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ABC MADRID 26-03-1971 página 3
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ABC MADRID 26-03-1971 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO PRENSA M D POR ESPAÑOLA, R I D SOCIEDAD ANÓNIMA FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA NTRE los eostumbristas españoles uno de los olvidados es Manuel Silvela, hermano mayor de Francisco, que, siendo presidente del Consejo de Ministros, se retiró de la política silenciosamente, con un elegante gesto de escepticismo. Manuel Silvela nació en París; su segundo apellido era francés, Vielleuze, y en España tomó sus primeras a r m a s periodísticas siendo aún muy joven y firmando sus artículos con el anagrama de Velisla. El Romanticismo, entonces en auge, no hizo la menor mella en su genio, y ni Larra ni Mesonero le sirvieron de pauta para sus sátiras; a través de ellas vemos toda una época de Madrid. Sus cuadros de costumbres no son propiamente humorísticos, tal como hoy entendemos la palabra humor, sino más bien críticos, reduciendo sus páginas satíricas al absurdo. Jurisconsulto notable y magistrado, diputado en todas las legislaturas, terminó siendo académico, a pesar de haber escrito, con relación a las palabras que corresponden a la cocina, que, aun siendo la mayor parte de ellas de un origen latino o griego, o de la Alcarria o de Aragón, habían reducido al absurdo las recetas para confeccionar los guisos. ABC mas literarias sin ninguna ambición y sin aspirar a ocupar un puesto en las antologías. Ventura de la Vega fue un gran admirador de Manuel Silvela. Una noche que se representaba, en un teatro que se asentaba en el antiguo solar de los Basilios, el drama de Hartzenbusch Ley de raza Silvela abrió la puerta, en un entreacto, del cuarto del actor Arjona. Allí estaba leyendo en voz alta, en un periódico, un artículo literario, Ventura de la Vega. No se atrevió a interrumpir la lectura y el lector no se enteró de que Silvela estaba presente. Aquí le tenéis- -dijo al terminar y ver al joven Silvela- he aquí al autor de lo que acabáis de escuchar. Y levantándose le dio un abrazo, le declaró deudo literario de Moratín y le señaló, en lontananza, como término posible que obtendría el cetro de la crítica que, años antes, rodara de las yertas manos de Larra Escribió asimismo dos comedias: de un solo acto, la primera, con el título de Blanco y Negro y la otra, de dos actos, que tuvo buena acogida; mas su fuerte fueron los artículos de costumbres, reduciendo al absurdo modas y modas de aquel tiempo. En sus Apuntes críticos acerca de las poesías de Baeza, por incidencia nos relata cómo un día se ve sorprendido de que un artículo suyo, publicado en El Español el periódico más autorizado entonces en Madrid, su artículo aparecía traducido al francés en La Semaine de París. La traducción era de Jules Cohén. Todos estos agradables éxitos los obtuvo Manuel Silvela sin concederlos demasiado importancia, ya que los escribía como un juego, sin pensar que aquello pudiera darle una reputación literaria. En nuestro tiempo, la mayor parte de R E D A C C 1 0 N A: DMI NIí ¡TRA CION Y T Ik L L E R E S SERRANO, 61- MADRID MANUEL SILVELA, EN SU TIEMPO las leyes que se promulgan se escriben en un mal castellano, con g i r o s y palabras que se prestan a interpretaciones equívocas. Stendhal afirmó cómo le elogiaron la perfección de su francés, que había aprendido a escribir en el código de Napoleón. Pues bien, Manuel Silvela pudiera haber dicho que había aprendido a escribir en Las partidas de Alfonso el Sabio, y en las leyes de la novísima recopilación- Lo difícil es convertir este castellano, tan estricto, en instrumento de una técnica jurídica- De las leyes mal escritas sale el ráfula es decir, el abogado travieso que se defiende apoyándose en la torpeza del legislador. Hoy el neologismo, que es un instrumento para no llamar las cosas por su nombre, se cumple de tal manera que no existe ley que exprese de un modo exacto tanto lo que concede como lo que prohibe. El mismo Silvela, cuando ya abandona la vaga y amena literatura para consagrarse íntegramente a la jurisprudencia, escribe con un leve recuerdo del pasado y cierto escepticismo que tanto le fue acercando al carácter de su hermano menor, del que posiblemente fue el maestro. Hay, desde luego, libros claves que glorifican y hacen inmortales a sus autores, mas pensemos que la inmortalidad del hombre no significa nada para él después de muerto. Un erudito puede resucitar un nombre ignorado, pero el que no puede resucitar es el hombre- Yo, precisamente, porque no soy erudito gusto en mis lecturas resucitar en las letras a nombres que fueron muy sonados cuando vivieron, y que, poco a poco, después de morir, se han ido disipando en los anaqueles de viejas bibliotecas. ¡Cuántos genios han reaparecido después de tres siglos! Muchos hombres que, con la pluma, y a veces con la palabra, han etet nizado ideas que han llegado a ser clave para la ley del progreso. De ahí la afición que yo tengo, como lector, a desenterrar libros que muy pocos contemporáneos han leído y, desde luego, que la multitud desconoce totalmente. Se dirá que esto equivale a desenterrar muertos. Más bien diría desenterrar ideas y aprovecharse de ellas, como el sepulturero de Hamlet desentierra la calavera de Yorik. Todo es efímero en la vida, que tiene un fin inexorable, mas los libros buenos, encontrados por azar, son como la calavera que nos muestra en su tragedia Shakespeare- En estas calaveras se encerraron las ideas, hoy disipadas y pendidasFrancisco DE COSSIO He aquí la lista que ofrecía a la Academia para un banquete académico: Sopas de gato, de arroyo, borracha. Entradas: alboronía, panetelas, calabacinate, jerricote. Cocido: o 1 la con pulpetón. Principios: j u r e 11 o en capirotada, esturión a la pampirolada, pipián, torónjonos fritos, berengenas en almodrote. Platos de dulce: xapoipa, candiel, alpistera. Vinos: o n f a c o m e l i Y terminaba: Por de contado, que como apremio irresistible para que adelante la anunciada undécima edición del Diccionario, es difícil idear otro mejor, si no se obliga a los académicos a que se nutran de alboronía, se sustenten con sopeajos y, por supuesto, beban onfacomeli a todo pasto. He aquí un precursor de los críticos contra la Academia que aventaja en la broma a críticos como don Antonio Valbuena, don Leopoldo Alas y don Mariano de CaviaNo es difícil acertar en el carácter de los dos Silvela, que aparecen como juristas y políticos en la Restauración. Pero también don Francisco poseía una sal ática, sonreía ante la elocuencia altisonante de Castelar, y, quizá, es el español que se retiró de la política sin perder un ápice de su elegancia y con un gesto de escepticismo. De tal escepticismo participaba su hermano. Y este ilustre jurisconsulto que aprendió a escribir, como Stendhal, en los códigos, en un castellano depurado hasta la exactitud, hizo sus ar- Abra mercados a sus productos en todo el mundo anunciándose en la Edición Aérea de ABC

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