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ABC MADRID 21-01-1971 página 98
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ABC MADRID 21-01-1971 página 98

  • EdiciónABC, MADRID
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NUESTRAS CRITICAS N la edad del impresionismo- -decía Ortega en 1911- Zuloaga pinta. En la edad del colorismo, Zuioaga dibuja. En la edad del realismo, Zuloaga inventa sus cuadros. Con estas palabras proclamó Ortega la independencia radical del arte de aquel pintor que, nacido en tierra vasca- -Eibar- captó con sus pinceles todo el dramatismo, la angustia y la grandeza del alma española. Ignacio Zuloaga nació en 1870. Al cumplirse su centenario, Jesús; María de Arozamena le ha dedicado un admirable estudio biográfico en el que, a la vez, se analiza la calidad estética de su obra. Empeño nada fácil después del trabajo de Lafuente Ferrari. Pero Arozamena es un vasco que sabe glosar con noble altura literaria loe tenas de su tierra: hombres, pueblo, paisaje. Sobre el músico José María Usandizaga versó su discurso de ingreso en la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. De Jesús Guridi hizo un inventarío de su vida y de su música. San Sebastián le brindó ocasión para escribir una de las más bellas biografías sentimentales de una ciudad. Escritor bilingüe, ka escrito en lengua vasca un libro de poesía titulado Voces de silencio Ahora ha evocado a Ignacio Zuloaga, recio temple de artista exaltado y contradictorio, creador de una pintura de hondas raíces hispánicas, trágica y be- Ha a la vez. Un siglo ya y Zuloaga está cada ve? más cerca de nosotros, más dentro de esa ardua problemática española que trataron de desentrañar, paralelamente, Zuloaga con sus pinceles, Ortega, Unamuno, Valle- Indán, Baro j- i y Marañón con su pensamiento. Zuloaga fue escándalo para unos y bandera para otros. Se cuentan más lo que le combatieron que sus seguidores. Padeció la incomprensión de sus contemporáneos que no toleraban aquella España maíhadiana que envuelta en sus harapos desprecia lo que ignora que Zuloaga asomaba a sus lienzos. Por sus cuadros cruzaba, en frase de Ortega, un viento aterrador y bárbaro Era el vendaval de la inspiración que traspasaba la realidad descubriéndola en su vertiente más desnuda, violenta e implacable. Arozamena ve a Zuloaga como un loco del ideal, como un lunático del arte. La historia de este artista está ensombrecida por incomprensiones y desdenes, pero dorada también por el triunfo del elogio y coronada de laurel en lejanas tierras. Muchos, de fronteras afuera, han comprendido a España a través de la obra de Zuloaga, porque en ella hay como un temblor de todas las esencias de nuestro carácter. Un pueblo vivo que se estremece en la raíz estética de sus figuras y paisajes y que transmite al observador un eco o resonancia del pulso ardiente de la raza. Con sus ojos claros y penetrantes Zuloaga vio el mundo con mirada de español de Eibar. Sus cielos eran desgarrones de las brumas del Norte, redajes de penumbra y tormenta que él expresaba fundiendo en su paleta los grises con el negro azulado. Dice Arozameoa que por su físico Zuloaga hubiera sido aizkolari en su juventud. Por su genio, capitán de conquista y descubridor. Zuloaga después de pintar en París, en Londres, en Segovia, en Sevilla, estaba enamorado de la luz de Madrid, melliza- -como decía Pérez de Ayala- -de la aristocrática luz de Florencia. La luz que entonó el arte de Vetázquez y de Goya puso en la ternura otoñal de la madurez del maestro destellos de claridad que sus pinceles no habían co- ZULOAGA, EL PINTOR, EL HOMBRE De Jesús María DE AROZAMENA Por Pedro ROCAMORA Sociedad Gttipoccoana de Ediciones y Publicaciones, S. A. 1970, 414 pígs. E nocido en la época enérgica y vigorosa de su penumbra- juvenil. Zuloaga es el pintor del 98. Gomo los hombres de su generación trató de reinterpretar la esencia de España con una nueva visión de los tipos y del paisaje. Así, él hubiera querido pintar aquella Castilla que le obsesionaba, sobre lia tela de un refajo (la más grosera de todas) con pinceles de hierro forjado, sin otros colores que el ocre, el amarillo y el negro. Quizá el secreto de eu gracia, la clave de su encanto indefinible, dependiese de aquella contradicción radical que Maeztu descubrió entre su temperamento indómito y su maestría pirtó- Jesús Marta de Arozamena rica, entre su romanticismo y su clacisismo. Jesús María de Arozamena ha seguido las huellas zuloaguescas