prats se hicieron amigos en su primera juventud, cuando Joan Miró dudaba aún de poder dominar la forma y luchaba denodadamente por no dejarse arrastrar por su sentido innato avasallador del color... El color que le envuelve, que le explota en las manos. No le gustan las fotografías. Ya les digo, no sabremos cuándo volverá otra vez. La luna es wm rtiia en este cuadro, el gato es negro y tiene la cola erizada. El ojo es rojo, la araña es peluda y bonita. Al maestro que sufre por mucho, casi por todo, como si fuera un niño todavía, le duele que no le entienden muchos, pero trabaja, trabaja, trabaja. Quizá en eso: -Siempre hay que aprender... Ahora que vuelvo otra ves a empezar haremos Cuando salgo a la calle, ya en la noche, parezco aquel joven reportero que se llevaba un puñado de algo. Parece que es nada. Joan Miró volverá a su hotel esta noche heladora, manchará una cuartilla... Su nieto le mirará, en silencio. Ha pasado como un rayo de luz entre las sombras. Llega Moreno Galván, corriendo, en un taxi; sospecho que a besarle la mano a Joan Miró. Al frailecito de los grandes milagros. A mí me gustaría mucho, maestro, reencontrarle una mañana en su casa de las blancas paredes de Mallorca. Verle trabajar desde una esquina. Conocer su octavo día. For qué he sacado esta noche da tinieblas, a la terraza, el catálogo que usted me firma, Joan Miró. ¿Y sabe una cosa? ¡Que lucía la estrella que me pintó con un bolígrafo igual que si fuera el lucero polar! Gracias, maestro- -le he dicho al despedirme- Dios se lo pague, Joan. Y ha sonreído con sorpresa. Por lo visto, ya no se dicen esas cosas; y, desde luego, ya no se encuentran estos niños. Tico MEDINA

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