por todos los viejos caminos de Euzkalerría, h a s t a completar la semblanza del maestro más allá de su peregrinaje por España o en sus largos años de lucha en París. Arozamena descubre al maestro en el trance de su plena realización humana y artística. Le sigue paso a paso. Y como un espejo mágico sus páginas recogen no sólo el perfil de una vida, sino las esperanzas, los sueños o los anhelos de un espirita. Es una radiografía del alma. Análisis de un pensamiento. ¿Qué pensaba Zuloaga del mundo y de la vida? Arozamena hace una disección de su personaje para dejar al descubierto sus fibras más entrañables. Así, el lector cala hasta dentro en la profunda humanidad zuloaguesca. No se limita a conocer a un hombre, sino a fundirse cordialmente con su esencia vital. üH pintor aparece así en su propio tiempo histórico dentro del Hima de su época, moviéndose en un ámbito propio cuya esencia capta el biógrafo con una ágil capacidad de descripción. París. Zuloaga se sume en el ambiente mísero y grandioso a la vez de los estudios y los atteliecs de Montmartre. Sus pinto res preferidos son Monet, Carriere y Dejas. Pero no quiere pintar como ellos. Vive en un mundo abismal. Come en un restaurante que sirve también de agencia de pompas fúnebres. Al lado de las coloreadas botellas de licor se exhiben fotografías de los coches mortuorias. Los clientes habituales del comedor son los cocheros de los muertos y lo sacristanes que se reparten las propinas del entierro, con las que pagan las comidas. Cuando tiene un poco de dinero, Zuloaga toma un criado. Es un hombre extraño que padece la más singular locura: la de estar enamorado del maniquí de cartón que utiliza el pintor para sus estudios de ropajes. El criado loco, cuando entra en trance de pasión arrebatada por aquel muñeco femenino invoca como a una divinidad a Pi y Margal! a quien pide perdón por todas sus pasiones. Tal era el clima parisiense que vivió el maestro en los finales del siglo XIX. Entonces es Rusiñol su amigo más entrañable. Con él y con Ramón Casas entra por primera vez en un cinematógrafo ambulante construido con di pretexto de una concentración religiosa. A la puerta del barracón- -Zuloaga lo contentará después con una franca risa- -había un cartel en el que se leía: Entrada, 50 céntimos. Niños y obispos, 25. No falta en la evocación de Arozamena la etapa taurina del pintor eibarrés. Era la época de Sevilla. La afición taurina prende en el corazón del joven vasco. La técnica se la brindará una academia de tauromaquia que dirige el maestro Manuel Carmona El panadero A partir de entonces aparece en algunos carteles el nombre de Ignacio Zuloaga cEl pintor Años más tarde él evocará en la taberna madrileña de Antonio Sánchez- -con tanta gracia y finura descrita por DiazCañabate- -las peripecias de su aventara taurina. Aquella afición le ofrece magníficos temas para (su pintura: El Picador el Coriano (de la colección Bulteau, de París) La víspera de la corrida (del Museo de Bruselas) los retratos de toreros El Corcito y El Buñolero (de la colección de Sparkuhle, de Bremení, junto con lienzos de gitanas y de bailarinas. Vázquez Díaz recordará luego los años de su coincidencia con Zuloaga en la capital andaluza. No pinte usted así- -le decía Zuloaga a Vázquez Díaz- Así pintan todos en París. Azules y verdes. Eso es impresionismo. El oL la luz, no son para pintarlos. El sol es para tomarlo mientras se pasea. De vuelta a París el maestro se encontrará con una bella muchacha, Valentine Detfaomas. Los Dethomas tenían varias hijas y soñaban para ellas lo mejor. Pero el amor triunfó sobre los intereses paternales y Alice y Valentine se casaron con dos desconocidos. Valentine con Ignacio Zuloaga, un pobre pintor español, y Alice con un teniente sin fortuna que se llama Felipe Petain... Coincidiendo con su matrimonio se inicia la evolución de la pintura de Zuloaga. Su cuadro La enana doña Mercedes señala la transición hacia una busca más libre e independiente de los secretos de la personalidad. A pesar de su vinculación francesa el pensamiento del maestro vuela a Castilla. El mismo dirá ntás tarde que Castilla- las tierras desoladas de Pedraza- -le había dado la plenitud de sus deslumbramientos y penumbras, sus oposiciones vigorosas de azudes, granas y amarillos, y los grises incomparables de sus lejanías calenturientas. Tras la experiencia de Avila y Segovia, la (Pasa a la vág. 7 de Mirador.

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